El nombre de la Unidad de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional, más conocidos como los antidisturbios, se asocia habitualmente a manifestaciones, protestas o altercados. Su misión, no obstante, trasciende fronteras. Sus miembros protegen a los diplomáticos españoles repartidos por medio mundo, incluso en los escenarios más conflictivos. También en Kabul (Afganistán), estos días sumido en el caos. Y, en ocasiones, pagándolo con su propia vida. Tal fue el caso de Isidro Gabino San Martín y Jorge García, muertos en la embestida talibán de 2015, el asalto a la legación en pleno corazón de la ciudad.
Carlos -nombre ficticio- es uno de esos agentes de la UIP que cumplieron su misión en Kabul. Lo hizo después del atentado, con conocimiento de que viajaba a un Kabul incierto, donde en cualquier momento la fatalidad podía cobrar forma. El recuerdo de sus dos compañeros caídos era demasiado reciente y la fuerza talibán era una constante: "Escuchábamos explosiones, disparos… pero no disparos sueltos, siempre eran ráfagas, y más disparos en respuesta". A veces más lejos; otras, demasiado cerca.
Aquel atentado lo cambió todo. Hasta entonces sólo había agentes de la UIP de la Policía Nacional, los llamados ‘la delgada línea azul’. Pero la virulencia del ataque y sus fatídicas consecuencias obligaron a recalibrar la misión policial en Kabul: se acortaron los plazos del desplazamiento a cuatro meses -antes se llegaba a los dos años- y se incluyó una fuerza de los GEO para escoltar al embajador y al personal diplomático en sus desplazamientos por la ciudad.
"El proceso de selección para ir a Kabul es difícil", detalla Carlos. Hay una larga lista de agentes que se preparan como voluntarios y que deben superar un curso exigente. "Desde que me presenté pasaron 6 o 7 años. Muchos rechazaron ir a Kabul tras el atentado y corrió la lista. Cuando llegué el momento ya era padre y te da más respeto, pero… Es una buena oportunidad laboral", detalla Carlos. Así, se despidió de su mujer y de su familia "haciéndome el fuerte" y enfiló la pasarela hacia el avión que debía llevarle al corazón de Afganistán: "Ahí se escapa alguna lágrima".
El 'yala yala' y la pistola
Kabul, Afganistán. ¿Calor? Todo lo contrario. Los inviernos son gélidos y se alcanzan temperaturas bajo cero. Desde la ventanilla del avión Carlos vio las montañas y el desierto, cubiertos en parte por la nieve. "Un país inexpugnable", detalla el agente de la UIP. El aire de Kabul pica en los ojos; el policía recuerda la contaminación derivada de las hogueras encendidas por los afganos para calentarse, en la que quemaban plásticos y toda clase de materiales tóxicos que provocaban irritación.
Los primeros días estás en constante alerta. Después te acostumbras, porque si no no aguantas la presión, pero sin bajar la guardia
Una llegada tensa. "Los primeros días estás en constante alerta. Después te acostumbras, porque si no no aguantas la presión, pero sin bajar la guardia", relata Carlos. Turnos largos y exigentes. Vestían el uniforme azul de la Policía y, para pasar más desapercibidos, decidieron hacerse con unos pantalones color árido. El famoso yala yala causó estragos; así llaman las tropas españolas a la descomposición de estómago derivada del calor, las aguas afganas y la alimentación. "Ni sé cuánto perdí, pero me quedé sin líquido dentro, eso seguro", ríe Carlos.
El policía, como sus compañeros, dormía con todo su equipo a mano. Las perneras del pantalón metidas en las botas, para enfundárselo rápidamente en caso de emergencia. "No te separas de la pistola, te acuestas con ella al lado por lo que pueda pasar". Cuando los talibán atacaron la embajada en 2015 lo hicieron con toda su fuerza y sin dar margen a la improvisación.
Los trabajadores afganos
En el exterior de la embajada había constantemente un puñado de agentes afganos de seguridad privada. Los agentes también trataban con cocineros, jardineros, personal de limpieza… "En el ejército oficial afgano, los que combatían contra los talibán, cobraban 250 dólares al mes, y el personal que colaboraba con las misiones extranjeras llegaba fácil a los 600. ¿Cómo no iban a querer trabajar con nosotros?".
Muchos de esos empleados, especialmente los encargados de la seguridad, recorrían 300 kilómetros para trabajar en la embajada española. Por eso doblaban turnos y acumulaban jornadas de 24 horas antes de regresar a su casa. De ellos, hoy por hoy, Carlos no sabe nada. Tenía noticias de ellos a través de los sucesivos agentes que han ido ocupando su mismo puesto. Teme lo peor ante las embestidas de los talibán. "Son su objetivo principal, no van a perdonar nada".
Los propios trabajadores afganos ya temían entonces lo que sería de ellos si en algún momento se retiraban las fuerzas estadounidenses y los países de la OTAN, tal y como ha sucedido este verano. Occidente abandona Kabul en una precipitada estampida y los talibán dificultan el acceso al aeropuerto a todos aquellos colaboradores afganos que trabajaron para misiones extranjeras. Carlos teme que alguno de ellos se quede atrás en el proceso de evacuación: "Ojalá puedan salir todos. De lo contrario… su futuro es muy negro".
Son memorias de un agente de la UIP en Kabul, que se entremezclan entre el recuerdo de sus compañeros caídos y sus propias vivencias. Pensamientos recurrentes que estos días vuelven con más fuerza. "No es fácil ponerse en la piel de los que ahora están ahí -reflexiona Carlos, en referencia a los 17 agentes de la Policía Nacional que permanecen en Kabul-. Gracias a su trabajo está saliendo más gente. Espero que todos regresen con la misión cumplida, sanos y a salvo".