España

Khrushchev, Cavaco Silva y Dinamarca, o el largo viaje de Pablo Iglesias hacia la socialdemocracia

A la luz del documento que servirá de base para su programa económico, el líder de Podemos todavía precisa recorrer un largo periplo hasta alcanzar los postulados de una socialdemocracia moderna.

Tras haber ganado las elecciones en 1985, cuentan que el primer ministro luso Aníbal Cavaco Silva inició una gira por los países donde la socialdemocracia florecía con vigor. En su visita a Suecia, el primer ministro Olof Palme enseguida le preguntó por su programa económico. “Antes de que haya terminado la legislatura, he acabado con todos los ricos”, le respondió muy ufano el portugués. Casi sin inmutarse, el socialdemócrata sueco le espetó: “Yo en cambio prefiero acabar con los pobres”.

Y este viaje intelectual por el que ha transitado la socialdemocracia durante la segunda mitad del siglo XX se antoja esencial para poder valorar el documento económico que ha presentado Podemos, ése que servirá de base para discutir su programa. Como si se tratase de una formación de los años 60 o 70, Pablo Iglesias y compañía todavía insisten en unas ideas en apariencia bienintencionadas pero que han tenido muy poco recorrido en un mundo global y con unas economías abiertas. Pese a lo que digan, el discurso de Podemos continúa enquistado en unas ideologías del siglo pasado. No da una sola cifra justificada. Carga contra los ricos como si se pudiesen ordeñar sin límite y sine die. Y en el fondo la única solución a la que se aferran como un clavo ardiendo consiste en un cambio de política económica en Europa y el BCE... ¿Pero acaso alguien se puede creer que vayamos a hacer una expansión del gasto y del crédito a costa de los bolsillos alemanes?

Iglesias y compañía todavía insisten en unas ideas en apariencia bienintencionadas pero que han tenido muy poco recorrido en un mundo global y con unas economías abiertas

Empecemos por la renegociación de la deuda pública y las quitas. Eso de mentar la bicha del impago cuando tienes que recurrir una semana tras otra a financiarte en los mercados es sencillamente una mala idea. Si cuentas con un superávit primario, esto es que una vez suprimidos los intereses de la deuda en realidad no tienes déficit como es el caso de Italia, entonces en principio podrías hacerlo. Simplemente dejaríamos de pagar la deuda y los intereses e intentaríamos autofinanciarnos. Pero ni siquiera así se evitaría el colapso total de la economía, pues el impago lo soportarían en primer lugar muchos bancos, fondos de pensiones y ahorradores nacionales. La prima de riesgo se dispararía y, por lo tanto, se desvanecería toda la financiación del sector privado. A renglón seguido, proliferarían los cierres de empresas, aumentaría el paro y se desplomarían los ingresos fiscales… ¿O es que ya no les suena?

Y otro tanto ocurre con la reestructuración de deudas privadas. Si bien habría que facilitar más el proceso e incluso se puede ir virando paso a paso hacia un sistema que permita sin más entregar la llave de la casa y largarse como en EEUU, el cambio de un día para otro resulta harto complicado. Desprovistos de las garantías que respaldan los créditos, los bancos podrían tambalearse de nuevo tan pronto se sembrasen dudas sobre su solvencia.

Es más, en la práctica Europa ya está llevando a cabo una reestructuración encubierta de la deuda al bajar los tipos de interés a cero. Básicamente, los acreedores están renunciando a una buena parte de los intereses con tal de recuperar el principal. Sin embargo, esos tipos tan bajos a la vez también provocan que a la banca le salga muy poco rentable la concesión de préstamos.

Vuelta a las cartillas de racionamiento

Respecto a las políticas de estímulo, en Alemania ya tienen muy estudiado que cada vez que aumentan el gasto éste termina normalmente en manos de los estadounidenses y los chinos. Como sugiere Podemos, podría darse en España el experimento de subir salarios por doquier e inflar así el consumo doméstico. Sin embargo, semejante incremento acabaría en un recurso mayor a las importaciones que, a su vez, engordaría todavía más nuestros desequilibrios con el exterior. Al mismo tiempo que se descontrola la inflación, los demás países seguirían intentando contener costes y precios, por lo que perderíamos competitividad y puestos de trabajo que se marcharían al extranjero. El trabajo se haría en verdad menos productivo y, en consecuencia, daría para costear menos bienes y servicios. A fuerza de estas políticas, en países como Venezuela han terminado padeciendo la escasez de productos en los supermercados. No en vano, resulta cuando menos irónico que entre sus propuestas Podemos mencione la creación de una moneda especial para poder comprar productos de primera necesidad. En otros países y épocas, esa propuesta simplemente tiene otro nombre: se llama cartilla de racionamiento.

A fuerza de las políticas de estímulo, en países como Venezuela han terminado padeciendo la escasez de productos en los supermercados

Si además se busca crear empleo a golpe de contratar funcionarios, el gasto público se dispararía todavía más. El desembolso de recursos públicos sólo estaría justificado si genera unas rentas superiores al gasto público que conlleva. Aunque en el caso de las guarderías sí se puede fomentar el empleo entre las mujeres, no parece que elevar este gasto por lo general apuntale la economía y las finanzas del país. Se trataría pues de un empleo insostenible, muy parecido al del Plan E que ahora critican.

