Pese a que, de momento, el Tour de Francia se ha saldado sin noticias del dopaje en su primera semana, la cuestión planea sobre la caravana, fruto de un pasado duro que ha llenado de dudas al deporte de la bicicleta.
Jornada de reposo ha sido con frecuencia sinónimo de revelaciones sobre dopaje. El año pasado fue el turno del francés Rémy di Gregorio, pero antes otros nombres ilustres se convirtieron en involuntarios protagonistas de la actualidad en un día de descanso, como el kazako Alexandre Vinokurov en 2007.
En su versión 2013, el Tour habla de dopaje por las sombras del pasado, porque el centésimo Tour es el primero desde que Lance Armstrong confesó en televisión que se había dopado en cada una de sus siete victorias y dijo justo antes del inicio que era imposible ganarlo sin ayuda de sustancias prohibidas.
Además, el Senado francés baraja una lista de nombres de ciclistas de 1998 cuyas muestras de sangre fueron sometidas a los controles de 2004. Se espera que salgan más nombres de tramposos, aunque por el momento ya se ha filtrado el nombre de Laurent Jalabert.
Dinamita suficiente para que el dopaje siga vivo en el Tour. El Sky de Froome debe soportar constantemente las comparaciones con el US Postal de Armstrong, aquella maquinaria admirada por todos hasta que el paso del tiempo demostró que estaba asentada sobre la medicina.
El discurso oficial en la escuadra británica pasa por asegurar que las cosas han cambiado, que el dopaje es cosa del pasado y que ahora los ciclistas corren limpios.
Froome ha llegado incluso a presentarse como garante de esa limpieza y se ha autoimpuesto como meta demostrar la limpieza del deporte en 2013.
"Es cierto que en el pasado ha habido mucho dopaje y que nuestro deporte ha perdido credibilidad, pero yo me comprometo a recuperarla", dice el ciclista, líder de la carrera y favorito para la victoria final.
Poco tiene que ver su discurso con el que mantenía el año pasado Bradley Wiggins, que se enfrentaba a un esquema similar y que, cada vez que le preguntaban por el dopaje, se enfadaba con el periodista.
Froome, que no se parece en nada a Wiggins, afronta las cosas con más calma.
Su teoría de los "tiempos nuevos" se apoya en un dato: ahora se asciende más despacio.
Sin embargo, un estudio efectuado por un médico y publicado hoy por el diario "Le Monde" demuestra que no es del todo cierto.
Según el informe, basado en la potencia desarrollada por los ciclistas durante la ascensión a la cima de Ax 3 Domaines, el primer final de alta montaña de este Tour, Froome estuvo en los niveles que en 2003 tenían en esa misma ascensión el dúo formado por Armstrong y el alemán Jan Ullrich, también dopado confeso.
"Comparar el ciclismo de hoy al de entonces en términos de rendimiento es una locura. Las cosas han cambiado mucho, las técnicas son diferentes, las bicicletas son ahora mejores", responde el británico.
Alberto Contador, que vio como el dopaje le privó de su victoria en el Tour de 2010, también debe responder de las sospechas, en el mismo hotel en el que lo hace Froome, en la lujosa localidad turística de La Baule, al noroeste de Francia.
El español del Saxo lo hace con disgusto, harto de las preguntas, pero trata de mostrarse convincente. "¿Podemos creer en usted?", le lanza un periodista. "Piensa lo que quieras. Siempre he corrido de forma limpia y voy a seguir haciéndolo", responde el madrileño con gesto contrariado.