Uno de los mayores conglomerados del mundo está a punto de poner a prueba una vez más su capacidad de adaptación. General Electric afronta el reto de sostener su negocio fundamentalmente en las patas industriales y dejar atrás su pasado como firma financiera. Con casi 140 de historia, es una de las empresas más antiguas cotizadas en bolsa y está presente en numerosos ámbitos empresariales, desde la construcción de motores para aviones hasta centrales eléctricas, equipos médicos o el mundo de la energía, entre otras.
Su consejero delegado más emblemático, Jack Welch, asumió el cargo a principios de los años 80 del pasado siglo y revolucionó la gestión empresarial de la firma, con medidas hasta entonces inéditas, como gratificar al 20% de los gerentes que lograban mejores resultados y despedir al 10% que conseguían los peores. Bajo su mandato de veinte años, General Electric llegó a quintuplicar su facturación hasta los 130.000 millones de dólares y su capitalización bursátil superó los 400.000 millones de dólares, casi 30 veces más. Puede decirse que se convirtió en el padre moderno de una firma que cuenta con decenas de miles de patentes.
Con él, el emporio se expandió hacia el sector servicios, en el mundo de los medios de comunicación con la creación de la CNBC, un canal de noticias por cable, por ejemplo. O el sector financiero, convirtiéndose en uno de las firmas más importantes de Estados Unidos, superando en activos bajo gestión incluso a Lehman Brothers antes del advenimiento de la crisis, con 500.000 millones de dólares. La importancia de su brazo financiero es de tal magnitud que representaba más de la mitad de los ingresos de General Electric.
Cuando Jeff Immelt, un hombre forjado en la firma e imbuido de la cultura de la innovación, sustituyó a Welch justo con el cambio de siglo nunca se imaginó que debería de superar el papel de su predecesor y desandar buena parte del camino recorrido. Al fin y al cabo, como decía el propio Welch, “controla tu destino o alguien lo controlará”. Y algo así debió pensar Immelt cuando antes de la crisis financiera comenzó un proceso de reestructuración que ha culminado con la decisión de deshacerse de GE Capital, el brazo financiero de la firma. Ya en 2006 vendió la mayor parte del negocio de seguros a Swiss Re y al año siguiente, la división de plásticos.
La crisis financiera representó un punto de inflexión para la compañía, porque su firma financieraa tuvo que ser rescatada por el gobierno y obligada a recortar su dividendo. De ser la niña bonita del conglomerado pasó a representar un lastre para los intereses de General Electric, que ha visto caer su cotización un 20% en la última década. La consigna era clara: centrarse en el negocio industrial para que llegue a alcanzar el 90% de sus beneficios en el plazo de dos años. Los cambios regulatorios que impuso la crisis sobre la supervisión de las entidades financieras implicaban que dejara de tener sentido para General Electric mantener su firma, a costa de perder una parte considerable de sus beneficios por esta vía.
De esta forma, desde que Immelt accedió al poder del conglomerado, puede decirse que el 65% de la General Electric 'creada' por Welch ha desaparecido, con un entorno de caídas del precio del petróleo que tampoco está facilitando la implantación del nuevo modelo. La apuesta por impulsar el negocio industrial conllevó que se realizaran grandes operaciones en el sector de hidrocarburos que ahora no están siendo compensadas con un aumento de las ventas, puesto que las compañías han debido de reducir sus gastos en este tipo de equipamiento.
Los inversores, no obstante, han reconocido el empeño por reorientar el negocio de General Electric, impuesto por Jeff Immelt, con una subida del precio de cotización de la compañía. Aunque está por ver cómo funcionará en el futuro un conglomerado industrial que cedió un peso excesivo a su brazo financiero.