No obstante, Podemos pretende financiar este programa de estímulos con mayores esfuerzos para atajar el fraude fiscal, alzas de los impuestos a los ricos, más tributos para la banca y las grandes empresas y un encarecimiento de las cotizaciones sociales. En total, la cifra que brindan asciende a los 44.000 millones de euros, un 4,4 por ciento del PIB y, por consiguiente, una cantidad del todo punto insuficiente para cubrir siquiera el actual déficit público situado en el entorno del 5,5 por ciento del PIB.

Es decir, con todos esos impuestos no daría para financiar lo que ya hay de gasto. Pero es más: la voluntad de recaudar 4,4 puntos del PIB más en una sola legislatura hundiría en la miseria la economía.

El incremento de cotizaciones encarecería el factor trabajo y elevaría el paro. Una subida de impuestos para las grandes empresas desincentivaría la inversión y el empleo. Y las grandes fortunas pondrían pies en polvorosa al más mínimo atisbo de una subida de impuestos, llevándose con ellas unos capitales necesarios para invertir a largo plazo en nuestro tejido productivo. Por más que sea necesario combatir el fraude, sería imposible cazarlo todo de la noche a la mañana, y la mejora sólo se percibiría a lo largo de los años. En España nunca se ha conseguido subir los ingresos sobre PIB por encima del 40 por ciento. No hay milagros instantáneos, y a la postre eso supondría que el grueso de la factura fiscal la soportarían los de siempre, que para colmo ya sufren unos tipos muy altos para unas rentas relativamente bajas.  

Las grandes fortunas pondrían pies en polvorosa al más mínimo atisbo de una subida de impuestos, llevándose su inversión a largo plazo en el tejido productivo

No contentos con esto, Podemos también plantea la creación de una banca pública y el derecho al crédito financiado por el banco central, justo el cóctel que hizo estallar la crisis financiera: bajo la Administración Clinton, una ley obligó a las entidades a destinar una parte de su crédito a grupos sociales marginales con el respaldo de Freddie Mac y Fannie Mae. De ahí el origen de las hipotecas subprime, que además se vio retroalimentado por la política de impresión de billetes de la Reserva Federal.

De hecho, no le falta razón a Podemos cuando apunta que las rentas del capital han aumentado respecto a las del trabajo. Sólo que este fenómeno precisamente obedece a la impresión de billetes que ahora quieren fomentar y que se ha dirigido sobre todo hacia la economía financiera, en detrimento de la economía real y por lo tanto del trabajo.

El paso del ladrillo al chip

De lo que por tanto se deduce que hay que reconducir la inversión hacia la economía productiva. Pero eso no lo puede dirigir el Estado, tal y como preconiza Podemos. La conversión del ladrillo al chip no sucede porque se ponga más dinero público en ello. Tan sólo hay que echar un vistazo a los libros de historia. En 1959, el entonces máximo mandatario de la Unión Soviética, Nikita Khrushchev, viajó a los Estados Unidos y se sorprendió de lo bien surtidos que estaban allí los supermercados. Cuando a continuación vio cómo se producía en los campos norteamericanos, el líder comunista concluyó que ahí radicaba la solución. Había que expandir la producción agrícola. Pero decidió que este esfuerzo lo dirigiese el Estado, al contrario que en EEUU. Y lo mismo hizo en China Mao Zedong con su Gran Salto. Ambos fracasaron estrepitosamente.

Las colas del súper se igualan en tamaño porque los individuos por sí solos acuden a la más corta. Así funciona la economía de mercado. Los productos rentables surgen de la mezcla de decisiones de empresas y consumidores

Y la razón estriba en que carecían de la información para saber qué era rentable, cuánto se necesitaba y cuándo. Si los procesos de decisión se centralizan, resulta imposible a esa escala coordinar con acierto a todos los agentes. Se cometen errores que no pueden corregirse en el momento porque las decisiones corresponden a la cúpula. En definitiva, todo se resume en una cuestión de información e incentivos que bien puede explicarse en la cola de la caja de un supermercado. Éstas siempre se igualan en tamaño porque los individuos por sí solos acuden a la más corta. Así funciona la economía de mercado. Los productos rentables surgen de la acumulación de decisiones de las empresas y consumidores. En los países con socialdemocracias avanzadas como los nórdicos han aprendido perfectamente la lección, y procuran crear las condiciones para que esa economía de mercado prospere.  

Así, en Dinamarca, se flexibilizó mucho el mercado de trabajo a cambio de dar mayor seguridad al trabajador cuando lo despedían. En el nuevo paraíso de referencia para Podemos, el parado percibe del Estado un 90 por ciento de su anterior sueldo, pero tiene el compromiso de reciclarse y la empresa puede recortar plantilla con mayor facilidad.

Impensable a medio plazo

Sin embargo, este modelo no está exento de serias dificultades para España, ya que requiere recaudar muchos ingresos fiscales, hecho impensable en un futuro a medio plazo. De modo que la solución sigue estando en ir, poco a poco y con muchos sacrificios, recuperando una competitividad con la que generar unos ahorros que finalmente se conviertan en inversión.

Si subimos los impuestos, intervenimos las empresas, reducimos las jornadas laborales y subimos sueldos sin ligarlos a la productividad, entonces mataremos la tenue recuperación. Ése es el largo viaje por el que ha de transitar Pablo Iglesias para formar una opción creíble de Gobierno, desde Cavaco a Palme, desde Khrushchev a Dinamarca. De otra forma tan sólo se asemejará demasiado a Bildu, un partido incapaz de gestionar bien nada por su carácter populista y asambleario.   

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