La pura verdad es que la cosa no pintaba bien. Las “israelitas” de las 3 de la tarde no habían hecho más que confirmar la mala impresión causada por la oleada de encuestas a pie de urna de primera hora de la mañana. La esperanza de acercarse al 30% de los votos y a los 140 escaños parecía cada vez más lejana, y en la sede del Partido Popular (PP) en la calle Génova empezó a cundir el desánimo, sensación acrecentada por la incomparecencia en los pasillos de los líderes, con Mariano encerrado a cal y canto en su despacho como es habitual en él.
En el exterior, en plena calle, no obstante, se habían hecho los preparativos correspondientes para festejar lo que, en mayor o menor medida, todo el mundo daba por jornada electoral victoriosa. Desde la 1 de la tarde, algunos operarios se habían afanado en el montaje de un andamio de varios metros de altura a las puertas de la sede nacional, sobre el que se improvisa un balcón con tablones de madera que permite la aparición de los líderes en caso de victoria arrolladora y entusiasmo sin límites. Al balcón de marras, sobre el que Rajoy celebró la mayoría absoluta lograda en noviembre de 2011, se accede desde el despacho de la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, situado en la primera planta del edificio.
El andamio se tapa con una lona de grandes dimensiones, naturalmente de color azul, con el lema de campaña del partido: "España en serio", y detrás la palabra "Gracias". A la hora del cierre de los colegios electorales, las 8 de la tarde del 20D, en los alrededores de la sede de Génova había lo que se dice cuatro gatos, hasta el punto de que el tráfico seguía circulando arriba y abajo con libertad. Y empezó el recuento, y el PP pareció salir con relativa fuerza, como 126 escaños, pero pronto se hundió por debajo de los 120 y aquello empezó a oler a tragedia. La cosa se fue recuperando esforzadamente con el paso de las horas, hasta quedar finalmente en los 123 escaños. Demasiado poco para las expectativas, casi nada si se repara en el que partido de la derecha acababa de dejarse por el camino 63 escaños.
Pero al PSOE no le habían ido mejor las cosas, sino al revés (90 diputados), de modo que aritméticamente el PP era el ganador de las duodécimas elecciones generales de la democracia española. Y había que celebrarlo, incluso haciendo de tripas corazón. Rajoy tenía que salir al balcón de Génova a lucir tipo. Mucho antes de que, en torno a las 11,30 de la noche, tan señalado evento tuviera lugar, a alguno de los “fontaneros” en ejercicio se le ocurrió echar un vistazo al exterior para descubrir que la calle estaba desierta, de modo que lo de salir al balcón a lucir sin nadie en la calle, sin saludos, ovaciones y banderas, iba a ser un completo bochorno. Un pitorreo histórico.
"Todo el mundo fuera"
Y entonces tocaron retreta. Todo el mundo a la calle. Todo el personal, desde simples secretarias a ministros del Gobierno que se hallaran en la sede para la ocasión, tenía que salir a la rue a hacer bulto. Y además tenían que tirar de móvil y llamar con urgencia a simpatizantes y amigos para que, a toda velocidad, se presentaran en Génova 13 dispuestos a mostrar un entusiasmo sin límites por la victoria electoral alcanzada. Y todas las plantas se vaciaron de gente. La consigna fue taxativa: “todo el mundo fuera sin excepción”.
Adentro no quedó más que el alto mando, prácticamente los 7 u 8 que asomaron al balcón su cuerpo serrano para celebrar la amarga victoria del PP de Mariano. Su esposa, la pobre Viri con gesto lloroso, quizá lo único sincero de aquella noche triste, y el incombustible Javier Arenas, una especie de inmortal garrapata adherida a las entretelas del partido de la derecha española. Y en la calle estaba don Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, rodeado de sus seis escoltas, obligados también a hacer bulto, concediendo improvisadas entrevistas a los pocos medios que le pidieron opinión. Todo un espectáculo crepuscular para ilustrar la debacle de un partido que puede pasar de la mayoría absoluta a la oposición, y a la ruina, casi en un suspiro.