Circula con profusión estos días un supuesto dialogo entre Jean-Baptiste Colbert, político francés que se desempeñó como ministro de Finanzas bajo el reinado de Luis XIV entre 1.665 y 1.683, y su mentor, el famoso cardenal Mazarino, primer ministro francés –sucesor del también cardenal Richelieu- desde 1642 (primero con Luis XIII, luego con la regente Ana de Austria, y finalmente bajo el reinado de Luis XIV) hasta su muerte, en marzo de 1661. La autenticidad del texto no ha sido probada, aunque resulta por demás verosímil dada la afición del cardenal de italiano origen a gravar con impuestos cualquier cosa que se moviera y hacerlo, además, sin previo aviso, y su insaciable codicia, cercana a la rapiña, que le llevó a acumular una de las mayores fortunas de la época, más o menos como nuestros famosos corrutos pero a lo grande. Colbert, que había sido durante años secretario particular y más estrecho colaborador de Mazarino, le sucedió como primer ministro a la muerte del poderoso clérigo. He aquí el texto del supuesto diálogo, contenido en “Le Diable Rouge”, una comedia dramática de Antoine Rault, parte del llamado Repertorio Clásico Francés:
Colbert. Para conseguir dinero, hay un momento en que ya no es posible seguir engañando al contribuyente. Me gustaría, Señor Superintendente, que me explicara entonces cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello…
Mazarino. Cuando un simple ciudadano está cubierto de deudas, va a parar a la prisión. Pero el Estado… Cuando se habla del Estado, eso ya es distinto. No se puede mandar a prisión al Estado. Por tanto, el Estado puede continuar endeudándose. ¡Todos los Estados lo hacen!
C. ¿Cree usted eso? Con todo, necesitamos dinero. ¿Y cómo vamos a obtenerlo si ya hemos creado todos los impuestos imaginables?
M. Se crean otros nuevos…
C. Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.
M. Es cierto, eso ya no es posible.
C. Entonces, ¿sobre los ricos?
M. Sobre los ricos tampoco. Dejarían de gastar, y un rico que no gasta condena a muerte a centenares de pobres, al contrario que el rico que gasta.
C. Entonces ¿qué podemos hacer?
M. ¡Colbert, piensas como un queso de gruyere o como el orinal de un enfermo! Entre los ricos y los pobres hay una gran cantidad de gente, tipos que trabajan soñando con llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos, cada vez más, siempre más, porque cuanto más les robemos más trabajarán para compensar lo que les quitamos. ¡Una reserva inagotable!
La oportunidad del diálogo (se non è vero…) viene a cuento de la fuerte carga emocional que entre los españoles ha provocado la espectacular –escandalosa, diría un liberal de pro- subida del IRPF decretada por el Gobierno Rajoy el último viernes del pasado año, subida que lo ha convertido en el más brutalmente progresivo de los países de la OCDE, una reforma del impuesto sobre la renta que a Pérez Rubalcaba le hubiera encantado hacer y que no hizo porque no se atrevió. El resultado es que a los 41.300 tipos que declaran ganar entre 175.000 y 300.000 euros por año, y no digamos ya a los casi 29.000 que dicen ingresar por encima de esa cifra, el golpe del 30 de diciembre les obligará a pagar 20.000 euros más al año solo por ese impuesto, y como es gente (profesionales liberales que han triunfado en sus respectivas carreras) con ahorros y bienes inmuebles, les tocará también de lleno la subida del impuesto sobre las rentas del capital y el IBI. Una sangría, típica de un socialismo ancien régime, que desincentiva el interés de las clases más dinámicas de la sociedad por seguir en la brecha, impropia, desde luego, de un partido que se dice liberal.
