Son tiempos revueltos en el mundo independentista ante fechas clave como la de este domingo, festividad nacional catalana: la Diada. Nunca en la historia política de Cataluña habíamos vivido una desunión tan visible y tan evidente como la que se está evidenciando desde hace un par de semanas ante la participación del presidente de la Generalitat en la manifestación independentista. Se entiende que las entidades convocantes discrepen, que reclamen a los partidos políticos a ir siempre un poco más allá, pero lo cierto es que en el camino de la independencia que estos reclaman poco o nada se ha avanzado, si en el camino de la independencia no se ha avanzado nada.
Cinco años después de aprobarse las llamadas leyes de desconexión con el estado, pese a los informes de los letrados del Parlament que alertaban de su inconstitucionalidad, cinco años después del desastre político de proclamar durante segundos una independencia que jamás llegaría a concretarse, lo que frustró a los miles de ciudadanos que defienden la vía separatista, estamos ante la Diada más convulsa que se recuerde. Entre otras cosas, porque si flaquea la asistencia a manifestación, en la que se exhibe músculo independentista, la lectura política viene dada.
Falsas amenazas de ruptura
La tormenta independentista está servida y, como después de todas las tormentas, el cielo despejará, pasará el 11S, los partidos independentistas seguirán con sus propuestas, continuarán las disputas y tensiones y seguirán así frustrando las expectativas de aquellos que les han votado. A esta gente les resulta muy duro aceptar que, en el contexto político actual, pese a la favorable composición del Congreso y de la Cámara catalana, ni las leyes ni la Cosntitución permiten que se ejecute aquello que reclaman.
Junts, herederos de Convergència, heridos tras la crisis provocada por Laura Borrás, amenaza con romper el gobierno con ERC, supuestamente para desviar la atención porque, a escasos meses de unas elecciones municipales no van a aarriesgar el desprenderse de una cuota importante de poder y sueldos... Días atrás, en la televisión pública catalana, el president Pere Aragonés reclamaba discreción ante las negociaciones con el gobierno de Pedro Sánchez. La vía moderada, la del diálogo, se ha instalado como no se recuerda desde los tiempos de Jordi Pujol en la plaza Sant Jaume.
La Diada nunca se ha sentido como una fiesta propia por parte de quienes consideran que Cataluña forma parte de España. Más bien se trata de la puesta en escena del mundo independentista
De hecho, mucho han cambaido las cosas desde que José María Aznar reconocía hablar catalán en la intimidad. Era entonces una región próspera. Ahora es tierra calcinada. La Diada nunca se ha sentido como una fiesta propia por parte de quienes consideran que Cataluña forma parte de España. Más bien se trata de la puesta en escena del mundo independentista. la gente del común se iba a la playa a disfrutar de los últimos días de verano. Francamente, ante la situación actual, con la cesta de la compra por las nubes, tras una pandemia que ha cambiado nuestras vidas, una guerra que nos tiene en vilo, no se puede más que relativizar estas puestas en escena que pretenden demostrar quién es más independentista, quién quiere más a su tierra, quién está conmigo o contra mí, convirtieron a Cataluña en un territorio sectario.
Son muchos quienes ansían estabilidad, más si cabe con un contexto internacional tan incierto y que tanto nos afecta. Este año, en el momento de contar ovejas que tanto nos gusta a unos y a otros, veremos si los titulares van por el independentismo pierde fuelle, el independentismo se tira los platos por la cabeza o por dónde va. Como con las encuestas, este lunes será el día de hacer balance de si el independentismo está o no en buena forma. Si la calle no respira cómo piden los líderes independentistas, desde Carles Puigdemont a Oriol Junqueras, el terreno se allana para esa vía de lo que llaman mesas de diálogo que sostienen Aragonés y Sánchez.