La tragedia ocurrida en la madrugada del pasado jueves en la sala Madrid Arena es doblemente dolorosa al comprobar las mínimas comparecencias de responsables públicos para dar explicaciones. Todo se saldó con una fugaz visita de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, al Instituto Anatómico Forense; una rápida rueda de prensa del vicealcalde madrileño, Miguel Ángel Villanueva, y unas declaraciones de la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, a la agencia Efe, señalando que su hijo estuvo en la fiesta de Halloween y por tanto estaba bien informada del asunto. Esto último parece ya un chiste macabro: ¿Eso es todo lo que puede decir a la sociedad una delegada del Ejecutivo que, por otro lado, es famosa por sus intemperancias públicas en otros asuntos?
Los políticos locales no ofrecieron datos, ni información sobre dispositivos, ni investigaciones; por no hablar de la lacerante incomparecencia de portavoces del Ministerio del Interior u otros miembros del Gobierno. De nuevo, han lanzado a la sociedad un mensaje deplorable, dando la impresión de que se encontraban disfrutando del puente y que esta tragedia ha sido un auténtico fastidio para ellos, ya que les ha interrumpido su descanso. Tal vez, incluso habrán intentado retomarlo en cuanto les haya sido posible.
País de pandereta
En 1983 murieron más de 80 personas en la discoteca Alcalá 20. Fue un desastre que todavía se recuerda y que inevitablemente liga con esta tragedia, aunque sólo sea porque el organizador de la fiesta del Madrid Arena fue el mismo que reabrió la celebérrima sala de fiestas. Sobre aquel suceso pasado se podría argumentar ahora que España era un país en vías de desarrollo, con una sociedad que avanzaba más deprisa de lo que podía prever un Gobierno recién llegado al poder y con los cimientos de la democracia fraguando todavía.
Este país intentaba dejar los tiempos de la pandereta atrás y se daba de bruces de vez en cuando con acontecimientos como estos. La tragedia es impredecible y desgraciadamente aparece cuando menos se espera. Manejar avalanchas de gente presa del pánico seguramente no es nada sencillo, a pesar de que estén los requisitos de seguridad en regla y operativos. Cosa que, de momento, no se sabe todavía.
Lo que realmente no es de recibo es ver a una clase política que una vez más ha ninguneado a la población, que tan mal lo está pasando en los actuales momentos. Unas declaraciones de compromiso, unas felicitaciones a las fuerzas de seguridad del Estado y la garantía de que se investigará hasta el fondo. Y ya está. Lo de siempre. Ni desplazamientos al lugar, ni actualización rápida de información, ni comentarios esclarecedores... Nada.
Los medios de comunicación han cubierto de manera febril y en directo el asunto, como es su obligación. Pero esa intensidad no se ha visto en nuestros políticos. Una vez más se hace patente la necesidad de reclamar dirigentes comprometidos con su mandato, que no estén para cumplir el expediente y despachar los asuntos con una liviandad que roza lo ofensivo. Ayer volvió a ocurrir esto. Son ya demasiadas veces.