Esperanza Aguirre dio una de las sorpresas de su primer Gobierno en la Comunidad de Madrid nombrando en 2003 como consejero de Transportes a Francisco Granados, que entonces había revalidado la alcaldía de Valdemoro por mayoría absoluta.
Aguirre no conocía a Granados, uno más del partido. Pero durante la precampaña electoral de 2003 alguien le dijo que había que visitar la llamada ‘aldea gala’ del PP en el sur, que no era otra que Valdemoro. Mandaba Francisco Granados que estaba rodeado de ciudades con gobiernos socialistas, como Asterix en la Galia Romana. Aguirre quiso saber cómo se había logrado ese hito. Y viajó al sur.
El alcalde la recibió en la estación de Cercanías. Le mostró la ciudad, donde casi un 40% de los habitantes tenía menos de 40 años, y Aguirre quedó maravillada. Buenas calles, avenidas cuidadas y limpias, impuestos razonables...
Los jóvenes cuando compraban una casa, a precios más baratos que en las localidades cercanas, recibían la ‘caja de bienvenida’. Esta caja contenía un mensaje del Ayuntamiento dándoles la bienvenida y explicándoles con un mapa dónde podía encontrar el colegio para sus hijos, dónde estaba la zona verde más cercana, el polideportivo y cómo se llegaba a los puntos más importantes de servicios de la ciudad.
El Plan General planificaba bien, había polideportivos, garajes obligatorios, los colegios eran públicos, pero había cooperativas apoyadas por el Ayuntamiento, centros de salud,… Parecía la ciudad perfecta y era gobernada por el PP. Ese escaparate, más la simpatía personal del alcalde, llevaron a Aguirre a nombrar a Francisco Granados consejero de Transportes, una de las carteras estrella de su Gobierno.
La caída fue más rápida. El espionaje contra el Ayuntamiento y otros asuntos llevaron a Granados a salir del Gobierno. El exconsejero comenzó a moverse para intentar agradar a Rajoy y su gente, lo que molestó en la regional del PP. Aguirre ha dicho en público que le cesó cuando se enteró de que había filtrado a la prensa que se iban a reducir los liberados sindicales que había en la Comunidad de Madrid.
Pero la realidad era otra. Granados comenzó a comer con periodistas y una persona le dijo a Aguirre que durante una de estas comidas había dicho que la presidenta no estaba curada de su cáncer y que su marido estaba tan afectado que había caído en una fuerte depresión. Esperanza Aguirre le llamó a su despacho y le cesó fulminantemente.