El pasado 5 de julio, cuando Vozpópuli publicó que el líder del Partido Popular, Pablo Casado, se ha ofrecido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para aprobarle los presupuestos de 2020 siempre que consiga sacar adelante su investidura y que se comprometa a no subir los impuestos, saltaron todas las alarmas en el núcleo duro de Ciudadanos. Y empezaron a ver algo más clara la jugada que desde hace días se barrunta en los conciliábulos políticos madrileños.
Casado es más listo de lo que parece y, dada la histérica cerrazón en la que se ha instalado el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, emperrado incluso en no acudir a las reuniones con Sánchez, está tramando una estrategia para dejar fuera de juego a su gran rival en el campo del centroderecha y, de paso, consolidarse al frente del PP.
El primer paso consistió en ofrecer a Sánchez su disponibilidad para colaborar todo lo que sea posible durante la legislatura, con el objetivo de dotar de estabilidad a España y de evitar que el presidente del Gobierno se tenga que echar en manos de los independentistas. Eso incluye la aprobación de los presupuestos, cuyo rechazo motivó la reciente convocatoria electoral, y una serie de pactos de Estado en los que tanto PSOE como PP puedan estar de acuerdo. Entre esos pactos estaría incluso un cambio en la ley electoral para evitar que el pentapartidismo siga complicando la gobernabilidad.
El truco final
Sin embargo, la jugada final, esa que dejaría literalmente desnudo a Rivera, es la que supondría que el PP, en el último minuto, acabe favoreciendo con su abstención la investidura de Sánchez. Casado todavía no está convencido de ello, pero en la calle Génova ya hay más de un partidario que incluso llega a enumerar las cuatro ventajas que tendría esa decisión:
1.- Permitiría al PP devolver el favor que le hizo el PSOE a Mariano Rajoy en 2016 cuando su abstención propició la investidura del líder popular. Y el PP podría vender el gesto entre sus votantes como un signo de coherencia: no pueden negar ahora lo que pedían a otros hace sólo tres años.
2.- Evitaría la repetición de las elecciones el 10 de noviembre y, con ello, Casado ganaría puntos entre la ciudadanía como hombre de Estado, ya que encuesta tras encuesta se constata que una mayoría de españoles no quiere volver a las urnas.
3.- Dejaría muy tocado a Rivera, que se niega a participar de una solución a esta crisis y que está obcecado en dejar solo a Sánchez para que se estrelle y, supuestamente, que Ciudadanos pueda recoger los frutos cuando se celebren otros comicios.
4.- Permitiría a Casado ganar tiempo, pues necesita consolidar su liderazgo en el PP y cambiar por completo el partido, teniendo la tranquilidad de que no hay nuevas citas con las urnas en el horizonte.
Y es que Casado cree que, aunque unas elecciones en noviembre le permitirían ganar unos 20 escaños como consecuencia del regreso de una parte de los votantes que se fueron a Vox, en el fondo servirían para poco porque seguiríamos en la misma situación de bloqueo.
Un problema llamado Navarra
El único inconveniente que tiene Casado para facilitar la investidura de Sánchez se llama Navarra. El PSOE ha permitido que la derecha gobierne el ayuntamiento de Pamplona, pero va camino de hacerse con la presidencia de la comunidad foral con el apoyo indirecto de Bildu, el partido vinculado al mundillo etarra.
A Casado se le hace muy cuesta arriba tener que salvar la vida a Sánchez apenas unos días después de que la socialista María Chivite se convierta en presidenta de los navarros, de ahí que en la investidura que comienza el 22 de julio sea prácticamente imposible que el líder del PP se anime a echar un capote a Sánchez. Otra cosa sería en septiembre, y siempre que se compruebe que no hay otra solución para evitar la repetición de los comicios.
El presidente del Gobierno en funciones sabe todo esto porque Casado se lo ha explicado en las tres reuniones que han tenido hasta ahora desde las pasadas elecciones generales: 6 de mayo y 11 y 24 de junio. Y, por supuesto, volverán a hablar de ello este martes 9 de julio una vez que Sánchez se haya visto con Pablo Iglesias y sepa hasta qué punto el líder morado está dispuesto a apoyarle.
Rivera, una vez más, se quedaría en fuera de juego por culpa de la habilidad de sus contrincantes. Tuvo la ocasión de meter gol, pero dejó pasar el balón.
Sánchez confía en que la presión ante una nueva convocatoria electoral acabe haciendo tragar a Iglesias sin tener que hacer grandes concesiones a cambio. Eso le dejaría la puerta abierta para gobernar mediante la llamada "geometría variable", es decir, sacar adelante propuestas progresistas con el apoyo de Podemos y, al mismo tiempo, cerrar pactos de Estado con el PP aprovechando la mano tendida de Casado.
Pero, si Iglesias no se baja del burro antes de que acabe septiembre, la única opción para evitar las elecciones sería una abstención del PP en el último minuto, algo que Sánchez pedirá hasta el final y que los populares se guardan como un as debajo de la manga. De acabar sucediendo, sería un auténtico golpe de efecto y el PP quedaría como el partido responsable que, pese a tener los sondeos a su favor, prefiere evitar los comicios por el bien general.
Gran coalición, pero de tapadillo
En el fondo, sería la consumación de una especie de gran coalición entre PSOE y PP, pero sin el coste que tendría para ambos escenificarla en un Gobierno conjunto. Sánchez ganaría tiempo y Casado, altura como hombre de Estado y alternativa de Gobierno.
Si la jugada sale bien, el más tocado sería Rivera quien, una vez más, se quedaría en fuera de juego por la habilidad de sus contrincantes: tuvo en su mano meter gol, pero prefirió dejar pasar el balón... ofreciendo a Casado todo el espacio para convertirse en el nuevo hombre moderado del panorama político español.