Si a alguien se le preguntara dónde se han construido los mejores coches del mundo a lo largo de los tiempos se le agolparán muchos países: Alemania (no hace falta explicación), EE UU (con la producción en serie y los fastuosos coches de las películas), Reino Unido (Rolls Royce, Jaguar), Japón, Francia, Suecia, incluso ahora Corea… Pero conviene poner sobre el papel a España, un país sin tradición industrial pionera, pero que sin embargo ha tocado el cielo en el sector de la automoción, a golpe de pura genialidad. Casi improvisación.
Muchos antes de la guerra civil, Hispano Suiza era una marca de vehículos de lujo que competía en Europa con Rolls sin el menor desdoro y en EE UU ganaba en carreras a marcas como Bugatti, Duesemberg, Packard…
En la posguerra, nuestro país tenía una carencia total de vehículos, tanto privados como industriales. El franquismo creó la Empresa Nacional de Automoción (Enasa), de la que surgió Pegaso, capaz de crear el innecesario pero insuperable Pegaso Z-102 y Z-103, un coche deportivo inasequible para la sociedad, pero considerado entonces el mejor auto fabricado hasta la fecha.
Un dineral
Conseguir cualquier de los escasos ejemplares que quedan significa hoy en día pagar alrededor del millón de euros.
Asimismo, un país totalmente necesitado de camiones para restablecer los abastecimientos en una economía de cartilla de racionamiento, fue capaz de fabricar los camiones Pegaso. Las publicaciones especializadas consideran que el modelo ‘Barajas’ fue el mejor camión del momento, a pesar de que era excesivamente caro para el transportista del momento.
Pegaso fue lo que fue gracias a un personaje que debería ser estudiado en los colegios: Wilfredo Ricart, hombre que hubo que fichar de Ferrari, donde era jefe de ingenieros. Anteriormente, estuvo en Alfa Romeo. España era un país sin coches, pero un español lideraba las mejores marcas italianas. Algo insólito.
Genial
Otro personaje auténticamente glorioso en la historia de la automoción es Eduardo Barreiros, mecánico gallego capaz de fabricar un camión militar que se impuso en un concurso de suministro para el ejército portugués a General Motors o Mercedes.
Imponerse tal vez sea un término corto: el Barreiros pasó por donde sus competidores se quedaron embarrancados, dándose el gustazo el español de sacarlos a remolque, conduciendo el propio don Eduardo su propio camión, con chaqueta y corbata.
El secreto inicial de su éxito fue una idea tan descabellada como genial: convertir motores de gasolina en diesel por poco dinero. Posteriormente, fabricó autocares, tractores, coches de baja gama… todo, a precios accesibles para el español medio. Pero le falló capacidad gerencial: imponer las ventas a plazos fue bueno para el desarrollismo, pero Barreiros careció de directores financieros capaces de manejar aquello. El riesgo de bancarrota le obligó a echarse en manos de Chrysler y allí acabó la historia de la marca Barreiros, aunque la continuó en Cuba, con la marca Taino.
¿Qué decir de Seat? Comenzó a operar bajo licencia Fiat y, aunque en teoría fabricaba los mismos coches, el rugido de los motores Seat es historia viva del desarrollismo y la transición.
De culto
Las motos no fueron una excepción. Paco Bultó es historia viva del motociclismo. La marca Bultaco es de auténtico culto y hay más ejemplares en EE UU que en la propia España.
Podrían añadirse más marcas: Derbi, Montesa, Sanglas, Puch… Máquinas de primerísima línea, que ya no existen.
Resulta una auténtica pena que España no haya sido capaz de mantener ninguna marca propia. La globalización pero, sobre todo, la falta de gestores, tienen la culpa. Pegaso fue vendida a Iveco, Seat a Audi-Volkswagen…
En tiempos como los actuales, en los que el tejido industrial será sin duda una de las claves para aquellos países que quieran afrontar con más garantías el futuro, es una lástima que España no tenga ninguna marca viva.
La resurrección de Bultaco es una magnífica noticia. La compañía prevé exportar casi la totalidad de su producción. Ojalá ocurriera lo mismo con otras marcas. Muchos españoles preferirían apoyar una marca autóctona que otra foránea, sin duda.