El objetivo de España en el tablero geopolítico está bien definido: que sus aliados miren al sur y redoblen sus esfuerzos en doblegar las inestabilidades que se viven en el Sahel, con el terrorismo yihadista como principal elemento de desequilibrio. Tras décadas de apoyo militar a la OTAN en el este de Europa como medida de disuasión ante Rusia -espoleada en fechas recientes con motivo de la crisis de Ucrania-, España planteará a la Alianza Atlántica que atienda los “desafíos de seguridad” que se viven en África. Sin embargo, la posición de una parte del Gobierno representada por Unidas Podemos, claramente contraria a las tesis de la OTAN, amenaza con entorpecer la gestión.
La preocupación por lo que ocurre en el Sahel es creciente en varios despachos del Gobierno español. El Ministerio del Interior mantiene una relación bilateral con varios países de la región para minimizar el impacto de los flujos migratorios incontrolados en su país de origen; el de Exteriores tiende lazos con los gobiernos africanos en busca de una solución a diversos problemas que sacuden la región y apoya una batería proyectos de cooperación; y en Defensa articulan varios despliegues militares de envergadura -Mali, Senegal, República Centroafricana o Somalia- para asesorar a los ejércitos locales en su lucha contra el terrorismo o para apoyar a Francia en sus operaciones sobre el terreno.
En ese escenario de inestabilidades, Mali se convierte en uno de los principales ejes en los que se articulan los ejes de contención contra el yihadismo. España mantiene más de 600 efectivos en el marco de la misión de la Unión Europea, pero el despliegue atraviesa un periodo de profunda incertidumbre tras los últimos acontecimientos vividos. El último golpe militar dio paso a un gobierno de transición que, por el momento, ha aplazado las elecciones prometidas.
Todo ello en un momento en que Francia acusa al gobierno maliense de apoyarse en los mercenarios rusos de Wagner para reforzar sus capacidades. Mali, por su parte, ha expulsado al embajador francés del país. Y desde París ya se articula una anunciada y progresiva retirada de sus fuerzas en el Sahel.
España y el Sahel
La ministra de Defensa, Margarita Robles, apuntó en un reciente encuentro con periodistas que “cualquier retirada en el Sahel” supondría no sólo dar alas a terroristas y criminales, sino también dejar el espacio libre a otras potencias como Rusia o China. Así las cosas, España considera un riesgo delegar la lucha contra las inestabilidades en una región que considera de máximo interés geoestratégico.
Tal es la preocupación que el paralelismo con otros escenarios se dibuja solo: “La aportación internacional, aunque las condiciones no sean fáciles, resulta fundamental para evitar en Mali un vacío de gobernanza y un desastre como sucedió en Afganistán”, apuntó Robles en una reunión celebrada la semana pasada con sus homólogos europeos.
Ante ese escenario, España contempla que el apoyo a los países del Sahel en la lucha contra el terrorismo no recaiga casi de forma exclusiva en la Unión Europea, sino que la OTAN también asuma como propia la estrategia en África. De hecho, la Alianza Atlántica está en pleno proceso de redacción de su nuevo Concepto Estratégico, el documento que marcará sus líneas maestras de actuación en los años venideros, y España considera que es el momento oportuno para introducir el flanco sur en la ecuación.
La petición a la OTAN
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, lo ha apuntado esta misma semana en una entrevista publicada en Financial Times: “El Mediterráneo, el Magreb, el Sahel y el África subsahariana son vitales para la OTAN y para Europa”. Según Albares, “el yihadismo sigue ahí, así como todo tipo de tráfico ilícito: armas, humanos, drogas”, y consideró que la seguridad que se vive en la región “es enormemente frágil”: “Cada vez vemos más regímenes militares en el Sahel”. Por eso, insta a la OTAN a “pensar cuál es su papel”. Y así se lo trasladará España a la Alianza Atlántica en la cumbre que se celebrará en Madrid el próximo mes de junio.
Pero un acontecimiento inesperado ha sacudido el escenario internacional. La crisis de Ucrania ha puesto de relieve las tensiones entre la OTAN y Rusia, toda vez que ambas partes están acumulando tropas sin una solución inminente en el horizonte. España se ha alineado rápidamente con la Alianza Atlántica y la ministra Margarita Robles ha insistido en multitud de ocasiones en que somos "un socio fiable" para la organización internacional, al mismo tiempo que ha recordado los despliegues de las Fuerzas Armadas en el Mar Negro, en la frontera terrestre de los países bálticos o en los espacios aéreos del este de Europa. Misiones, todas ellas, que vienen de lejos, pero que han suscitado una agria polémica en el arco parlamentario.
Una de las voces más representativas contra estos despliegues es precisamente Unidas Podemos, socio de Gobierno del PSOE en el Ejecutivo de coalición que dirige Pedro Sánchez. "No a la guerra" es el eslogan más repetido por la formación morada, que pide la retirada de las fuerzas militares que España mantiene en la región y arremete contra el ofrecimiento de Robles de enviar una unidad de cazas a Bulgaria para ejercer funciones de policía aérea en las inmediaciones del Mar Negro.
Un mensaje que evidencia las diferencias en el seno del Ejecutivo sobre los intereses geopolíticos de España, en el preciso momento en que el Gobierno alza la voz para tratar de atraer la atención de la comunidad internacional hacia el flanco sur, incluida la de la OTAN, cuyas políticas son motivo de abiertas críticas por parte de Unidas Podemos.
Margarita Robles trató de zanjar la polémica en una entrevista en Onda Cero. "La política de Defensa la marca el presidente", instó, al mismo tiempo que mandaba un mensaje teledirigido a Podemos sobre su postura en los despliegues de España en las misiones OTAN: "No todo el mundo puede saber de todo".
Cruces de declaraciones en un momento en que no sólo está en juego la unidad del Gobierno en un asunto de máxima relevancia para el Ejecutivo como lo es la crisis de Ucrania; también lo está la estrategia de atraer a la OTAN hacia la nueva estrategia de seguridad en el Sahel, una región que España considera su "frontera avanzada" por la proximidad geográfica y los focos de inestabilidades que sacuden la región.