Fernando Prados es el capitán al frente del Hospital de Emergencias Isabel Zendal, un centro que por estas fechas y con las cifras de vacunados y contagiados debería estar más vacío de lo que está. O al menos eso pensábamos muchos, incluyendo el propio Fernando Prados. "No esperábamos tener 251 hospitalizados con la vacunación casi al 70%. Tenemos muchos pacientes jóvenes y un 15% de ellos necesitan oxígeno de alto flujo. Parece que nos queda mucha pandemia todavía y no queda más remedio que admitirlo", afirma a Vozpópuli.
Esta actitud estoica de Prados es heredera, casi con total seguridad, de las múltiples misiones humanitarias en las que ha participado como médico de Emergencias en países como Pakistán, Indonesia, Filipinas o Haití, que estos días ha vuelto a ser noticia por una tragedia a la que, lamentablemente, nos tiene ya acostumbrados.
El pasado 14 de agosto, un terremoto de magnitud 7,2 se llevaba la vida de al menos 2.100 personas y dejaba sin hogar a cerca de 30.000. Hace 11 años, el país sufría otro descomunal terremoto que supuso la muerte de más de 150.000 personas.
Por aquel entonces, Fernando Prados ni se hubiera imaginado que años después llegaría una pandemia y él debería dirigir el hospital más grande de España para los pacientes infectados por un nuevo virus. En aquellos momentos, desempeñaba su labor como jefe del Departamento de Protección Civil del Samur en Madrid.
Prados recuerda para este diario cómo fue su experiencia en el país más pobre de Latinoamérica y cómo le ayudó a tomar los mandos del Zendal:
¿Ha tenido tiempo para ver las noticias sobre lo que ocurre en Haití?
Sí. He tenido la suerte de participar en varias misiones humanitarias y una de las más importantes fue la de Haití en 2010. El trabajo fue tan brutal, tan intenso, que es difícil que de olvidar. El terremoto de ahora posee tintes parecidos al que vivimos hace 11 años. Tengo contactos todavía en el mundo de la cooperación y el Samur que me informan de qué tal van las cosas por allí.
¿Qué pasa con Haití? Esta sucesión de desgracias en un mismo país...
Haití es el país más pobre de América. Ha pasado por guerras, conflictos y tienen todas las necesidades básicas por cubrir. Cuando tienes una sociedad tan pobre, tan poco desarrollada, hay que vigilar la prevención. Hay zonas en el mundo con conocido riesgo sísmico donde se llevan a cabo medidas y protocolos de respuesta automática. En Haití esto no se da. Por eso, ante cualquier tragedia natural el país colapsa. Cuando fuimos hace años, no había organización, no había gobierno... Sin eso todos los servicios quedan a merced de la gente. La mayoría de la población mantiene su salud a través de brujos y medicina arcaica.
Hace poco conocimos que el presidente de Afganistán marchó del país, presuntamente, con 169 millones de dólares. ¿Es la corrupción también parte del mundo haitiano?
En Haití la corrupción forma parte de la vida. No se vive para progresar, tener más cultura… se vive para sobrevivir. La supervivencia es la que mueve a la sociedad. Cuando una sociedad se mueve por picaresca se genera corrupción, a o que hay que sumar violencia y pobreza. Es lo que tienen de forma cotidiana. Durante nuestra misión allí en el Hospital La Paz, que era obviamente privado, había unas monjitas españolas con años de experiencia en el terreno (alguna llevaba más años en Haití que en España). Nos dijeron que no se nos ocurriera discutir con nadie, allí las discusiones se resuelven a machetazos. Pero nos decían que no les juzgásemos por ello, que viven con esa actitud para poder acostarse y despertarse al día siguiente con la sensación de estar vivo un día más. Quizá el único aliciente que les queda. El mundo de allí no es el nuestro. Es muy difícil entenderlo si lo analizamos desde nuestra perspectiva occidental llena de comodidades.
Nos dijeron que no se nos ocurriera discutir con nadie, allí las discusiones se resuelven a machetazos
Por cierto, las noticias de Afganistán de estos días también me han recordado a cosas de Haití de hace 11 años. El presidente hatiano, René Préval, se marchó a Miami inmediatamente después de la tragedia. Los Estados Unidos se hicieron cargo del aeropuerto para que pudieran salir y entrar las personas y la ayuda humanitaria. Ellos no tienen control ni de los aeropuertos. La población se metía en el aeropuerto porque sabían que es donde iba a llegar la comida. En Afganistán pasa algo similar ahora. El presidente, que tiene dinero, vive en un mundo que no es el suyo. El que sí tiene mérito es nuestro embajador, que se queda hasta que el último que marcha.
¿Cómo empezó su odisea en Haití?
En 2010 era jefe del Departamento de Protección Civil del Samur. Ya había colaborado con la Oficina de Cooperación Internacional en misiones para El Salvador, Marruecos, Indonesia (2 veces) y Pakistán. Recuerdo que cuando pasa lo de Haití me llamaron de la Oficina y acepté ir. Salimos 4 personas para evaluar la situación y 4 o 5 días después llegó todo el contingente.
¿Cómo recibían en casa sus noticias sobre nuevas misiones?
Con mi mujer había un pequeño silencio y luego un "haz lo que quieras". Además, tengo una hija y era el mayor problema a la hora de marchar. Se cogía un enfado monumental cada vez que me iba, pero luego era la que también me daba el mejor recibimiento.
Siendo padre de familia y marchando a países en una situación tan complicada, ¿no sentía miedo?
