El 14 de julio falleció en Barcelona el empresario Lorenzo Marco Sarrió, a punto de cumplir los 93 años. Su nombre quedará siempre unido a SARRIÓ PAPELERA DE LEIZA, la empresa que fundara en 1948 junto con su tío, Salvador Sarrió, cuando solo tenía 19 años, y que se convirtió en los años 70 y siguientes en la papelera más importante de España, con fábricas en Navarra, País Vasco, Cataluña, Aragón y Andalucía, y luego en una multinacional con presencia en cuatro continentes.
Lorenzo Marco Sarrió formó parte de un reducido grupo de empresarios que en los años cincuenta protagonizaron la epopeya del desarrollismo español, una generación de emprendedores que sin experiencia previa, sin saber idiomas y sin másteres enrimbombantes escuelas de negocios, se pusieron el mundo por montera y se embarcaron en la industrialización de España y en su salida a los mercados exteriores, en un entorno político indiferente, cuando no hostil, y por supuesto sin dinero, sin patentes y sin personal debidamente formado.
Lorenzo Marco Sarrió formó parte de un reducido grupo de empresarios que en los años cincuenta protagonizaron la epopeya del desarrollismo español.
Cómo pudo tener éxito esta generación en ese empeño es algo que quedaría en el más absoluto de los misterios, si no atendiéramos a la personalidad que caracterizaba a estos empresarios: motivados a salir de la escasez y a sacar de ella a sus familias, tenaces y sacrificados y, sobre todo, dotados de un profundo y sincero sentido de la responsabilidad. Como en los versos de Gabriel Celaya, Lorenzo Marco Sarrió se sentía como ”un ingeniero, o un obrero, que trabaja con otros a España, a España en sus aceros”.
Y por eso convirtió a Sarrió, de una inicial pyme de alcance local, en una gran corporación papelera multinacional que aprovechó las políticas liberalizadoras de los años 60 para dar el gran salto. Y los productos de Sarrió se hicieron populares entre los españoles, especialmente la línea de papeles pintados que durante muchos años decoraron las paredes de aquellos nuevos pisos que se construían en los ensanches de las grandes ciudades.
En 1978 Lorenzo Marco debió afrontar la crisis de carácter planetario que desató lo que se llamo “el segundo shock del petróleo”. Para entonces la empresa había crecido mucho y también los créditos que sustentaban sus inversiones, y Lorenzo Marco se vio en la tesitura de tener que presentar lo que entonces se llamaba suspensión de pagos y hoy es el concurso de acreedores.
Y en estos años difíciles volvió a demostrar por qué era un gran capitán de empresa: siguió gestionando la compañía con esa tenacidad y meticulosidad que le distinguía, y unos años después se convirtió en el primer gran empresario español que sacaba a la compañía de la suspensión de pagos, habiendo sido él mismo quien la presentó, doloroso trance en el que tuvo la colaboración de José María Cuevas, a la sazón director general de la compañía. En los años 80 y siguientes SARRIÓ PAPELERA DE LEIZA volvió a vivir años de gran prosperidad, y hoy forma parte con sus fábricas de una gran corporación multinacional.
Hay personas que heredan un erial y, sin embargo, dejan un vergel a la generación siguiente. Lorenzo Marco era de este tipo de personas, a las cuales les debemos el nivel de vida que hemos alcanzado, porque fueron grandes generadores de riqueza y de puestos de trabajo. Su último servicio a la Sociedad lo rindió hace pocos años, cuando ya retirado patrocinó la recopilación y edición de los textos de su gran amigo José María Cuevas, fallecido en 2008, en una obra a la que puso el Prólogo y el Epílogo, y en la que escribió una emocionada biografía del que fuera Presidente de la CEOE.
Caballeroso y elegante, generoso e instruido, siempre acompañado de su fiel Juan Seivane, Lorenzo Marco Sarrió quedará siempre como el referente de todas las virtudes que deben adornar a un verdadero empresario, a un verdadero capitán de empresa, que es lo que Lorenzo siempre fue. Descanse en paz.