Rebelión en las aulas, sí, pero no se trata de la típica algarada utópica en plena Universidad de la Sorbona. Tampoco de una bronca de instituto, impulsada por alumnos asiduos al botellón, ni siquiera de un movimiento 'Indignado' con aureola intelectual. Se trata de un plante estudiantil en toda regla en la elitista Universidad de Harvard. Los estudiantes de esta prestigiosa universidad han dicho basta ante lo que ellos consideran el vacío intelectual y la corrupción moral y económica de gran parte del mundo académico, cómplices por acción u omisión en la actual crisis económica. Palabras mayores, pronunciadas ahora por los futuros dirigentes del mañana.
El 2 de noviembre los alumnos del curso introductorio a la economía, el aula Economía 10, impartido por Greg Mankiw, abandonaron su clase en tromba y le dirigieron una carta abierta. En ella, en primer lugar, explican por qué abandonan la clase: “hoy estamos abandonando su clase, Economía 10, con el fin de expresar nuestro descontento con el sesgo inherente a este curso. Estamos profundamente preocupados por la forma en que este sesgo afecta a los estudiantes, a la Universidad, y nuestra sociedad en general.”
En dicho documento recalcan la necesidad de confrontar de manera crítica las diferentes teorías económicas, es decir, que se valoren las distintas visiones de cómo afrontar los problemas económicos: “Un estudio académico legítimo de la economía debe incluir una discusión crítica de las ventajas y los defectos de los diferentes modelos económicos. A medida que su clase no incluye las fuentes primarias y rara vez se cuenta con artículos de revistas académicas, tenemos muy poco acceso a aproximaciones económicas alternativas. No hay ninguna justificación para la presentación de las teorías económicas de Adam Smith como algo más fundamental o básico que, por ejemplo, la teoría keynesiana”.
Pero no se trata sólo de un profesor torpe al que se le han subido a las barbas un grupo de alumnos particularmente díscolo. En la misiva tampoco se olvidan del papel de Harvard en la sociedad: “Los graduados de Harvard juegan un papel importante en las instituciones financieras y en la conformación de las políticas públicas en todo el mundo. Si falla la Universidad de Harvard a la hora de equipar a sus estudiantes con una comprensión amplia y crítica de la economía, sus acciones serán susceptibles de perjudicar el sistema financiero mundial. Los últimos cinco años de crisis económica han sido prueba suficiente de ello”.
La carta abierta de los estudiantes de Harvard a Greg Mankiw refleja, en realidad, una crisis más profunda de la que apenas se habla y discute en los medios de comunicación: el vacío intelectual y el escaso soporte empírico de la mayoría de las teorías macroeconómicas y microeconómicas que se enseñan en las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales de todo el mundo. Una crisis de legitimidad en toda regla.
Partícipes de la corrupción
Siendo grave el vacío intelectual de las escuelas dominantes, sin embargo, aún lo es más la corrupción moral y económica en la actual crisis, de la cual ha sido partícipe una parte del mundo académico.
Aún se recuerda el magnífico documental Inside Job de Charles Ferguson. Es el relato del descalabro global contado por sus principales protagonistas, que se han enriquecido sin mesura y que ahora, muchos de ellos, siguen en los puestos clave de las finanzas de Manhattan y con altos cargos en la administración Obama.
Una de las partes más interesantes son las entrevistas a determinados académicos que formaron parte del establishment: Martin Feldsterin, Gleen Hubbard, John Campbell, o Frederic Mishkin entre otros, que cobraban astronómicas minutas por sus charlas, su consultoraía o sus informes, pagados en abundancia por los bancos de inversión que generaron la crisis.
Los economistas de las principales universidades estadounidenses abogaban por un mundo neoliberal, en el que los mercados financieros actuaran a sus anchas, sin supervisión ni regulación. Esos economistas justificaban sus conclusiones con sesudos informes repletos de tópicos, y con complicadas herramientas econométricas que ocultaban el vacío intelectual de sus trabajos. Como se decía anteriormente, la mayoría de estos autores eran, además, consultores o directamente empleados de las grandes entidades financieras, las grandes beneficiadas de tales informes.
Jugosos pagos
Un ejemplo era ver como el documental ponía contra las cuerdas a Frederic Mishkin, que estuvo en el consejo de gobierno de la Reserva Federal. Antes de la caída de Islandia redactó un informe titulado “Estabilidad financiera en Islandia” alabando el sistema financiero de aquél país. Después del crack volvió a la enseñanza. Eso sí, antes cambió el título de su informe y pasó a llamarlo “Inestabilidad financiera en Islandia”. Por dicho informe cobró alrededor de 150.000 dólares, pagados por la Cámara de Comercio de Islandia. Y, como con Miskhin, Inside Job nos revela distintos casos de ese papel legitimador de los economistas.
Tanto la reacción de los estudiantes de Harvard como del documental Inside Job pone de manifiesto una realidad que muchas veces los economistas olvidamos. La economía es una ciencia social que estudia unas determinadas actividades del hombre y las relaciona con el entorno en el cual se desarrollan tanto en el presente como en su perspectiva histórica. Lo hace desde una posición empírico-teórica que implica ciertas hipótesis sujetas a contrastación con la realidad.
Por lo tanto, la ciencia económica debería ser una ciencia empírica que construye teorías y modelos a partir de la sistemática observación de la realidad. En este sentido, detrás del actual “pensamiento único” o “consenso de Washington”, lo que se presenta como verdades indiscutibles, en realidad reflejan juicios de valor, alimentados por la ideología dominante, en este caso la neoliberal.
No se sabe aun si esta reacción de los alumnos está conectada con el movimiento 'indignado' global, pero lo cierto es que es un fiel reflejo del descontento de la sociedad ante una crisis causada por unas élites que han contado con apoyos políticos, económicos y académicos. Estos últimos les daban presunta legitimidad, pero han acabado por desprestigiar a los templos del saber con más reputación del mundo.