Hay partidos que son batallas de guerras inacabadas. Este Atlético-Real Madrid es de dos trayectorias, como las cogidas jodidas de los toros. Una, la de Champions, dibuja un costurón en el corazón rojiblanco difícil de cicatrizar. La otra, más superficial y escandalosa, la luce el Madrid en la femoral de Ancelotti. Hasta seis volteretas ha recibido el conjunto blanco en este curso de los colchoneros.
Por eso es un partido con mucho mar de fondo. Los atléticos salen a clavar el último clavo en el ataúd de Ancelotti y tratar de empujar el Titanic de Florentino hacia el iceberg. Los madridistas se abrazan a Europa, una vez más, como terapia. Un equipo que ha vivido toda la temporada montado en una montaña rusa, hábitat natural del equipo en esta era florentiniana. De las 22 victorias a la mediocridad, del fútbol celestial del exuberante 4-3-3 al estrépito táctico, de la excelencia a la excedencia. Teme Simeone al Madrid 'torazo en plaza ajena', que decía Di Stéfano. Hay un futbolista barométrico, el croata Modric, que mejora el hábitat madridista hasta límites paranormales. Y estará en el Calderón, lo que dificulta enormemente una nueva puerta grande de los del Cholo como aquel 4-0.
La pizarra de Simeone convertirá el Calderón en un campo de minas. Pasillos clausurados a las diagonales para la BBC, un estado bélico en la medular con Koke y Tiago para asfixiar al mariscal Kroos, agresividad ofensiva con el áspero Mandzukic y Juanfran y Arda afilados, un ambiente cargado de tensión para recargar a sus jugadores, bombas en los balones parados a un Casillas siempre dubitativo… Enfrente Ancelotti salió a la rueda de prensa con las pinturas de guerra: “Espero ver a mi equipo escenificar un partido intenso”. Partido de pierna dura, colmillo afilado y sangre, sudor y lágrimas.
Sospecha Carletto que la épica juega a favor de Simeone, que alimentará a sus chicos con napalm antes de saltar al campo. El Manzanares será Vietnam, un clima en el que uno aventura a Sergio Ramos, Pepe y Modric como referentes blancos. Cristiano suele confundir testorena con ansiedad cuando se crispan los ánimos, contraste absoluto con Benzema, que seguirá cazando mariposas con su delicada clase. Y Bale, ángel y diablo, correrá huyendo de la sombra sospechosa que Florentino le ha cosido a la espalda al designarlo como su favorito.
Cualquier victoria sin encajar un gol será un triunfo para los de Simeone. Cualquier gol con derrota corta, empate o victoria será una conquista madridista. Los antecedentes no juegan, pero juega el subconsciente, esa autoestima que hace que los rojiblancos se crezcan con camisetas blancas delante. La misma que dispara las prestaciones madridistas cuando suena el himno de la Champions. Decía Eduardo Galeano, que se fue ayer, que "la esperanza es mejor que la nostalgia". Y hoy Atlético y Real Madrid, por encima de medirse a un rival íntimo, miden la esperanza atlética ante la nostalgia madridista.