El subidón de las europeas se deshilacha apenas tres semanas después de las urnas. El debate sobre la abdicación del rey ha plasmado el panorama que más desea Mariano Rajoy. Un partido en el gobierno fuerte, sólido, templado y predecible. Un primer partido de la oposición con trazas de partido de Gobierno y con respeto institucional. Unos nacionalistas abrazados a la queja y al victimismo y unos grupos de izquierda y ultraizquierda disparatados, con sus camisetas/pancarta, sus gritos a la república, sus escarapelas tricolor... su desvarío.
Podemos, la gran sorpresa, y casi susto, de los comicios europeos, mostrando su verdadera faz, con listas cerradas y codazos por el control del aparato. Y fuera de las Cortes, los convocantes de la manifestación 'Rodea el Congreso', apenas reunieron a quince y sus cuñados. El terremoto que se anunciaba para la próxima temporada otoño-invierno ha empezado a desinflarse. La estrategia para las generales empieza a encontrar su camino: el PP o el caos. La democracia o el guirigay.
Objetivo cumplido
La aprobación parlamentaria de la ley orgánica de la abdicación, quizás legalmente innecesaria puesto que la Constitución es muy ambigua en este punto ("en el caso de dudas...", reza la Carta Magna), ha resultado de enorme utilidad para el Gobierno. Mariano Rajoy, sin despeinarse, consiguió su objetivo. Una vez más, no pretendió pasar a la historia en un momento crucial y sin precedentes. Se mostró en estado puro, moderado, prudente y empeñado en transmitir seguridad y confianza en este tránsito imprevisto en nuestra Jefatura del Estado. "Nunca en la historia de estos dos últimos siglos, se ha producido una sucesión con la normalidad con la que se produce ésta". Fuera miedos, fuera inquietudes. Aquí está el PP, con su mayoría absoluta, para evitar sobresaltos.
El pacto con el PSOE funcionó como un reloj. Pérez Rubalcaba, más 'hombre de Estado' que nunca, se llevó la gloria efímera de la mañana. Comprometió a su partido con el reciente pasado y le engarzó al incierto futuro que se abrirá el próximo día 19, con la proclamación de Felipe VI.
El aviso de las europeas
El resto vino por añadidura. Los partidos minoritarios de la oposición, en especial un Cayo Lara particularmente histriónico, aterrado ante la crecida de Podemos, unos nacionalistas menos garantes de la 'gobernabilidad' que nunca, y el batiburrillo liliputiense de la ultraizquierda, en disparatada competencia por ver quién la hacía más gorda, dibujó a la perfección el panorama. En suma, piensan en Moncloa, las europeas han sido un aviso, un serio correctivo, un toque de atención, pero hay lo que hay. El fantasma del frentepopulismo mete miedo o da la risa.
Una sociedad cansada por los ajustes y los sacrifcios, harta de la corrupción, fatigada ante la inoperancia de su clase política, no echará todo por la borda, no se la jugará a la carta del 'gran vuelco' a la vista de quiénes son los encargados de llevar el timón. El 'show' del Congreso de ayer se antojaba más un 'casting' de Wyoming que una sesión parlamentaria.
La hecatombe del PSOE
El principal problema sigue siendo la hecatombe del PSOE, con Rubalcaba de salida y la inestabilidad instalada en el cuarto de banderas. El PP necesita un partido socialista sólido para desbaratar el reto de Artur Mas y tranquilizar el frente catalán. La dimisión de Pere Navarro presagia nuevos corrimientos de tierras. Lo que menos necesita ahora Rajoy es al largocaballerista Madina como 'partner' en la oposición. Pueden pasar muchas cosas en la familia socialista hasta las generales. De momento, el horizonte está demasiado convulso como para hilvanar estrategias conjuntas.
Pero por ahora, el seísmo de las europeas, que tanta inquietud causó en la Zarzuela, ha amainado. Y una vez más el 'marianismo' parece haber funcionado. Jesús Posada acertó este miércoles con su tolerancia proverbial. Enerva a muchos de los suyos, pero ayer hizo un pleno al quince. "Quien no se encuentre a gusto, que se vaya al bar", vino a aseverar en un momento del surrealista debate. A los de las camisetas y banderolas hay que dejarles hacer, permitirles que se expresen tal cual, porque se ahorcan solos. No hacer nada, como le gusta a Rajoy. Y confiar en que el futuro rey demuestre la habilidad y sabiduría que se le supone.