El Gobierno ha dado el pistoletazo de salida a la carrera para confeccionar los Presupuestos de 2016. Y lo hace elaborando un nuevo cuadro macroeconómico y un techo de gasto en un contexto mucho más favorable. Sin embargo, a pesar de la enorme distancia con respecto a la coyuntura recesiva de otros años, varias dudas asoman en el horizonte sobre las cuentas públicas. Y la primera de ellas es el estado de los ingresos de la Seguridad Social. En los Presupuestos de 2015 se esperaba que las cotizaciones sociales creciesen casi un 7 por ciento. Sin embargo, si se examina la evolución presupuestaria del sistema de pensiones, las cotizaciones sólo están creciendo un 1,45 por ciento, en parte lastradas por la tarifa plana, en parte debido a que los nuevos empleos cotizan bastante menos que los que se jubilan. Y esa diferencia implica que los Presupuestos están perdiendo en torno a 6.000 millones de euros sobre lo previsto.
Otro tanto sucede con los ingresos de la Agencia Tributaria, que sólo repuntan en términos homogéneos un 3,7 por ciento, por debajo del 5,4 por ciento de incremento vaticinado en los Presupuestos. Y en este caso la diferencia asciende al entorno de los 3.000 millones de euros, una brecha que además se verá engordada por los 1.500 millones de euros adicionales que costará el adelanto de la rebaja del IRPF a julio de 2015. Es decir, por el lado de la recaudación hay que compensar unos 10.500 millones de ingresos para que la cosa vaya conforme estaba planeada en los PGE 2015.
Por otra parte, el gasto en prestaciones de desempleo está cayendo alrededor de un 18 por ciento sobre lo gastado el año pasado y todavía más si se compara con lo presupuestado, de forma que por este capítulo el ahorro podría acercarse a los 5.000 millones de euros respecto a los Presupuestos. Y lo mismo sucede con los intereses de la deuda, cuyos ahorros sobre lo previsto en las cuentas públicas podrían alcanzar los 1.500 millones. Es decir, en total faltarían unos 4.000 millones de euros para cuadrar las cuentas, con el peligro añadido de que las Comunidades vuelvan a descontrolarse.
No en vano, la Autoridad Fiscal Independiente ya denunció que Cataluña podría incluso triplicar el objetivo de déficit que le asignaba Hacienda. Y las que cambian de gobierno bien pueden tener la tentación de aflorar déficit de los anteriores ejecutivos para poder comenzar con el contador a cero, lo que empeoraría bastante los registros de las Autonomías, una vez más en claro riesgo de incumplimiento de los objetivos de déficit. Por no hablar de que algunos ayuntamientos controlados por partidos más favorables al gasto también podrían tener la tentación de reducir su superávit incluso si la regla de gasto sólo les permite en principio aumentar los desembolsos en la misma medida que aumenta el PIB. Sólo el superávit de Madrid supone la friolera de 1.239 millones de euros. De modo que este año los riesgos para cumplir la meta del 4,2 por ciento de déficit son evidentes.
Por el momento, en los datos consolidados hasta abril del conjunto de la Administración Central, Seguridad Social y Administración Regional sólo se recorta el déficit un 10 por ciento cuando debería estar bajándose un 32 por ciento. Vamos, que la cosa en los primeros cuatro meses del año no pinta nada bien. Y cualquier desviación de este año acabará lastrando los Presupuestos del próximo ejercicio, los cuales dedicarán además todo el incremento de los ingresos tributarios a engordar la financiación de las Comunidades Autónomas.
Por último, otra cosa llamativa del nuevo cuadro de perspectivas económicas estriba en que la previsión de creación de empleo se mantiene en los mismos niveles a pesar de que el PIB está creciendo más. ¿Qué explicación tiene esto? Pues en principio debería achacarse a una leve mejora de la productividad. Durante la primera fase de la recuperación, el PIB ha avanzado al mismo ritmo que el empleo, una cosa desde luego poco habitual. El motivo era que las empresas se habían sobreajustado, dejando la plantilla en los huesos y aumentando espectacularmente la productividad. De modo que en cuanto vieron una recuperación de la demanda tuvieron que volver a contratar con brío. De ahí que todo el crecimiento de los últimos tiempos se haya destinado exclusivamente a la creación de empleo, lo que a su vez se reflejaba negativamente en la productividad. Sin embargo, no parece lógico que ese ritmo de creación de puestos de trabajo continúe con la misma fuerza. A partir de ahora, deberíamos esperar un ritmo de generación de empleo ligeramente inferior, sobre todo al ver cómo la inversión crece a tasas del 6 por ciento y apuntala la productividad. ¿Y qué consecuencia acarrea esto? Pues que lamentablemente deberíamos esperar que el PIB vuelva a crecer algo por encima de la ocupación. O dicho de otro modo, que los ritmos tan fuertes de creación de empleo apuntados en el cuadro macroeconómico de los próximos años podrían estar un poco inflados.