La fotografía del “Mobile”, en la que Oriol Junqueras aparecía apoyando amablemente sus manos sobre los hombros de la vicepresidenta, es, más que un ‘souvenir’ gráfico, un símbolo de la estrategia actual. Carles Puigdemont ya no cuenta para Moncloa. Está de salida. La única obsesión del presidente de la Generalitat, que se ve ya de vuelta a sus pagos de Gerona, reside en sacar adelante unos presupuestos que le permitan abrir la puerta hacia la senda de la ‘consulta’. Puigdemont tiene miedo al fracaso. Se pliega, por eso, a las exigencias de los anarquistas de la CUP, que reclaman garantías sobre la celebración del plebiscito, digan lo que digan los tribunales y el Gobierno central. “Desobediencia”, es su único discurso.
Artur Mas encarna el peligro más próximo. El expresidente de la Generalitat está de vuelta. Quiere encaramarse de nuevo en el balcón de la Generalitat para proclamar la república catalana. Varios obstáculos amenazan sus propósitos. Los más importantes, de índole judicial. Está pendiente de su posible inhabilitación por la convocatoria del 9-N y, muy especialmente, por las gruesas salpicaduras de los casos del ‘Tres por ciento’ y Palau. Convergencia, un nombre extinto, aparece señalada en estos dos escándalos de corrupción.
Tras una semana de estruendosas revelaciones en los tribunales, Mas se niega a dimitir. Su plan es elemental y pedestre: presentarse como víctima propiciatoria del Estado, como gran mártir de la causa y, con tan manoseados argumentos, reavivar el fuego sagrado de la causa, animar a su grey y movilizar a los secesionistas en torno a su bandera. Pedecat, el nombre actual de su partido, carece de vigor social, sufre el estigma del perdedor y sería barrida por ERC en unas elecciones anticipadas, según todas las encuestas.
Mas está en la cuerda floja. Pocos dan un duro por él. El expresidente catalán, consciente de su debilidad, busca fuera una solución a sus graves problemas internos. Pretende alinear las necesarias circunstancias para conseguir una respuesta ‘desproporcionada’ del Estado, bien en forma de castigos judiciales o, en el mejor de sus escenarios, en la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que limitaría las competencias de la Generalitat. Ante este 'zarpazo', Mas se presentaría en septiembre a unas elecciones y, sueña él, las ganaría de calle.
Mas está en la cuerda floja. Pocos dan un duro por él. El expresidente catalán, consciente de su debilidad, busca fuera una solución a sus graves problemas internos
En su desesperación, Mas está dispuesto a todo, según confirman fuentes de Convergencia. Ha impulsado a su partido a promover la ‘ruptura exprés’ mediante una trampa, posiblemente ilegal, en el Parlament. El objetivo es cerrar la aireada “desconexión”, en apenas dos horas, mediante el trámite de lectura única, sin debate, ni enmiendas, ni, quizás, opción al recurso ante el Constitucional.
Además de su peliagudo horizonte judicial, ensombrecido por el cerco que se cierne en torno a su mano derecha, el esconseller Francesc Gordó, el expresidente tiene un problema en su propio partido. Apenas se trata con Puigdemont, su sucesor, y en el Pdecat, su palabra ya no se escucha con veneración. La vieja Convergencia quedó enlodada por la peste que aún emana la familia Pujol. El padre de la ‘patria catalana’ es un lastre colgado al cuello de Mas. Sólo le queda animar el fuego de las provocaciones para que un manotazo descontrolado de Moncloa le permita resucitar como el único Moisés de la senda hacia la secesión.
El colaborador silencioso
Deberá, para ello, laminar a Oriol Junqueras, su gran rival, el único capaz de interrumpir su anhelado retorno a la presidencia. Junqueras mantiene su diálogo fresco y fluido con Sáenz de Santamaría. Se muestra cauto en sus declaraciones, se pone de perfil en la reclamación del referéndum y hasta pasa inadvertido en los trámites secesionistas que se impulsan desde el Parlament. Asiente, pero en silencio.
Puigdemont y Mas se lo quieren cargar. De momento, le han endosado una misión endiablada. En su condición de conseller de Economía, deberá hacer posible que los Presupuestos, aún a debate, puedan asumir una partida presupuestaria para la celebración del referéndum. Casi 400 millones. Una misión imposible que, además, le dejaría señalado ante los Tribunales. Dotar de financiación a una actividad ilícita también es delito. Una encerrona que preocupa a Moncloa.
El actual Gobierno catalán se resquebraja. Sus dos rostros visibles, Puigdemont y Mas, están maniatados por los escándalos, el ‘3 por ciento’ crece en los tribunales. Un panorama que agrada en Moncloa. Sáenz de Santamaría ha superado los difíciles momentos del plantón de Puigdemont a la ‘Conferencia de presidentes’. Su ‘Operación diálogo’, en contacto con representantes de la sociedad civil catalana, según la agenda que le organiza Enric Millo, su embajador plenipotenciario en el Principado, ha remontado el vuelo. El principal objetivo ahora es proteger a Junqueras de los embates que le lanzan sus compañeros de Gobierno. El líder de ERC, no obstante, despierta recelos en algunos ámbitos de Moncloa. “Soraya terminará proclamándole Español del Año, como antaño hicieron con Pujol”, comentaba sarcásticamente un dirigente del PSC.
Junqueras mantiene su diálogo fresco y fluido con Sáenz de Santamaría. Se muestra cauto en sus declaraciones y se pone de perfil en la reclamación del referéndum
La obsesión de Santamaría es desactivar el trance del referéndum sin armar demasiado ruido, lo que abrirá las puertas a unas nuevas elecciones en las que su interlocutor favorito del mundo secesionista se alce con la victoria. Los recelos flotan en el Gobierno central. No se fían de Junqueras. Si es el líder de ERC, lo lógico es que pida también la independencia, señalan en ambientes del PP.
No, por ahora, es la respuesta de quienes algo conocen de los planes de la vicepresidenta. Junqueras, llegado el momento, actuaría como una especie de nuevo Pujol, el ‘pal de paller’ del soberanismo, la viga que sustenta el gran edificio de la nación catalana. Tremendos discursos secesionistas, trepidantes invocaciones a la independencia y, en el día a día, una fluida y beneficiosa relación económica y administrativa con Madrid. Gobernabilidad con profusa agitación de 'esteladas'. Como hizo Pujol durante tantos años. La vicepresidenta mueve sus hilos, activa a sus correveidiles, recluta a nuevos mensajeros para que trabajen en blindar a Junqueras de los zarpazos de sus socios de Gobierno, esos restos de la Convergencia decadente, y le diseñen un perfil amable y bonancible, con quien se puede dialogar y hasta pactar.
La primera parte de la jugada va por buen camino. Puigdemont también ha aparecido en las fotografías de las mordidas y el tráfico de influencias. Mas está hasta el cuello. El ‘procès’ está tocado. A falta de un potente bloque constitucional que tome las riendas en Cataluña, algo improbable, la única alternativa es Junqueras. Moncloa le lima las aristas, le presenta como el rostro razonable del secesionismo, y desbroza su camino hacia la Generalitat. ¿Hasta el próximo plebiscito?