Fruto del trabajo previo de varios años, el 10 de febrero de 1982 se abrieron por primera vez las puertas de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO), en el Palacio de Exposiciones del Paseo de la Castellana en Madrid.
La iniciativa, que en un primer momento fue mirada por muchos con incredulidad y escepticismo, fue impulsada por Francisco Sanuy, primer director de IFEMA y Adrián Piera, presidente de la Institución Ferial y de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, con la colaboración de Rosina Gómez-Baeza, encargada en aquellos tiempos del área de desarrollo de nuevos proyectos feriales.
Esta nueva feria de arte estaría dirigida en su primera etapa por la galerista sevillana Juana de Aizpuru. En su primera edición participaron un total de 364 artistas a través de 90 galerías, de las cuales 62 fueron nacionales y 28 extranjeras. Además de la exposición de pinturas, esculturas, fotografías y otras creaciones plásticas, ARCO estableció, ya desde su primera edición, un espacio para el diálogo y un punto de encuentro para los pensadores, creadores, coleccionistas, críticos y galeristas.
En el marco de la feria se celebró un simposio sobre arte contemporáneo en el que participaron figuras de renombre internacional como Giulio Carlo Argan, Achille Bonito Oliva o Bárbara Rose. Junto a ellos, más de 25 mil visitantes lograron sobrepasar todas las expectativas de público que se había marcado la feria.
Dos años después, en 1984, debido a la creciente actividad de la Feria de Madrid, ARCO se trasladó a las nuevas instalaciones de IFEMA en el Palacio de Cristal de la Casa de Campo. Con este traslado, aumentó su superficie de exposición, dando cabida a un mayor número de galerías. Acudieron 157 salas, de las cuales 70 fueron extranjeras, procedentes de 20 países, y 87 españolas.
Sin embargo, existía un descontento general, en especial entre los galeristas españoles, por la forma en que se gestionaba la selección de expositores y participantes. Esto precipitó la dimisión, en 1986, de Aizpuru, que fue sustituída por Rosina Gómez quien llevó adelante importantes medidas para impulsar el encuentro.
Hasta ese entonces, año 1986, el saldo de transacciones, especialmente entre las galerías internacionales, aún no era elevado. El incipiente coleccionismo privado prefería adquirir obras de artistas nacionales, aglutinando las salas españolas el 90% de las ventas de esta edición. Aprovechando esa circunstancia, Rosina Gómez-Baeza retomó la función comercial de la feria puesta en marcha por Aizpuru pero agregó otros capítulos.
Se incorporó por primera vez a la feriaun sector institucional en el que participó una representación de varias Comunidades Autónomas, el Ministerio de Cultura, el Ayuntamiento de Madrid, el Ayuntamiento deLas Palmasde Gran Canaria con el museo Néstor, el Ayuntamiento de Zaragoza, el Instituto de Cooperación Iberoamericana, el Banco Exterior de España y la Fundación Caja de Pensiones.
Para finales de la década, la feria había crecido considerablemente en su capacidad de generar un joven coleccionismo y conseguía, finalmente, poner en marcha un mecanismo realmente internacional. La representación de 218 galerías de arte contemporáneo se repartían en 146 marchantes extranjeros frente a los 72 españoles.
Los visitantes pudieron disfrutar de piezas dignas de museo de artistas internacionales como Francis Bacon, Sol Lewitt, Jean-Michel Basquiat, Lucio Fontana o Mimmo Paladino, junto con obras maestras de creadores españoles como Eduardo Chillida, Antonio López, el Equipo Crónica, Miquel Barceló o Antoni Tàpies cuyas creaciones estuvieron presentes en, al menos, 16 stands españoles y extranjeros.
Pero la ruta torció pronto, la crisis económica de los noventa a causa de la especulación económica y la subida de los precios del petróleo supuso un golpe para el encuentro, que ese año asestó el golpe. A pesar de que 1992 era un año crucial para España a causa de sus olimpíadas, la edición fue duramente criticada.
Pese a la crisis económica internacional, y las dudas sobre la continuidad del certamen con que se clausuró la edición anterior, ARCO regresaba al Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, para abrir las puertas, entre el 12 y 17 de febrero, del que pasó a la historia como ‘El ARCO de la ilusión’. Galeristas, museos, instituciones, críticos, coleccionistas y creadores apostaron por la permanencia de la feria en el panorama español. ARCO era una cita que había que defender.
La recuperación tardó en llegar dos años. ARCO rse instaló en las instalaciones del Parque Ferial Juan Carlos I, y vio aumentar la presencia de salas foráneas respecto a las últimas citas, presentando a Estados Unidos, como país invitado. Doce galerías de distintos estados norteamericanos participaron en el programa ‘USA en ARCO’ comisariado por Kevin Consey, director del Museo de Arte Contemporáneo de Chicago.
Además, la feriainauguró un nuevo espacio expositivo con el fin de impulsar el coleccionismo institucional: la muestra ‘Proyecto Salas’, una plataforma para la exhibición de importantes colecciones de entidades públicas, empresas, fundaciones y museos de arte contemporáneo. Comencó, además, el proyecto de divulgación editorial ARCO-Edición.
Tras varios intentos de apertura hacia galerías europeas -Alemania fue uno de ellos- e Iberoamericanas, continuaban los problemas sobre la real articulación de un verdadero mercado. Muchos galerías solicitaron incluso incentivos fiscales para el coleccionismo. Una feria cuya naturaleza debía ser privada quería vivir bajo el ala protectora del Estado.
Aunque en su XX edición, en 2002, el mercado del arte no era el mismo, distaba mucho de gozar de la madurez tan ansiada. Este tema tampoco se ha resuelto en la actualidad, pero eso no quiere decir que no se hubiese intentado cambiar la situación.
2006 fue la última edición de Rosina Gómez-Baeza al frente de la Feria, una enérgica Lourdes Fernández cogió las riendas de ARCO. Puso en marcha medidas que no gustaron un ápice, pero que eran decisiones necesarias si quería hacerse de la feria un punto relevante en el mapa del arte.
Los galeristas españoles se llevaron las manos a la cabeza. Introdujo 50 nuevas galerías, la mayoría de ellas internacionales. No renovó a muchas españolas. Puso en marcha un programa de coleccionistas mucho más agresivo y extendió las fechas de visitas profesionales y redujo los días de visita a todo tipo de público. ARCO era una feria de coleccionistas, no de viandantes.
Sin embargo, su segunda feria, ARCO 2008, con Brasil como país invitado, no tuvo la respuesta esperada. La crisis económica ya había hecho su entrada en el panorama. Al año siguiente, con el cambio de denominación de ARCO a ARCOMadrid como marca, el 2009 y 2010 reflejan selecciones mucho más reducidas, sujetas a las circunstancias y las posibilidades más que los proyectos realmente deseados.
La salida de Lourdes Fernández, una mujer sin duda con las ideas claras, dejó paso a un todavía sin definir Carlos Urroz quien tiene en esta edición la oportunidad de demostrar lo que en una improvisada edición pasada no pudo defender. La crisis económica continúa, ¿continuará sin embargo la inestibilidad de criterio al momento de la selección?