El imbécil de los músculos y la barba, el idiota de la camiseta azul que está a su izquierda, el tonto del niqui negro que comparte con ellos primera fila. Quizás fueran más. Pero esos tres impresentables quedaron inmortalizados por las imágenes de televisión. Son identificables, localizables y por tanto sancionables, expulsables del fútbol y de la sociedad. Los tres irresponsables que desahogaron su propia frustración con ostentosos gestos racistas contra un futbolista rival y salpicaron de suciedad a toda la afición del Atlético; que exportaron de nuevo al mundo la convicción de que en España no se combate la lacra, sino que se convive con ella.
España prefiere mirar para otro lado. Como miraron para otro lado los guardias de seguridad que asistieron a la escena a escasos centímetros de distancia y los agentes de la policía nacional que los acompañaban. Los hinchas correligionarios, algunos de los cuales hasta sonreían. Godín, seguramente confundido, encima fue con malos modos a por Diop como si en vez de víctima de las ofensas fuera el causante. Y después, nada, un par de palabras de repulsa institucional al sonrojante comportamiento, unos comunicados protocolarios de los organismos mayores y así hasta la siguiente vez que un córner aproxime a un jugador negro, suramericano o español nacido en Brasil a una legión de energúmenos vacíos de cerebro.
Tiene la oportunidad Antiviolencia de actuar con contundencia porque hay pruebas. También el propio Atlético, la Federación y la Liga, la Guardia Civil o el juzgado de guardia. Esta vez se sabe quiénes son y ya es hora de poner freno. Porque aunque España no sea un vecindario racista (extremo que en el extranjero ponen en duda con convincentes argumentos) su permisividad con los memos que juegan con la bromas o los insultos xenófobos le hace pasar justificadamente como tal. Roza la complicidad.
Es verdad que la discriminación futbolística la marcan los colores de la camiseta más que los de la piel, que el imbécil de los músculos y la barba habrá hecho reverencias a Perea en numerosas ocasiones, que el idiota de la camiseta azul se habría dejado sodomizar por Miranda en la final de Copa del 17 de mayo, que la nota la da la rivalidad y que España no es consciente de su racismo porque en su mayoría su gente no lo es, pero consiente aberraciones, episodios de vergüenza ajena. Y ya es hora de que se plante de una vez. Si con la educación no ha sido posible, toca probar con los castigos. Porque España no puede permitirse ni un minuto más parecer lo que cada día está más claro que es. Antiviolencia tiene la palabra.