"Esto no lo entiende la gente. Hay que dar muchas explicaciones". La advertencia de Alberto Núñez Feijóo fue el detonante definitivo para que Mariano Rajoy se apeara del burro. Las palabras del presidente de la Xunta retumbaron con estruendo en las estructuras del partido y de Moncloa. Rajoy regresaba de China casi ajeno al terremoto que había provocado su decisión de colocar a José Manuel Soria en un cómodo sillón del Banco Mundial. En ese preciso momento, todo empezó a cambiar. Veinticuatro horas después, el presidente en funciones telefoneaba al exministro de Industria y le pedía que se olvidara de sus planes en Washington. No estaba el horno para bollos. A regañadientes, Soria cedía, tras emitir un comunicado en el que explicitaba que se iba en contra de su voluntad.
En el comité ejecutivo nacional de este sábado, antes de que Rajoy embarcara rumbo a la reunión del G20, apenas se habían escuchado voces discrepantes en Génova. Juan Vicente Herrera y su mano derecha, Rosa Valdeón, la primera en dar la cara mediante un tuit, habían mostrado su malestar con el nombramiento. También Cristina Cifuentes, a su manera. Y Esperanza Aguirre. Poco más. El runrún del malestar circulaba por las terminales de la formación conservadora a ritmo ultraligero. Soraya Sáenz de Santamaría, tras el Consejo de ministros del sábado, se había puesto delicadametne de perfil. Es cosa del ministerio de Economía, deslizó. Es decir, de Luis de Guindos.
Veinticuatro horas después de las palabras de Feijóo, el presidente en funciones telefoneaba al exministro de Industria y le pedía que se olvidara de sus planes en Washington
El lunes, cambió todo. Núñez Feijóo, consciente de lo que se juega en las elecciones del 25 de septiembre, lanzó desde Madrid el mensaje que hizo temblar las estructuras del partido. Sus palabras llegaron como un misil a la comitiva que acompañaba a Rajoy en el desplazamiento a China. Hasta entonces, el líder del PP se había afanado ante la prensa en explicar lo inexplicable. La legalidad y la ortodoxia de un nombramiento que nadie entendía. "Esto es un bombazo", comentaban en el partido. Incluso Dolores Cospedal, ese mismo lunes, amagó con unas explicaciones vaporosas fundadas en la corrección del nombramiento y en la ausencia de vínculos de Soria con episodios de corrupción. Su salida del ministerio, el 15 de abril, se debió a su escasa habilidad para explicar los episodios de sus empresas en paraísos fiscales. Nada ilegal, nada delictivo. Pura torpeza.
Lluvia de críticas
La traca de Feijóo tuvo efectos automáticos. Se levantó la veda en el seno del partido. Ocurrió algo inaudito en el PP. Empezaron a escucharse voces discrepantes desde todos los rincones de España. Moreno en Andalucía, Bonig en Valencia, Vidal en Baleares. El tadicional silencio de los populares ante situaciones polémicas, saltaba por los aires. El joven equipo de la cúpula de Génova enviaba mensajes alarmantes. El caso Soria amenazaba con dinamitar las expectativas del PP en las elecciones gallegas y vascas. Y, el futuro de Rajoy, por añadidura.
En situaciones similares, el presidente del PP habría optado por cruzarse de brazos a verlas venir. Ya lo hizo con Bárcenas o con Barberá. Situaciones distintas pero en la misma línea. Un escándalo relacionado con la corrupción. El escenario, sin embargo, es ahora bien distinto. Los socios de Ciudadanos habían transmitido su irritación. Y las elecciones autonómicas están a tan sólo veinte días. Soria se convertiría en el protagonista tóxico de la campaña. Un disparate.
Rajoy precisa una victoria incontestable de Feijóo en Galicia para aspirar a una nueva investidura. Este sábado viaja a Pontevedra para apoyar la campaña
Rajoy escuchó la voz de alarma de Feijóo. No son particularmente amigos, ni se dispensan un afecto ostensible. Pero se entienden. A la gallega. Y se necesitan. Rajoy precisa una victoria incontestable de Feijóo en Galicia para aspirar a una nueva investidura. Este sábado viaja a Pontevedra para apoyar la campaña. En 2009, recién salido de su segunda derrota ante Zapatero, el líder del PP, conmocionado aún y casi noqueado, se volcó en las autonómicas gallegas. Organizó su propia caravana paralela a la del candidato. Y entre ambos, Feijóo y Rajoy, mano a mano, lograron que la gaviota volviera a volar victoriosamente en su tierra. De ahí, a la Moncloa. El objetivo ahora es similar. Galicia, y en parte el País Vasco, es el último clavo ardiendo al que aferrarse para salir del actual bloqueo. Rajoy dio su brazo a torcer. Escuchó a algunos altos cargos de su gobierno y del partido. Y, especialmente, atendió a la llamada de alerta de Feijóo. Inclinó hacia abajo su pulgar y Soria, nuevamente, fue defenestrado. Dos veces en cuatro meses. Hay demasiadas cosas en juego, apuntan desde Génova.
Alivio general en la formación conservadora, que se temía lo peor. El presidente de la Xunta sale reforzado de este endiablado desastre. Es el gran vencedor del desaguisado. Luis de Guindos, por contra, es el perfecto perdedor. Todas las culpas caen ahora sobre su cabeza. Se equivocó en la apuesta. Y hasta faltó a la verdad al hablar sobre el futuro de Soria. Tendrá ahora que dar explicaciones en el Congreso. Y, quizás, olvidarse de sus aspiraciones de ocupar una vicepresidencia económica en el caso de Rajoy vuelva a gobernar. "Lo había bordado en la negociación con Bruselas sobre la prórroga del déficit y la famosa multa, Rajoy estaba encantado con él", comentaban sus terminales mediáticas, abundantes y de relevancia. Incluso hay quien le calentó en su día la cabeza con la idea de convertirse en el súper Monti español.
Este giro de 180 grados de Rajoy pasará a los anales de la intrahistoria del partido. El presidente del PP es poco amigo de rectificar. Más aún cuando se trata de hacerle favores a los amigos. Soria formó parte del núcleo duro de fieles del Congreso de Valencia, tras la derrota de 2008, cuando la cabeza del líder estaba en juego. Se convirtió luego en un compañero inseparable en sus escapadas familiares a Canarias. De ahí la dificultad de adoptar esta decisión. Pero está en juego su propia supervivencia, su continuidad en la Moncloa, tan complicada. Por eso atendió el aldabonazo de Feijóo. Y cambió de opinión. Algunos veteranos del partido, incrédulos, todavía se están pellizcando. Y hablan de "la jugada maestra de Feijóo", quien se quedó en Galicia como candidato cuando, todo el mundo lo sabe, sus aspiraciones pasaban por regresar a Madrid.