Carles Puigdemont visitó ayer por primera vez La Moncloa y lo hizo con una tarjeta de presentación que no se parece en casi nada a la que Convergencia tenía hasta hace cuatro meses. Antes, podía presumir de ser la primera fuerza política en Cataluña, seguida de los socialistas, del PP, de Iniciativa y de Esquerra. Ahora, el 20 de diciembre ha colocado a Podemos en lo alto del podio, seguido de los republicanos, del PSC y de los convergentes. En el independentismo se le ha cogido mucho miedo a En Comú Podem, compañero de viaje de Pablo Iglesias, y este dato obligó ayer a Puigdemont a modular su discurso durante el encuentro mantenido con Mariano Rajoy cuando acaban de cumplirse los primeros cien días de su acceso a la Generalitat.
Rajoy acepta monitorizar junto a la Generalitat los puntos de fricción con Cataluña ajenos a la aspiración independentista
Aunque Puigdemont no renuncia al programa de máximos para hacer de Cataluña un Estado independiente, le urge más solucionar el desafecto electoral motivado por una tesorería en precario y unas dificultades de financiación que le impiden esquivar los recortes en sanidad, educación y otras políticas sociales. Ello explica que ayer se presentara en La Moncloa con un extenso memorial de agravios y la oferta de que Oriol Junqueras, como ‘número dos’ del Gobierno catalán, explore con Soraya Sáenz de Santamaría a partir de la semana que viene los puntos de coincidencia que puedan favorecer acuerdos para que un sector de la población catalana llegue a la conclusión de que, por fin, alguien intentar poner freno a sus estrecheces, más allá de los alardes soberanistas.
Puigdemont aún carece de garantías para poder aprobar los Presupuestos autonómicos de 2016 porque la CUP sigue declarada en rebeldía y administra como puede un endeudamiento que supera los 66.000 millones que ha llevado a las agencias de rating a calificar las emisiones de la Generalitat como bonos basura. Con este panorama, el independentismo catalán se ha dado cuenta que pierde aceite y bajo un “escepticismo constructivo”, ha ofrecido a Rajoy volver a construir puentes estables de diálogo, normalizar las relaciones institucionales y romper así la incomunicación con la que parecía desenvolverse como pez en el agua Artur Mas.
El encuentro con Rajoy, más pendiente de la agenda social
Solo dos de los 46 puntos trasladados ayer por Puigdemont a Rajoy tienen que ver con las aspiraciones independentistas. El resto, descansa en el lógico deseo de financiar mejor las políticas sociales, disponer de mayor margen para acomodarse a los objetivos de déficit- algo que Hacienda acaba de conceder al conjunto de las comunidades- y enfrentarse a menos limitaciones legales para subir impuestos para no verse cara a cara con el Tribunal Constitucional.
Puigdemont confiesa en privado a Rajoy el miedo que Convergencia le tiene a Podemos en Cataluña
Entre los agravios figura la vieja reivindicación de que el Estado invierta en Cataluña lo que esta comunidad aporta al PIB estatal, así como los 29 recursos puestos por el Gobierno a decisiones de la Generalitat, que suman 57 en la dirección opuesta. En puertas de una nueva campaña electoral, Rajoy dejó abiertas ayer las puertas al diálogo, pero exigió a Puigdemont lealtad. La impresión que predomina en el Gobierno es que después del 26-J, el sucesor de Mas, a pesar de su carácter interino, está dispuesto a desbloquear la situación, consciente de que el aviso dado por las urnas a Convergencia puede ir a mayores dentro de dos meses si no corrige el rumbo de un desgobierno que se ha traducido en un absoluto vacío legislativo: ni una sola norma ha sido aprobada por el Parlamento autonómico en los últimos tres meses.