Semana de Champions. Más allá del ruido de los resultados, siempre surgen detalles reveladores que ofrecen síntomas del funcionamiento colectivo de los equipos, la psicología del grupo o la capacidad de liderazgo de sus entrenadores. Esta jornada ha ofrecido una peculiar muestra del comportamiento de Simeone y Luis Enrique a la conclusión de los partidos, cuando el corazón al galope y la cabeza caliente. Dos entrenadores, dos resultados diferentes y dos reacciones reveladoras.
Cholo compareció con una seriedad que contrastaba con el ambiente de euforia del Calderón: “Me voy jodido porque tomé malas decisiones”. No sería llamativo salvo porque el Atlético ganó el partido al Rostov logrando la clasificación. Simeone es un técnico de personalidad expansiva, muy emocional. Envia mensajes cortos a sus jugadores, órdenes concretas que procesen con sencillez. Pese a ser un tipo de carácter, utiliza la convicción en lugar de la imposición. Un motivador. Siempre apuesta por hacer lecturas constructivas, especialmente si pierde. El mejor ejemplo es cómo utilizó la victoria ante el Rostov para ofrecer una enseñanza digna de una derrota (que no lo fue). Y concluyó ensalzando a sus futbolistas: “Los jugadores resolvieron bien porque tomé malas decisiones”. Demostró saber perder un partido que había ganado.
A esa hora el Barcelona encajaba una derrota aristocrática ante el City de Guardiola por 3-1. Pep, tras la goleada de ida, propuso un partido descontrolado, sin posesión y con espacios. Rentabilizó las carencias de este Barça menos coral que presenta serios problemas de funcionamiento colectivo. Luis Enrique ha apostado por verticalizar el tiqui-taca, lo que ha 'degenerado' en una anarquía al servicio de sus delanteros. Llegada la hora del análisis, Lucho utilizó su habitual sorna desafiante, a ratos arrogante: “…Han sido 40 minutos de escándalo…Esto es la vida. No es una máquina que aprietas y sale la Coca-Cola…. Si uno ve los primeros 40 minutos y apaga la tele, le parece increíble que perdamos este partido”.
Titulares grandilocuentes con poco espacio para el fútbol. Su lenguaje verbal (y no verbal) delatan una eterna actitud crispada, a la defensiva. Quizás se sienta incómodo en la inevitable comparación con Guardiola. No suele enviar Luis Enrique inputs desde los micrófonos a sus jugadores porque está lejos de ser un técnico emocional. No le preocupa empatizar con la grada o un vestuario en el que convive con la figura de Messi. A diferencia de Simeone, 'culpable' incluso en la victoria, Luis Enrique en el Barcelona sabe que los partidos los gana Messi, pero se niega a perderlos él. No supo ganar un partido en la sala de prensa un partido que había perdido en el campo y la pizarra.