Política

La campaña que no parece campaña en el barrio más 'indepe' de Barcelona

Nada hace pensar en las calles del distrito de Gracia de Barcelona que faltan cuatro días para unas elecciones históricas. Apenas se vislumbran unos pocos carteles eclipsados por la iluminación navideña

La campaña para las elecciones del 21 de diciembre en Cataluña no puede ser más extraña. No sólo por que haya candidatos a la presidencia encarcelados o haciendo sus mítines por videoconferencia, sino porque en las calles se respira un ambiente totalmente alejado de la contienda electoral. 

En el barrio de Gracia, donde las candidaturas independentistas arrasaron en las autonómicas de 2015, apenas se ven algunas pegatinas amarillas de la CUP desperdigadas por las señales de tráfico. Las 'esteladas' permanecen colgadas en los balcones, pero nada tienen que ver con el mar de banderas que cubrían las fachadas de las callejuelas del distrito en las semanas más cercanas al referéndum.

Apenas quedan tres días de campaña y la gente hace cola a la puerta de los cines del barrio para la película de las cinco. Ni un comentario sobre candidatos, ni sobre vetos o pactos. A medida que cae la tarde, los comercios despliegan un mercado navideño en las estrechas calles sin que la política aparezca por ningún rincón.

La frutería ecológica, la sastrería, la óptica o las peluquería hipster despachan a los clientes ajenos al mar de dudas que plantean los sondeos. La alta tensión acumulada durante los últimos meses deja paso a una extraña normalidad que en nada se diferencia de cualquier otro barrio del resto de España. 

Frente al 155 de Travessera de Gracia se encuentra un edificio okupa en el que los grafitis llaman a la resistencia. Tomando la calle de la derecha, se tarda apenas dos minutos en llegar a un callejón oscuro y sin apenas comercios. Aquí sí que sale la política, pero por pura carambola. Carrer de Domènech, reza la placa. Los 'comunes' tampoco han empapelado la ciudad. 

En el resto de plazas del barrio, las terrazas están abarrotadas y las conversaciones fluyen al calor del fuego de las estufas. Ni mítines, ni pasquines, ni Comités de Defensa de la República. Talleres de cocina, niños jugando al balón y grupos de compañeros de trabajo que se tambalean tras las típicas comidas de navidad en las que la tensión se puede cortar con cuchillo. 

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