Perseguir a los culpables de tanta fechoría
Como no podía ser de otra manera, rápidamente ha saltado a la arena la tesis –en Vozpopuli brillantemente expuesta por Javier Ruiz- que trata de desacreditar esa supuesta progresividad con el argumento de que “la clase media pagará el ajuste”, lo cual es una verdad propia de queso gruyere o de orinal de enfermo, porque las clases medias, tanto más cuanto más desarrollado sea el país, siempre correrán con la parte del león de cualquier política fiscal, sencillamente porque son muchos más, son la inmensa mayoría: casi 17,5 millones de declarantes (entre 17.707 y 53.407 euros anuales de ingresos medios), frente a 150.000 que dicen ganar entre 120.000 y 300.000 euros. Según Vozpopuli, en España “el 95% de quienes pagan IRPF declaran cobrar menos de 53.400 euros al año. Sólo un 5% de los contribuyentes confiesan tener nóminas de más de 53.000 euros anuales. Eso significa que de los 4.111 millones que se van a recaudar, 3.893 los pagarán las clases más bajas”. Lo cual no empece la consideración de nuestro impuesto sobre la renta como el más progresivo de toda la UE. Obra, además, de un Gobierno de la derecha.
El vértigo provocado por las medidas tomadas en el último Consejo de Ministros de 2011 parece llevó al Gobierno Rajoy a tomarse un respiro en el primer Consejo de Ministros de 2012, de modo que el aluvión de nuevas iniciativas que se barruntaba quedó en agua de borrajas, aunque alguno de los culpables de nuestros males quedaron este jueves 5 marcados con lápiz rojo: una extensa red clientelar de empresas públicas dependiente de los Gobiernos autonómicos cuya funcionalidad real nadie conoce, en general dotadas de una ilimitada capacidad para endeudarse, sin apenas controles, y convertidas en pesebres en los que colocar familiares, amigos o simples conocidos, amén de conmilitones. Una situación que propala en el exterior la imagen de país de pandereta acostumbrado a la falta de rigor y al incumplimiento sistemático de la Ley. Los datos sobre la quiebra de la Generalitat Valencia que está publicando este periódico no pueden ser más expresivos de este estado de cosas. No puede ser que el Gobierno central –avalista, de grado o por fuerza, de última instancia- haya abdicado de su responsabilidad de fijar el techo de gasto autonómico, y que la Ley no cumpla con su obligación de perseguir a los culpables de tanta fechoría.
Mejorar la imagen de España en el exterior
Se haya tomado o no un respiro, el Gobierno no tiene tiempo que perder. Seis meses para completar el ajuste se antojan demasiado tiempo a la luz de las tareas pendientes. Y ello porque el humor colectivo de los españoles, y naturalmente su paciencia, se va a ir agriando conforme vayamos entrando en este maldito 2012, de modo que el goteo de medidas se antoja estrategia desafortunada, porque el ciudadano medio va a ir perdiendo semana tras semana su templanza, se va a ir cabreando progresivamente, y puede que llegue a marzo muy remontado, hasta el punto de que meterle entonces otro supositorio de 22.000 millones de euros resulte misión imposible, so pena de poner en peligro la paz social.
La rapidez en la toma de decisiones tiene que ver con la tarea inaplazable de mejorar cuanto antes la imagen exterior de España, imagen hoy por los suelos, como los capos de las grandes empresas han hecho ya saber a Rajoy: “la idea que fuera tienen de España es que esto es un desastre, que estamos con el agua al cuello y que no vamos a poder pagar nuestras deudas”, aseguraba esta semana uno de ellos. “Ese sentimiento se ha hecho realidad en la Bolsa: el dinero extranjero ha huido en masa, y todo el que podía vender ha vendido ya. Desde ese punto de vista, solo nos queda mejorar, pero para que eso sea posible el Gobierno, con De Guindos a la cabeza, tiene que convencer al ancho mundo de que nuestros problemas están acotados y que vamos a cumplir nuestras obligaciones, porque somos un país serio”. Trabajar para mejorar la imagen de España en el exterior, y hacerlo también de cara al interior, para intentar vencer el desánimo que parece haber echado raíces en la sociedad española, oponiendo al pesimismo de la razón el optimismo de la voluntad.