Hace mucho tiempo que la lotería ya no es lo que era. Antes se decía que se tiraba la casa por la ventana porque, como te caían una lluvia de millones, podías cambiar de casa, de muebles y de vida. El único consuelo que nos queda ahora es el Euromillón o el sorteo del Niño, que sí permite dejar tu trabajo y cambiar sensiblemente tu existencia.
Pero imaginen por un momento que compran un número entero y ése, precisamente ése, es el gordo de la Navidad. Bien, esto que les parece un sueño ocurrió en 1930. Un tío abuelo del adjunto al director del diario ABC, Ramón Pérez-Maura, tenía una fábrica en Cuba y decidió agasajar a sus empleados regalándoles un décimo de lotería de Navidad a cada uno de los operarios.
Como los sindicatos ya daban por el saco en aquella época, les pareció muy mal y exigieron al "patrón" que en vez de darles el décimo les diera un aguinaldo por el importe del billete. El familiar de Ramón obedeció para evitar conflictos laborales y se quedó con un número entero y casi sin tiempo para repartirlo con nadie.
Cuál fue su sorpresa cuando días más tarde se celebra el sorteo y el número escogido con el Gordo es el suyo. El cabreo sordo de sus empleados no pudo amortiguar la enorme felicidad pero sobre todo el pastizal que se llevó el empresario y del que probablemente todavía se benefician sus herederos.