Para hablar de Mariano Rivera hay que comenzar definiendo la posición de closer o, más bien, lo que era la posición de closer antes y después de Mariano Rivera. Sí, hablamos de uno de esos escasos deportistas que ha conseguido redefinir los conceptos de todo un deporte, en este caso el béisbol. Un hombre así que estos días, ya con 43 años, vive sus últimos momentos como lanzador, recibiendo homenajes por donde quiera que vaya.
El closer era una figura residual en los equipos de béisbol. Un lanzador especializado, un reserva que sólo salía al montículo para administrar las ventajas que otros antes habían conseguido (en el caso de conseguirlo la estadística les concede un save). A diferencia de los pitchers titulares, acostumbrados a lanzar seis o siete entradas por encuentro, el closer sólo lanza una, si es que llega.
El panameño Mariano Rivera, sin embargo, ha sido distinto. Nadie podría cuantificar el éxito de los New York Yankees en los últimos lustros sin reparar en la figura del intocable Rivera, ese jugador que no podría aguantar un partido entero, que sólo tenía un tipo de lanzamiento en su registro (los mejores lanzadores tienen cuatro o cinco envíos distintos, combinados para despistar al bateador) pero que era intocable, especialmente en los play off.
Es importante esto último, la leyenda de Rivera es la de un ganador, pues en los últimos compases de la temporada, cuando ya sólo juegan los mejores, siempre demostró su primacía. Sus compañeros en los Yankees, el equipo más lujoso de la ciudad más lujosa, sólo tenían que llegar al final con una mínima ventaja, Mariano Rivera haría el resto. El ejemplo más claro, los play off de 1999, donde fue designado mejor jugador a pesar de su escasa carga de trabajo. En sus 19 años ha sido campeón en cinco ocasiones, una cifra muy notable en los estándares estadounidenses, siempre siendo clave para los Yankees.
Cada vez que entraba en el Yankee Stadium sonaba la misma canción, Enter the Sandman, 'The Metallica'. Un sonido hostil para los rivales que sabían que ahí la fiesta terminaba. El mítico grupo este año compareció en directo en el estadio para también despedirse del jugador. Hoy casi muchos medios de Estados Unidos titulan 'Exit the Sandman', la salida del hombre de arena (en uno de sus múltiples homenajes, en Tampa Bay, le recibieron con un muñeco de arena como homenaje final).
Por última vez lanzó en la ciudad en el que ha pasado 19 años. Dos compañeros de equipo, Andy Pettitte y Derek Jeter, viejos conocidos, colegas en los momentos más dulces de su carrera, se fueron al montículo para abrazarle y comunicarle que tenía que salir del campo, un gesto habitualmente conducido por el entrenador. El estadio se vino abajo, los rivales aplaudían a la leyenda. Rivera se echó a llorar.
Los Yankees han vivido su peor temporada en tiempos recientes, ni siquiera han podido clasificarse para playoff. Rivera ha vuelto tras un año en el dique seco, por una lesión en la rodilla, y tampoco ha tenido su mejor temporada. Pero ha dado lo mismo. En todos los estadios que ha pisado, incluso en los de sus más fieros rivales, ha sido despedido con ovaciones. Ha logrado lo que no muchos deportistas consiguen, el cariño insoslayable de los propios, el respeto reverencial de los contrarios.