Algunos españoles cargados de voluntarismo esperaban que el debate de anoche les ilustrara, de forma clara y asequible, sobre los proyectos que albergan los candidatos a la presidencia del Gobierno por los dos grandes partidos que han ocupado La Moncloa desde 1982 para construir la España del futuro. Probablemente no habían calibrado la hondura de la degradación política y moral del régimen político de la Transición, cosa que ayer se puso en evidencia en las dos horas de pelea barriobajera protagonizada por un demagogo desvergonzado, un tipo bronco dispuesto a embarrar el campo desde el pitido inicial, y un pobre funcionario agotado y sin reflejos, lastrado por cuatro años de corrupción galopante. Eso fue lo que apareció en las pantallas de la televisión, para decepción de unos y vergüenza de tantos y tantos compatriotas sonrojados al observar en qué manos han parado sus esfuerzos fiscales y su benevolencia reiterada con unos dirigentes públicos que no saben qué hacer con el país. Una elemental reflexión democrática sobre lo ocurrido nos lleva a desautorizar de forma rotunda a ambos contendientes y a extraer algunas conclusiones. La primera de las cuales es que el olmo del bipartidismo está definitivamente seco, y no habrá lluvia de abril o sol de mayo capaz de hacer brotar de esa realidad podrida hoja verde alguna.
Una elemental reflexión sobre lo ocurrido nos lleva a desautorizar de forma rotunda a ambos contendientes y a concluir que el olmo del bipartidismo está definitivamente seco, y no habrá lluvia de abril o sol de mayo capaz de hacer brotar de esa realidad podrida hoja verde alguna
Parece lógico pensar que el debate hubiera necesitado de una introducción centrada en los antecedentes e inventario de la legislatura que acaba, ello como punto de partida para poner sobre la mesa proyectos ilusionantes de futuro, desde institucionales a económicos y sociales. ¡Vana ilusión! Desde su arranque, y sin tiempo casi para los protocolarios saludos de rigor, el monstruo de la corrupción se alzó con el protagonismo anegando cualquier posibilidad de escapar de él y fluir hacia zonas templadas de reflexión y análisis. El desesperado candidato socialista, amenazado por algunas encuestas con quedar relegado a la cuarta posición en la línea de voto, se empeñó en lanzar vehementes paletadas de barro sobre un acogotado Presidente del Consejo de Ministros que en ningún momento supo pasar del cáliz de no haber asumido en su día las responsabilidades políticas del caso Bárcenas, algo que desde estas mismas páginas exigimos en su momento, advirtiendo de las consecuencias de no hacerlo.
Desde luego que no puede resultar más sorprendente contemplar al líder del PSOE, un partido cuyo historial en el magma de la corrupción es sobradamente conocido desde los tiempos de Felipe González, convertido en el nuevo Savonarola del patio de vecinos del bipartidismo. Su éxito consistió en hacer entrar a Rajoy en el lodazal –un patético Rajoy sin un ápice de ideología, ni liberal ni de la otra, incapaz, por ejemplo, de explicar con una simple frase la elemental diferencia entre un rescate bancario y un rescate país–, y enfangarse con fruición en una pelea de barra de bar en la que no ganó ninguno y perdió España. Por supuesto que Pedro Sánchez está en su derecho de comportarse como un matón de barrio, pero los españoles están no solo en el derecho sino en la obligación de reclamar propuestas constructivas al representante del partido que ha gobernado España durante 20 años, capaces de transformar un país hoy dominado por la perplejidad y la desesperanza. Nada propuso, salvo la retahíla de eslóganes vanidosos –"vamos a gobernar para la mayoría"– que llevaba aprendidos de memoria y que son el camino a ninguna parte. Ningún proyecto económico concreto mereció su atención y mucho menos el lacerante problema catalán, asunto obviado con el mismo entusiasmo por el todavía inquilino de la Moncloa.
Los ganadores son Rivera e Iglesias
Resulta casi imposible extraer alguna conclusión constructiva de la obra de teatro montada ayer en la sedicente Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión (Campo Vidal dixit). Muy claro quedó, por contra, que Pedro Sánchez no tiene ni remotamente hechuras de Presidente del Gobierno de España, y que Mariano Rajoy está para partido de homenaje y jubilación anticipada. Los retos que España enfrenta en este momento crucial de su historia rebasan con mucho las capacidades de ambos, lo cual es una pésima noticia para el país. Por lo demás, obligado resulta constatar que los españoles no hemos llegado a la situación actual por azares del destino: sus responsables tienen nombres y apellidos y las organizaciones a las que representan, también. Más que nunca resulta obligado insistir en la necesidad de cambios profundos, como este diario viene reclamando desde su nacimiento, para invertir de forma drástica el sino de una España que, en caso contrario, parece condenada a seguir siendo víctima de la decadencia sembrada por unas elites empeñadas en manipular a su antojo a sus compatriotas.
La responsabilidad de los partidos que aspiran a entrar en las nuevas Cortes es inmensa, porque no estamos ante un relevo ordinario de legisladores, sino ante la empresa de reconstruir un Estado y un modelo económico y social que sirvan para labrar el futuro de dignidad y de trabajo en libertad que reclama la inmensa mayoría de los españoles. Ellos son, Ciudadanos y Podemos, los auténticos ganadores del debate de ayer. Nuestro deseo es que acierten, en particular Albert Rivera, y que, a pesar de sus limitaciones, a pesar de las dudas que razonablemente genera el súbito "buenismo" de un Pablo Iglesias, logren liberar a la nación del cadáver insepulto de un régimen político que se ha construido al margen y en abuso de los preceptos constitucionales que el bipartidismo dice defender.