Pocas veces el nombre de una ciudadana, ajena a cualquier asunto relacionado con la seguridad, evidencia la conexión internacional de dos bandas terroristas que pusieron contra las cuerdas a los Estados que buscaban socavar: ETA en España y el IRA en Irlanda. Tal es el caso de Sara Renedo, que vivió en primera persona sendos atentados. Uno, en el metro de Londres; el otro, el de la masacre de la cafetería Rolando, en Madrid, del que esta semana se cumplen 50 años. Pero su experiencia traza un paralelismo en la forma de actuar de ambas organizaciones, refrendado por investigaciones históricas basadas en el apoyo mutuo y la transferencia de tecnología entre terroristas vascos y norirlandeses.
Dinamita, tuercas y mentiras: El atentado de la cafetería Rolando, investigación de los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero editada por Tecnos, abunda en los detalles que sostienen la primera masacre perpetrada por ETA, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario del atentado que se tradujo en la muerte de 13 personas en el corazón de Madrid, dejando un balance de más de 70 heridos.
ETA desafiaba con este atentado sus propios límites. Tras consumar con éxito el magnicidio de Carrero Blanco, los terroristas ponían de nuevo el foco en Madrid. Su objetivo era la cafetería Rolando, con el pretexto de que era frecuentada por policías.
El atentado de Rolando
Una pareja de jóvenes vasco-franceses, Bernard Oyarzábal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elhorga -ella embarazada-, con el apoyo de una red de apoyo urdida en la capital por la novelista Genoveva Forest, colocó el maletín cargado de explosivos en el comedor del establecimiento, eligiendo la hora con mayor concurrencia y un lugar destinado a causar el mayor daño posible.
Un procedimiento que era particularmente novedoso para la banda terrorista, tanto en el objetivo como en la tecnología empleada. Sin embargo, existen conexiones internacionales que explican las razones de ETA en la masacre de Rolando. Aunque a la postre el atentado terminaría por dinamitar las tensas estructuras internas de la banda, lo que propició su primera escisión de envergadura.
Son en torno a las dos de la tarde del 13 de septiembre de 1974. La madrileña calle Correo, cerca de la Puerta del Sol, vive su rutinario trajín diario, entre idas y venidas de trabajadores y turistas. ETA había hecho un seguimiento de la cafetería Rolando con el objetivo de atentar contra ella, como contó Vozpópuli.
La explosión sacudió los cimientos del edificio donde se ubicaba el establecimiento. Derribó paredes y cubrió el centro de Madrid en una nube de humo y lluvia de cascotes. Un cóctel letal al que los terroristas incluyeron un nuevo ingrediente: mil tuercas de unos dos centímetros de diámetro, a modo de metralla. Cada una de ellas actuó como una bala disparada por un arma de fuego.
Sara Renedo estaba en la cafetería inmediatamente contigua a Rolando. “Sin oír detonación ni ver fogonazo de ninguna clase, notó como una fuerte ola de calor con un olor fortísimo parecido al olor de la pólvora”, detalló en sede policial en declaraciones recogidas en el libro de Fernández Soldevilla y Escauriaza Escudero. Enseguida supo que el origen de esta sensación era un artefacto explosivo. “Esta experiencia, pero en menor cuantía, la sufrió en una estación del metro de Londres en noviembre del pasado año”.
Conexiones internacionales de ETA
Porque para ETA era una tecnología y una forma de actuar novedosa, pero tenía un prisma en el que reflejarse. La investigación editada por Tecnos recoge numerosos contactos entre ETA y otras organizaciones terroristas del mundo. Porque aunque ETA trataba de venderse como una organización antifranquista, lo cierto es que su existencia encajaba en la oleada de grupos revolucionarios de extrema izquierda que se extendían por el mundo.
ETA se inspiró en ellos para sostener su actividad. Así, de Cuba o Argelia bebió la filosofía de la acción-reacción: atentar contra intereses del régimen para provocar una represión que validase un nuevo atentado de mayor envergadura, hasta propiciar una espiral que desencadenase en un conflicto total.
Pero ETA también habría encontrado inspiración en el IRA norirlandés para su masacre en Madrid, según se puede deducir de los paralelismos trazados en Dinamita, tuercas y mentiras: El atentado de la cafetería Rolando. En primer lugar, por el lugar elegido. “Cuando Irlanda del Norte sufría una neumonía crónica nadie se preocupaba, pero cuando Londres estornudaba, todo el mundo tenía que prestar atención”, afirmaba el integrante del IRA Shane Paul O’Doherty en los primeros años de los setenta; antes del atentado de Rolando.
La dirección de ETA asumía la misma reflexión que el IRA. Sabían que si atentaban en Madrid provocarían una reacción mucho mayor a si lo hacían en el País Vasco, su zona de operaciones habitual.
Pero la investigación histórica profundiza en una posible transferencia de tecnología, ya fuera por imitación o por contacto directo. La comunicación entre ETA e IRA ya estaba en esa época más que establecida. Incluso llegarían a compartir escenarios de entrenamiento e instrucción en lucha terrorista.
Aunque algunas declaraciones apuntan a que ETA pudo usar metralla en algún artefacto explosivo detonado con antelación, lo cierto es que no hay ninguna prueba fehaciente de que lo hiciera hasta la cafetería de Rolando; precisamente cuando el IRA había convertido esta tecnología en su modus operandi habitual, empleando metralla con la intención de provocar el mayor número posible de víctimas mortales.
La investigación policial de Rolando logró determinar en qué momento, en qué lugar, en base a qué formación y cómo se articuló la masacre de la que ahora se cumplen cincuenta años. La autoría de ETA era clara, aunque la magnitud del atentado y las críticas sociales llevaron a la dirección a rehusar la autoría: nunca se atribuyó la masacre hasta décadas después, en un boletín interno que coincidió con el anuncio del cese definitivo de su actividad terrorista.