Unos pitos fugaces, los primeros que escucha Simeone durante su trayecto como entrenador del Atlético, han destapado peligrosamente la peor cara del técnico milagro. O mejor dicho, de su jefe de prensa personal, de su voz (pero cuando habla un portavoz habla el protagonista). Y su respuesta a la espontánea y pasajera reacción de las gargantas que componen el Atlético tras una sustitución inexplicable, la de Griezmann, el mejor a ojos de todos los presentes de un partido que no estaba resuelto, ha sido equivocada, incendiaria y torpe. Igual no fue una amenaza a los dueños inequívocos del sentimiento que justifica el sueldo de su jefe (que tan bien defiende y proyecta, las cosas como son), pero sonó exactamente a eso. "Ojo chicos a quien pitan, de corazón, cuidado, todos tienen derechos pero cuidado, no se equivoquen de presa, que después cuesta volver atrás", escribió José Luis Pasqués en su cuenta de twitter.
Y no, a la hinchada del Atlético, que estaba ahí y tenía su idiosincrasia y su corazón, su sensibilidad y sus maneras, mucho antes de que Simeone decidiera contratar a un compatriota como vocero, no se la tiene que advertir sobre quién descarga sus emociones. No se le dabe meter miedo porque se anime a expresar lo que no comparte, lo que le molesta o no le gusta. Incluso por encima del Cholo, lo más cercano a Dios junto a Luis Aragonés que existe en esa religión rojiblanca, están los aficionados. Toda la obra majestuosa de Simeone, los títulos y las emociones, se justifican sólo por la gente que hay detrás con el aliento. Lo definió el propio Diego Pablo con su precisión habitual tras una de sus conquistas: "Quiero contarles porque ganamos, porque jugamos con el corazón de todos ustedes, y en cada milímetro, centímetro y metro del campo jugamos con el corazón del hincha del Atlético de Madrid".
Y ese hincha del Atlético de Madrid con el que a Simeone se le llena la boca y las entrañas unas veces aplaude y otras reprocha, porque siempre siente. Y en la balanza, además, no se puede quejar. Porque si el Cholo levanta el brazo, la tropa de aficionados anima. Y si pide que cante, canta. Y si reclamara que invadieran el campo, lo invadirían. Pero si no les gusta un cambio (que además el propio responsable no fue capaz de explicar cuando se le preguntó en rueda de prensa) lo manifiestan. Y si se tienen que quedar 45 minutos después de perder una final de Copa del Rey en el estadio porque así les sale su fidelidad, se quedan y punto.
A una hinchada se la puede censurar el mal gusto de ciertos cánticos, comportamientos indignos, pero no que nos les convenza un cambio. Y a esta afición, por más que lo intenten los avances de la megafonía, no le tiene que decir nadie qué cantar o que chillar. Y no conviene tratar de asustarla con veladas amenazas porque no es de las que se arrugan.
Pero lo peor es que la amenaza del vocero airea un conflicto imaginario, que no existe. Discrepar una vez no es negar el cariño y la confianza extrema en su redentor. El Cholo sigue siendo el ídolo mayor del Calderón. Pero si quita del campo a Griezmann y mantiene a Jiménez se lo van a decir. Si un reproche tibio y fugaz, malinterpretado como desencuentro, ha recibido una contestación tan patosa, qué no ocurrirá cuando vengan tiempos peores. Que vendrán. El Cholo no tiene aún un problema con la hinchada, pero decididamente sí lo tiene con su particular Eladio Paramés.