Encima del sofá del salón que César Luis Menotti tiene en su oficina, en un piso céntrico de Buenos Aires, hay una fotografía. "Si usted quiere entrevistarme debe ser capaz de identificar a esos tres tipos", advierte desafiante. En una vieja imagen en blanco y negro posan Maradona y Platini escoltando a un tipo menudo y probablemente desconocido para gran parte del público que El Flaco, en su foro interno, desea poderosamente que este redactor no reconozca. "Alain Giresse", respondo tras darle un poco de suspense. "Bien gashego. Esos son los futbolistas que quedan en la memoria de la gente. Por más que nos quieran subyugar los siervos del resultadismo, es la belleza y el estilo lo que perdura en la mente del aficionado, más allá del equipo que uno tenga", sentencia el hombre que armó uno de los equipos más deslumbrantes de la historia del fútbol argentino, el maravilloso Huracán del 73.
En estos días otoñales el Atlético de Diego Pablo Simeone vuelve a liderar la clasificación liguera por encima de un depresivo Real Madrid y un caótico Barcelona que echa en falta a Lionel Messi. Una imagen significativa y ajustada a la realidad que define lo vivido por estos equipos en los últimos tiempos.
El Atlético es un equipo en el sentido más literal de la palabra. Un grupo con una identidad perfectamente definida que impone su solidaridad defensiva, su ferocidad competitiva y los automatismos implantados por Simeone desde que desembarcó en el Vicente Calderón el 23 de diciembre de 2011. Una plantilla que se sobrepone cada verano a la pérdida de referentes ofensivos como Agüero, Forlán (ambos antes del Cholo), Falcao, Diego Costa...
Es el técnico quien debe reinventarse en una pizarra a la que siempre prometen estrellas que luego son canjeadas por jugadores de clase media que el argentino se encarga de pulir o desechar como Jackson Martínez, Griezmann, Vietto, Carrasco o Gameiro.
Se puede disentir del estilo de juego que propone Simeone, más físico que asociativo, más vertical que combinativo. Pero es indiscutible que este Atlético es un equipo de autor que está en la memoria colectiva del fútbol y que ha reforzado el sentimiento de identidad de los aficionados con su club superando traumas devastadores como las derrotas en las finales de Champions.
Precisamente esos títulos, los logrados en la finales europeas ante los rojiblancos, marcan el presente de un Real Madrid creado al capricho de la chequera de Florentino Pérez. La secuencia de los últimos entrenadores que han ocupado el banquillo de Chamartín (Jose Mourinho-Carlo Ancelotti-Rafa Benítez-Zinedine Zidane) demuestra que en las oficinas del Bernabéu no hay una idea de juego, un estilo, una pretensión futbolística. Es la dictadura del resultadismo la que dirige los golpes de timón del presidente, hasta el punto que su afición identifica los títulos con jugadas aisladas como el gol de Ramos en el minuto 94 o el penalti fallado por Griezmann, en lugar de hacerlo con equipos como la Quinta del Buitre o entrenadores como Vicente del Bosque.
El Real Madrid lleva varios años gobernado de forma caótica por su presidente-director deportivo-jefe de comunicación, quien mantiene una guerra sorda con su vestuario aireado recientemente por su cómplice Mourinho. Esto arroja un escenario en el que sus jugadores se limitan a ofrecer su mejor rendimiento en momentos puntuales de la temporada en los que los focos se fijan en ellos, como los clásicos de Liga o las rondas finales de la Champions. Esta falta de continuidad y planificación se traduce en un dato impensable para el club que presidió en su día Santiago Bernabéu: ha ganado una liga de las ocho últimas.
Futbolísticamente el equipo se aferra a la pegada de Cristiano Ronaldo, un goleador que comienza a declinar físicamente mientras colecciona más de 50 goles cada curso. Junto a él malvive Bale jugando sobre el costado de su pierna mala y un Benzema salpicado por temas judiciales. A eso suman la consistencia de Modric, los goles de Sergio Ramos en partidos claves y las paradas del portero de turno, lo que lleva al equipo a lugares donde su fútbol no merece llegar.
Desde aquellos deslumbrantes meses previos a la conquista del Mundialito en Marruecos, con Ancelotti en el banquillo, no se ha vuelto a paladear un Real Madrid esplendoroso. Hoy holgazanea con un Zidane que no acaba de imprimir carácter ni su elegancia natural. Se antoja un vestuario demasiado complejo y un club demasiado político para el francés.
En el otro vértice aparece un Barcelona que los socios culés ven cómo se ha desnaturalizado con la llegada de Luis Enrique. Siguen lloviendo títulos porque la calidad de sus futbolistas es incuestionable, especialmente su tripleta ofensiva. Pero tras la salida de Xavi el Barça se ha 'galactizado', ha aparcado el gen asociativo acomodándose a un rol contragolpeador que dirige un Messi más albiceleste que azulgrana que ha mutado de finalizador a organizador y asistente.
Messi ha ido ganando protagonismo en el juego y perdiéndolo en el área, pese a que sigue exhibiendo unos números descomunales. El último pase, el desequilibrio en la jugada o la superioridad en banda han pasado a ser ahora asunto de Leo, quien además porta el brazalete.
A Luis Enrique no se le da bien improvisar en un hábitat tan estable como el azulgrana. Siempre que ha intentado justificarse como entrenador ha quedado en entredicho con sus controvertidas decisiones. El asturiano mantiene la impronta de Guardiola con un portero que juega con los pies, la figura imperial de Piqué en la salida del balón y la delicadeza de Iniesta en la medular escoltando a un Busquets que vive peor ahora que el Barcelona acepta partidos a cara descubierta. La posesión ha dejado de ser un dogma de fe en un equipo en el que aún se fabrican xavis en la cantera de La Masia.
Pasan los años y, con cierta perspectiva, se advierte una batalla desigual entre tres equipos que conciben el fútbol de maneras distintas. El Atlético de Simone, el Real Madrid de Florentino y el Barça de Messi. El primero es hijo del fútbol coral del Cholo, el segundo es rehén de la urgencia del resultadismo y la multinacional de Florentino y el tercero es fan del talento lúdico de Messi, quien aún no aparece en las paredes del despacho de Menotti. Como Giresse...