Aprendiz de jurista en el último curso en la Universitat Pompeu Fabra. Enamorado de su pueblo, Molins de Rei, fundó y participó en una candidatura municipalista que no obtuvo representación.
Hace días que la política, lejos de ser el noble ejercicio de lo posible para solucionar entuertos, se ha convertido en uno de ellos, y de los gordos. Solo hace falta echar un vistazo, una vez tras otra en los últimos tiempos, a los estudios demoscópicos que preguntan al respecto de los mayores problemas que percibe la ciudadanía de este país – entiéndase como tal, qué más da, Cataluña o España. La política se ha convertido en un problema.
Pues bien, con el paraje desolado para jóvenes, mayores, familias, trabajadores, autónomos y empresarios de la grave crisis económica de 2008 a 2013, las consecuencias de la cual todavía perciben en sus propias carnes millones de compatriotas, está labrada la mejor tierra para que de los fangos de la desesperación, ira y rabia de los gobernados damnificados hacia los gobernantes impotentes surjan los lodos, en el seno de la clase política, de la manipulación, las mentiras, las soluciones sencillas a problemas complejos, la búsqueda de chivos expiatorios ajenos y los viajes a Ítaca.
Si a uno le da por observar el panorama político, llega a la conclusión que la élite política que marca el rumbo del país no se merece al país que gobierna
¿Quién hay al frente de todo esto? Si a uno le da por observar el panorama político, llega a la conclusión que la élite política que marca el rumbo del país no se merece al país que gobierna. Sólo hace falta, una vez más, observar: operaciones de marketing comunicativo, jugadas maestras, descalificaciones por doquier, no reconocimiento del interlocutor, palabrería vacía, populismo legislativo y pan y circo mediático para las masas. Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra.
En Cataluña, por si fuera poco, a esta reciente crisis de representación política se le añade el histórico y conflictivo problema del encaje territorial con el Estado. Este es un tema espinoso, lleno de matices, múltiples interpretaciones históricas y altas dosis de irresponsabilidad de ambas partes enfrentadas durante estos últimos años. Qué voy a contarles al respecto que no sepan, negar que existe el entuerto seria el equivalente político a afirmar que la tierra es plana.
La sociedad catalana necesita un espacio político con una clara vocación de gobierno, con voz propia y sin ataduras con partidos de ámbito estatal, que desde el catalanismo defienda sin complejos el hecho nacional de esta tierra y los frutos de este (instituciones históricas, competencias, lengua, legislación, cultura, tradiciones, etc.) en perfecta harmonía con la España plurinacional e integradora, proyecto colectivo de millones de ciudadanos, y en la construcción de una Europa unida, justa y próspera. Para ello, este nuevo espacio político debería ser garantía de los puntos que siguen:
Garantía de certeza y estabilidad
No hay mayor válvula de oxígeno en un clima de incerteza – económica, social, política, etc. – para los jóvenes, mayores, familias, trabajadores, autónomos y empresarios que una oferta política con vocación de gobierno que apueste claramente por la estabilidad. Estabilidad no es un concepto vacío al que apelar cuando se nos acaban las ideas, estabilidad es la forma de gobernar que capta el complejo, a la par que frágil equilibrio de múltiples factores que hacen que este país tire adelante. Como si de un gran engranaje compuesto de pequeñas piezas se tratase, garantizar el progreso del país depende de la atención que se preste a cada una de estas pequeñas piezas.
No hay mayor certeza para el futuro de las próximas generaciones, que de por sí se plantea incierto, que una sociedad que apuesta por un mañana estable, seguro y de progreso.
Garantía de honestidad y transparencia
Lo que no debería ser una opción se ha convertido en ella. El hartazgo de la ciudadanía hacia una clase política generalmente deshonesta y opaca pone de relieve la necesidad de recuperar el valor de la verdad. La verdad es el mejor antídoto a las jugadas maestras y los viajes a Ítaca, constituye el pilar sobre el que se asienta la confianza de la ciudadanía hacia los gobernantes, tan básica para un sistema de representación política. Si dicha confianza en tiempos pretéritos se podría dar por sentada, ahora hay que ganársela con liderazgos cercanos y accesibles y un plan de gobierno viable y tangible.
Garantía de pragmatismo y moderación
Partiendo de la idea que la política es o, por lo menos debería ser, el empleo de medios posibles para la consecución de fines deseados, la política, sin renunciar al debate de ideas sobre el modelo de sociedad que cada uno anhela, tiene que abandonar los viejos mantras ideológicos irreconciliables del pasado y apostar por un modelo de sociedad en el que todos nos podamos sentir incluidos y amparados.
La sociedad catalana necesita un espacio político con una clara vocación de gobierno, con voz propia y sin ataduras con partidos de ámbito estatal
Asimismo, puesto que los matices de la realidad desembocan en múltiples contradicciones, solo desde la moderación y el seny que nos caracteriza, pero también la visión pragmática en la exploración de las soluciones posibles, seremos capaces de gestionar los numerosos retos a los que se enfrenta este país: cambio climático, globalización, envejecimiento de la población, precariedad, flujos migratorios, inseguridad económica y social, encaje territorial, etc.
Por todo ello, ha llegado el momento de decir basta y de constatar que está en nuestras manos acabar con esta malograda situación. Neguémonos a aceptar que el cinismo de la clase dirigente y la desafección política de los gobernados son los males necesarios que nos tenemos que tragar para que el sistema funcione. Ha llegado la hora de plantear una alternativa tan necesaria como posible.
A este propósito, este año habrá elecciones en Cataluña y los catalanes tendremos la oportunidad de poner fin de una vez por todas a la dinámica tan nociva, polarizante y conflictiva que ha imperado en la arena política. A tal fin surge la necesidad de construir un espacio político garante, al que hacía mención, fuerte, atractivo y capaz de apelar a las mayorías de este país.
Este año habrá elecciones en Cataluña y los catalanes tendremos la oportunidad de poner fin de una vez por todas a la dinámica tan nociva, polarizante y conflictiva que ha imperado en la arena política
Lliga Democràtica, junto con otros cuatro grupos políticos de carácter por el momento minoritario o embrionario (Units per Avançar, Lliures, el País de Demà y Convergents), comparten un diagnóstico, programa político y soluciones al conflicto. No existe, a mi modo de ver, ninguna razón de peso para que la unidad de estas fuerzas en la construcción de este nuevo y necesario espacio político no se produzca y cristalice en una candidatura electoral.
Pero, previo a presentar a la sociedad catalana una alternativa de moderación, consenso y acuerdo, hay que dar ejemplo, en especial cuando las diferencias y dificultades para que dichos grupos vayan hacia a la unidad se superarían con la generosidad y responsabilidad que les hace dignos de la ciudadanía a la que pretenden representar, especialmente en los difíciles momentos en los que nos encontramos. No ha de escapársenos que la no-unidad de este espacio y, en consecuencia, el descalabro electoral del mismo, condena a la sociedad catalana a un lustro más de conflicto.
En este sentido, en las próximas semanas se producirá el congreso de unificación de Lliga Democràtica y Lliures, a la espera que Units per Avançar, el País de Demà y Convergents aúnen también sus esfuerzos para hacer posible una candidatura catalanista unitaria, moderada y de centro, con posibilidades de poner fin al tedio del conflicto y del estancamiento que demasiado hace que sufre Cataluña.
El tiempo apremia, cada día que pasa es una oportunidad perdida. Está en las manos de sus dirigentes convertir esta alternativa necesaria en una alternativa posible.
Hay margen a la esperanza.