Uno de los principales problemas que tiene el Banco Central Europeo desde su creación es la falta de elasticidad para adecuar su política monetaria a las nuevas situaciones económicas. Tiene su lógica. No es lo mismo decidir cómo actuar ante una situación inesperada cuando se trata del banco central de un país, que cuando afecta a diecinueve países con una moneda común y con economías tan distanciadas en materia de deuda, déficit o crecimiento del PIB.
Basta con mirar las decisiones tomadas por la Reserva Federal de Estados Unidos y el BCE. La institución que preside Jerome Powell ha modificado en seis ocasiones el precio del dinero en el año en curso. Lo ha hecho en los meses de marzo, mayo, junio, julio, septiembre y noviembre. Los tipos de interés han pasado del 0% en el que permanecían anclados desde marzo de 2020, al 3,75%, siguiendo la evolución del IPC, que en el mismo tiempo ha pasado del 1,5% al 7,8% de octubre pasado.
En el BCE de Christine Lagarde el tiempo pasa más despacio. En 2022, el Banco Central Europeo ha elevado los tipos de interés en tres ocasiones: julio, septiembre y noviembre. Han pasado del 0% en el que se habían instalado en marzo de 2016, con Mario Draghi al frente, al actual 2%. Han recorrido la mitad del camino que la Reserva Federal, pero ha parecido como un terremoto.
La banca ha reaccionado con importantes subidas en Bolsa desde el mes de octubre, pero antes ha vivido la mayor volatilidad de los últimos ejercicios. Ese caminar indeciso, hacia no se sabe dónde, es lo que ha castigado al sector bancario con la salida de cerca de 65.000 accionistas minoritarios desde el cierre del pasado año, de acuerdo con los datos publicados de los resultados de los nueve primeros meses del año.
Caixabank ha sido la más damnificada, con la fuga de más de 35.200 titulares, casi tres veces más que BBVA y cuatro veces más que Banco Santander. En términos relativos, el mayor daño se ha producido en Bankinter. El descenso en 3.390 accionistas en los nueve primeros meses del año suponen una caída del 5,95%, dado que la entidad tenía declarados 55.242 titulares a 30 de septiembre pasado. En Caixabank el descenso es del 5,3%, teniendo en cuenta que concentra 628.191 accionistas.
No solo ha sido la indecisión del BCE a la hora de subir los tipos de interés lo que ha afectado a la percepción de los bancos entre los inversores. El propio Banco Central Europeo ha lanzado mensajes poco tranquilizadores a las entidades financieras como la posible modificación de las condiciones de las operaciones de financiación a largo plazo acometidas desde la pandemia (conocidas por sus siglas en ingles TLTRO) o su devolución anticipada para que ese exceso de liquidez no pueda beneficiarse de los nuevos tipos de interés de la facilidad de depósito.
Tampoco ha ayudado a los bancos y a sus accionistas la obsesión del Gobierno de “crear” un impuesto específico a las entidades financieras y al sector energético por el “enriquecimiento” que puede representar la inflación y la subida de los tipos de interés. Con este impuesto, el Ejecutivo espera recaudar alrededor de 1.500 millones de euros en 2023 y 2024, los años de su vigencia inicial, gravando con un 4,8% los ingresos “extraordinarios” del margen de intereses y las comisiones.
Inversores institucionales
No han sido únicamente los accionistas minoritarios los que han salido de la banca. Algunos de los grandes inversores institucionales han reducido su participación, aunque haya sido mínimamente. Blackrock, el fondo que más presencia tiene en la banca española, ha bajado su participación en Bankinter, desde el 3,286% en enero, al actual 2,989% que figura en la Comisión Nacional del Mercado de Valores desde abril. También lo ha hecho en Banco Sabadell, desde el 5,141% de febrero, al 4,608 de junio.
Todas estas situaciones han tenido su reflejo en la cotización de los bancos en Bolsa. En los meses de febrero y julio, el precio de los títulos sufrió fuertes altibajos en la mayoría de las entidades. Por citar un ejemplo, en febrero, los títulos de Caixabank se movieron entre los 2,64 euros y los 3,38. La historia se repitió en julio: entre los 2,70 euros y los 3,98%, diferencias poco habituales en un sector tan regulado como el bancario. Las acciones de BBVA bajaron de 6,58 euros a 5,29 euros en febrero y en verano de 5,32 euros a 4,12.
Ahora, despejadas buena parte de las incertidumbres, la banca empieza a recoger los frutos de una política monetaria menos laxa. Sabadell, Caixabank acumulan subidas en los que va de año superiores al 50%; Bankinter, por encima del 45%, y BBVA, más del 12%. Solo Santander se mantiene con signo negativo, aunque muy próximo a la neutralidad, en una bolsa, como la española, que aún presenta pérdidas en estos once primeros meses del año.