Editorial

Mariano Rajoy está vivo; la esperanza sigue muerta

 

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  • El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en su intervención en el debate sobre el estado de la nación.

El debate sobre el estado de la nación ha deparado una notable sorpresa incluso para los militantes y votantes del Partido Popular: el presidente del Gobierno no estaba muerto. A punto de perecer en el fondo de la ría, víctima de un ataque de asfixia provocado por la crisis económica y la corrupción galopante, Mariano Rajoy contragolpeó el miércoles con un discurso brioso y bien armado, para recuperar, cual renacida ave Fénix, parte del inmenso crédito perdido en los 14 meses que lleva en Moncloa. En el estado comatoso que presenta la nación, comprobar que el líder del Ejecutivo sigue en el ejercicio de su cargo ha supuesto una notable sensación de alivio para millones de españoles que, desgracia sobre desgracia, empezaban a sospechar que el presidente, asediado por el escándalo Bárcenas, poco menos que había abdicado de sus obligaciones. Con tan poco se conforma el español medio. Rajoy está vivo, cierto, y Alfredo Pérez Rubalcaba está visto para sentencia.

En honor a la verdad, esto es todo lo que de bueno podría decirse de los dos días de debate habidos en el Congreso de los Diputados. Y ello porque el cruce de intervenciones y reproches no permiten albergar esperanzas fundadas sobre la evolución positiva de los graves problemas que sufre España. Aturdido por la envergadura de la crisis, el Parlamento se ha mostrado incapaz de salir de su ensimismamiento y no ha ofrecido al país alternativas creíbles a lo que viene haciendo el Gobierno, ni siquiera en un asunto tan demoledor como el de la corrupción: Rajoy lo ha despachado con la propuesta de hablar con todos los partidos para introducir nuevas leyes (¡será por leyes…!) al respecto, sin darse por aludido en algo que le afecta a él, a su partido y a su grupo parlamentario. En el resto de materias, ha ratificado su intención de continuar con las políticas en curso, sin la menor autocrítica sobre sus resultados, y ha desoído cualquier sugerencia encaminada a revisar la estructura del Estado que, a nuestro juicio, condiciona gravemente la ansiada salida de la crisis general.

Después de repetir que se encontró un déficit superior al previsto, Mariano Rajoy ha enfatizado que, gracias a sus políticas, hemos recuperado el aliento y estamos en vías de corregir el desajuste presupuestario. Según él, el déficit público ha quedado por debajo del 7% en 2012, y a finales del año en curso podrían empezar a atisbarse las primeras luces del cambio. Dispuesto, caiga quien caiga, a cumplir sus compromisos con la Unión Monetaria, mantiene que se ha podido evitar el rescate, ignorando el crédito bancario de hasta 100.000 millones de euros aprobado por la UE en junio de 2012, y las ingentes sumas otorgadas por el BCE a nuestra banca, como ha recordado recientemente el gobernador Draghi. Por su parte, la deuda ha crecido exponencialmente, con un coste excesivo que fagocita las mejoras derivadas de los sacrificios exigidos a los españoles. Con el fin de suavizar tanta arista, el presidente ha prometido movilizar una línea de crédito de hasta 45.000 millones para autónomos y pymes, sin mayores precisiones y con un tufo claro a déjà vu.

La nave colectiva en las únicas manos del PP

En materia política y constitucional, el jefe del Ejecutivo considera que el Estado funciona, que su estructura es adecuada y que no cree oportuno suscitar su revisión. Según su tesis, en España tiene que cambiar todo menos aquello que afecte a las estructuras políticas y partidarias, y a la simbiosis de éstas con las oligarquías económico-financieras del país. No es de extrañar, por ello, su desdén para los que proponen cambios o para aquellos otros que se conformarían con la limpieza del chapapote de corrupción que inunda la vida pública. La verdad es que ni unos ni otros, salvo UPyD, han querido entrar a hacer la biopsia del tumor que amenaza la estabilidad política y el porvenir de nuestra pobre democracia. Cada día que pasa se nota más el agujero negro creado por la crisis de un PSOE desacreditado y sin liderazgo, y la renuncia de los nacionalistas, igualmente enfangados en la corrupción, a cualquier reclamación que no tenga que ver con sus particulares ensoñaciones. Todo lo cual ha hecho posible, como antes se apuntó, que el jefe del Gobierno haya quedado como amo y señor en un Parlamento acogotado y alejado de la ciudadanía.

Aunque sabemos que no hay milagros ni bálsamos de Fierabrás, sí creíamos que en el Congreso de los Diputados se iba a producir una auténtica tormenta de ideas capaz de ofrecer a los españoles dos cosas: higiene pública, por un lado, y propuestas de cambios políticos y económicos, por otro, para recuperar el ánimo y la esperanza. No ha sido así, de modo que la nave colectiva queda ahora en las únicas manos del PP. Nada nos haría más felices que tener que reconocer un día que Rajoy y su Gobierno acertaron con el rumbo correcto. El peso provocado por la desconfianza de sus incumplimientos, su renuencia a limpiar la casa de corruptos y su obcecación a la hora de proseguir el camino económico emprendido, a pesar de los amargos frutos cosechados en términos de paro, nos obligan a refugiarnos en la cautela, si no en la desconfianza lisa y llana. Por el bien de todos, es hora de que el presidente del Gobierno recapacite.

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