No, en absoluto. Cuando te dedicas a esto sabes el ambiente en el que juegas. Los peligros están acotados y estamos muy pendientes de ellos.
A pesar de su experiencia en otras misiones, ¿no le sorprendió Haití?
Sí. Al llegar, en el aeropuerto de Puerto Príncipe, la situación era normal. Había marines estadounidenses y cascos azules de Naciones Unidas organizando todo. Al ir al Hospital La Paz, donde íbamos a trabajar, vimos un edificio muy grande completamente derrumbado. Resultó que era la comisaría de policía de la capital. Todavía había personas debajo de los escombros. Ahí fui consciente de que no había policía en la ciudad y la seguridad dependía de los cascos azules.
¿Cómo era la situación en el hospital?
El hospital estaba lleno de heridos. Desde muy graves a leves. No había personal sanitario. Nos quedó claro que había que hospitalizar el hospital. Sin embargo, tuvimos un problema. Naciones Unidas, que era quien controlaba la situación en el país en ese momento, nos dijo que antes de que se pusiera el sol teníamos que estar en el aeropuerto. Al principio fue frustrante. Los hospitales hay que atenderlos 24 horas, no puedes estar atendiendo a un paciente, dejarlo a medias y decir que volvías en 8 horas. Afortunadamente había profesionales sanitarios cubanos que estaban allí en misión permanente y se ofrecieron a quedarse por la noche. Esa organización nos permitió estar trabajando un mes.
¿Cómo eran los sanitarios cubanos?
Ellos aprendían nuestra Medicina y nosotros cómo se maneja a esa población, ya que la conocían mucho mejor. Hay enfermedades que no nosotros en España no veíamos ni de coña. En cambio, cuando cogimos nuestro ecógrafo se sorprendieron: “¿Tenéis ecógrafo en Urgencias?”. Estaban impresionados. Se portaron muy bien.
De los enfermos que tratasteis, ¿qué heridas o casos le sorprendieron más?
Nos llamó mucho la atención la idea que tienen los haitianos de que cuando tienes una lesión debes hacer un torniquete para que no afecte al resto del cuerpo. Esos torniquetes terminaban provocando necrosis y hacían perder el miembro del paciente. Tuvimos que hacer muchas amputaciones, la mayoría por los efectos de los torniquetes que por las propias heridas provocadas por los derrumbes. También te das cuenta de que no hay ancianos, porque la población no llega a esa edad, y de que hay niños que viven solos con todo tipo de enfermedades pero que ni siquiera caen en la cuenta de ellas porque su mayor preocupación es comer.
Ahora nosotros también hemos vivido una situación de emergencia, la pandemia, aunque a otra escala y con mayores privilegios. ¿Cómo afrontan ellos mentalmente una situación así? Refiriéndome al terremoto.
Con absoluta resignación. Ellos juegan con ese sentimiento de forma permanente. Tienen que conformarse con lo que tienen. La población no llega a preocuparse por el aspecto psicológico porque antes hay que arreglar lo demás. La población haitiana está absolutamente acostumbrada a la tragedia. Intentar traducir este pensamiento a nuestra forma de vida es imposible. Tienen necesidades primarias que no nos podemos imaginar en Occidente.
La población no llega a preocuparse por el aspecto psicológico porque antes hay que arreglar lo demás
¿Qué le marcó más de su estancia allí?
Las monjitas que mencioné antes, siempre sonriendo, siempre ayudando. Eso por un lado y, por otro, la población haitiana. Te mostraban un agradecimiento absoluto. En estos lugares la Medicina adquiere una dimensión que no conoces.. La gente te lo agradecen y valoran de forma desproporcionada. Se te quedan muchísimas cosas de la experiencia, te quedan imágenes de pacientes, lesiones, los compañeros… vives de forma tan intensa que terminan formando parte del grupo. Tengo grandes amistades por estas misiones.
¿Qué aprendió en Haití que le ayudase para su gestión del Hospital Zendal?
Sin duda, mi experiencia allí me ha ayudado en esta labor. La principal lección fue la importancia de hacer equipo con el personal con el que trabajas. Hasta cuando juego al fútbol con amigos lo pongo en valor. Buscar el compañerismo y la implicación de los que trabajan contigo es para mí una prioridad.
¿Se ha retirado definitivamente Fernando Prados de las misiones humanitarias internacionales?
Cuando vine de Filipinas dije que era la última, pero también es cierto que lo dije al volver de Pakistán y de Haití, así que no sabe… Pero sí es verdad que hay que dar paso a gente mucho más preparada y con más conocimiento. Estoy convencido de que las nuevas generaciones lo harán bien. Mi hija estudia este año sexto de Medicina y lo primero que me preguntó cuando pasó el último terremoto en Haití es: "Papá, ¿vas a ir? Y luego me preguntó si ella podía ir".
Seguro que va a haber más olas. Este virus no se ha ido y no se va a ir en mucho tiempo. Vamos a tener que convivir con él.
¿Cómo afronta lo que queda de pandemia? ¿Esperaba un Zendal más tranquilo en estas fechas?
Estaba en una hipótesis mucho más optimista. Pero apareció una variante que contagia mucho más y aunque no vemos la violencia en la respuesta inflamatoria que veíamos antes, estamos viendo casos en gente más joven y muchos más de los que yo esperaba. Como decía el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, "en esta pandemia hay que ponerse siempre en la hipótesis más mala porque es la que va a ocurrir". Seguro que va a haber más olas. Este virus no se ha ido y no se va a ir en mucho tiempo. Vamos a tener que convivir con él.