Lo que un accidente de tráfico y un cáncer no pudieron arrebatarle, lo hizo un fraile convertido en etarra. A Félix de Diego, guardia civil retirado, le descerrajaron varios disparos en presencia de su mujer, en la localidad guipuzcoana de Irún. Llegó cadáver al hospital. Dejaba una viuda y cinco niños de corta edad. Era el 31 de enero de 1979.
Durante años, el nombre de Félix de Diego quedó diluido en la vorágine criminal de ETA. Finales de los setenta y principios de los ochenta: los años de plomo. Los crímenes se agolpaban en las portadas de los periódicos. Pero el asesinato, además de todas las tragedias que desataba, reunía dos elementos que lo hacían insólito.
Primero: ETA asesinaba al compañero de José Antonio Pardines Arcay, la primera víctima de la banda terrorista. Los dos eran guardias civiles y controlaban las obras en la carretera que conducía a Villabona (Guipúzcoa); cada uno de ellos en un extremo del tramo en reforma. Los etarras Javier Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa dispararon a bocajarro al compañero de Félix de Diego cuando éste les dio el alto y se dieron a la fuga. Aquel crimen arranca la lista de más de 800 víctimas mortales de ETA. El libro Pardines, cuando ETA empezó a matar detalla los pormenores de aquel episodio.
Y segundo: uno de los autores materiales estaba lejos del perfil habitual de miembro de ETA. Sus compinches le llamaban Igueldo; sus parroquianos, Fernando [Arburúa Iparraguirre]. Era capuchino de la iglesia donostiarra de San José Obrero -donde se encontraba en el momento de la detención-. No había colgado los hábitos cuando se integró en la banda terrorista. Tampoco cuando cogió las armas. Ni cuando apretó el gatillo y mató a Félix de Diego.
El primero de los asesinatos de la banda terrorista tiene, entre sus escenarios, una iglesia. La de Régil, en Guipúzcoa. Allí se ocultó el etarra Sarasketa tras un tiroteo con la Guardia Civil
“Lo sucedido no es cosa de un cura o dos, no; la Iglesia vasca siempre estuvo del lado de los verdugos y nunca de las víctimas”. El coronel de la Guardia Civil Manuel Sánchez Corbí, una vida dedicada a la lucha antiterrorista y autor del libro Historia de un desafío [en el que se basa la serie documental El Desafío: ETA], manifestaba en una entrevista reciente en El Confidencial que “lo de la Iglesia vasca con ETA no tiene perdón de Dios”.
El primero de los asesinatos de la banda terrorista tiene, entre sus escenarios, una iglesia. La de Régil, en Guipúzcoa. Allí se ocultó el etarra Sarasketa tras un tiroteo con la Guardia Civil, en el que murió su compañero Etxebarrieta. Pero la reflexión de Sánchez Corbí no alude a la iglesia como un espacio físico, sino que apela a sus entrañas en el País Vasco.
Declaraciones en 2020
“Que un pueblo oprimido al que quieren conquistar responda con violencia, no sé hasta qué punto es terrorismo. […] Por una parte te alegras de que su merecido se lleva y por otra parte dices: ‘No está bien’”.
Bien entrado el año 2020, las palabras del párroco de Lemona no han pasado desapercibidas. Víctimas de ETA calificaron su intervención de “gravísima”; “inaceptable”, añadió el obispado de Bilbao. Una respuesta contundente frente a la equidistancia para resumir medio siglo de terror. Pero lo cierto es que la organización criminal se ha sentido cómoda, ha encontrado muchos balones de oxígeno -y no pocos desde la propia Iglesia vasca-, en esa tierra de nadie.
Bajo el silencio, documental de Iñaki Arteta, recoge las reflexiones del párroco de Lemona y desvela la herida bajo esa venda; la del doble juego -cuando no el apoyo directo- que muchos religiosos han mantenido sobre ETA y su entorno. Tras estas declaraciones ha habido quienes han visto en el párroco de Lemona a Don Serapio encarnado, el sacerdote de Fernando Aramburu en Patria. “Nauseabundo” y “mezquino” son las valoraciones que vertió hace unos días la asociación Dignidad y Justicia, al mismo tiempo que anunciaba acciones legales sobre el religioso.
Los etarras, unos "revolucionarios"
En la entrevista a Sánchez Corbí también se alude a José María Setién. Sus palabras tenían aún más repercusión que las del párroco de Lemona; no hablaba desde el oratorio de una iglesia de pueblo, sino en calidad de obispo de San Sebastián, cargo que ocupó entre 1979 y 2000. Sobre los etarras decía que eran unos “revolucionarios” y que para dialogar con la banda “no es imprescindible que deje de matar”.
Monseñor Setién lamentaba el sufrimiento que padecían las víctimas de ETA, pero también recurría a los “padecimientos” de los miembros de la banda ante las “torturas”, los “asesinatos de los GAL” y la política penitenciaria. Palabras y gestos que levantaron una polvareda política. No fueron pocos los representantes que lamentaron la trayectoria del obispo donostiarra. Quizá una de las más críticas fuera la exdirigente popular María San Gil.
El título Con la Bilbia y la parabellum recoge algunos de los episodios más oscuros en los que se cruzaron los caminos de ETA y la Iglesia. El asesinato de Melitón Manzanas se preparó en la casa del párroco de Zeberio. Txikia, uno de los máximos responsables de ETA de su época, fue un monje benedictino. Y no han faltado las ocasiones en que los etarras han encontrado el cobijo de los religiosos en sus huidas policiales.
Cambio de ruta
Medio siglo de terror y de mensajes confusos. En mayo de 2018 ETA anunció su disolución. Casi al mismo tiempo, los obispos del País Vasco y el arzobispo de Navarra emitieron un comunicado en el que se disculpaban por el sendero que había recorrido la Iglesia en la región durante las últimas décadas: “Somos conscientes de que se han dado entre nosotros complicidades y omisiones por las que pedimos sinceramente perdón”.
El documental de Arteta, no obstante, desvela que esa actitud persiste en rincones de la geografía vasca. De momento, el obispado de Bilbao ha retirado el religioso entrevistado de sus oficios eclesiásticos. Y a diferencia de lo que ocurría en el pasado, tildaba sus declaraciones de “inaceptables”: “En modo alguno reflejan la posición de esta diócesis ni del clero diocesano sobre los temas abordados”.