"Es una buena noticia que hayamos conseguido que ETA haya renunciado por fin a imponer su proyecto político a través de la muerte, el miedo, la violencia y la exclusión" y todo ello "sin ningún tipo de concesión política", dijo el líder del PP, Mariano Rajoy el pasado jueves tras conocer el comunicado de ETA. El mismo día, su portavoz en el Parlamento Europeo, Jaime Mayor Oreja, sentenciaba que el comunicado "es la contrapartida de la banda terrorista a un Gobierno del que ha recibido importantes concesiones", es más, "tiene apariencia de final sin final definitivo".
Entre los dos mensajes media el abismo que demuestra, una vez más, la existencia de los dos "espíritus" que conviven, a veces mejor, a veces peor, en el seno del PP.
Cuando estallan los asuntos políticos más sensibles, las dos almas populares vagan a su libre albedrío. Lo sucedido esta semana es una foto fija nada desdeñable: de un lado Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, del otro, Esperanza Aguirre, el ya citado Jaime Mayor Oreja, Carlos Iturgaiz o Juan Cotino.
Reparto de papeles
¿Conviven? Pues lo cierto es que sí. Al fin y al cabo a Rajoy no se le escapa que las palabras y las reticencias de la presidenta de la Comunidad de Madrid son compartidas por un sector nada desdeñable del electorado popular, el mismo que le permite a Aguirre arrasar en las elecciones autonómicas. No hay pues, un reparto de papeles intencionado, pero Génova se limita a comentar aquello de que "la postura oficial del partido es la que expresa Rajoy" mientras deja que el contrapunto lo pongan otros dirigentes del partido.
A quien todavía no hemos podido oír es al expresidente del Gobierno José María Aznar. Participó, en primera fila y con discurso inaugural, en la convención del partido los pasados días 6, 7 y 8. Expresó su total respaldo a Rajoy además de su voluntad de hacer campaña allí donde le reclamen, que suele ser en bastantes sitios. Pero posiblemente su posición respecto al comunicado de ETA esté más próximo a las reticencias de Aguirre y al rechazo de Mayor Oreja que al buen recibimiento que le dispensó Rajoy.
Las dos 'almas' populares, que alimentan a un amplio espectro del centro, del centro-derecha y de la derecha, emergieron el día que Rajoy decidió romper amarras con el pasado, diseñar un nuevo modelo de partido para las primeras décadas del siglo XXI y demostrar que, aunque las gaviotas son las mismas, no lo son ni sus dirigentes ni sus maneras de afrontar los problemas. Al fin y al cabo, el empeño de Rajoy, inaugurado tras salir vencedor en el congreso de Valencia de junio de 2008, no es muy distinto a lo que hizo, y deshizo, José María Aznar, llegar al liderazgo del PP, en 1989, aunque, en su caso, hubo menos resistencias.
Ruptura con la herencia
Fue en los prolegómenos del congreso valenciano cuando Rajoy hizo uno de sus movimientos más significativos, sentando las bases de lo que ha ido haciendo poco a poco con el partido. La espantada de María Sangil por su disconformidad con el documento político congresual, del que ella era ponente, le permitió renovar a fondo el PP en el País Vasco. Una generación de jóvenes dirigentes, --que, como sus mayores se jugaban todos los días la vida--, rompieron con toda la herencia de Mayor Oreja, lo que ha permitido, por ejemplo, que el PP se haya convertido en el sostén del socialista Patxi López en la Lendakaritza.
Aznar limpió una formación política lastrada por siete vicepresidencias, se quitó de encima de un plumazo a dirigentes disidentes como Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, renovó todas las direcciones regionales y hasta le metió mano a las Nuevas generaciones para hacer 'su' partido. Pero si pudo hacer todo aquello sin que el PP se le partiera en dos fue porque el poder real de los populares entonces era muy escaso.
En cambio, Rajoy llegó a la candidatura popular y a la presidencia del PP con muchas más hipotecas: la primera, unas baronías potentes, seguras de su poder; la segunda, un equipo que no era del todo suyo y que no lo ha terminado de ser siquiera tras la cita congresual de Valencia, donde puso a prueba, sin duda, su capacidad de resistencia casi ilimitada.
Pero es Rajoy, y no Aznar, a quien le corresponderá administrar el posible fin de ETA si gana las elecciones. Y el gallego tiene que saber coordinar la chaqueta de mero candidato con la de próximo inquilino de La Moncloa. Además, sus habituales conversaciones con el todavía presidente del Gobierno, en lo que puede considerarse un discreto traspaso de poder, le han hecho investirse ya de hombre de Estado, de Gobierno, y desde las alturas del poder las cosas se ven, paradójicamente, mucho más cerca.