Quim Torra y Oriol Junqueras se dieron un abrazo en el Tribunal Supremo el día que Santi Vila reconoció que los independentistas ni creían ni querían la independencia. Por eso, le pidieron que arreglara las cosas con Madrid, aunque, al final, se acollonaron y dinamitaron el acuerdo, dejando a unos cuantos de los suyos con el trasero al aire. Resulta difícil ilustrar en menos palabras sobre la sinrazón de los tipos que dirigen este movimiento, a quienes se les ha tratado con más seriedad de la que merecen, quizá al caer en la trampa de su potente aparato propagandístico, que ha rodeado de grancilocuencia lo que, en realidad, han orquestado unos personajes esperpénticos.
Hay un grupo de cinco personas, estos días, en la calle de Génova que se dedica durante varios ratos al día a cruzar la calle, una y otra vez, con pancartas y lazos amarillos. En la capital de España sorprende el frenesí revolucionario de estos aguerridos defensores de los líderes soberanistas, que mantienen su entusiasmo pese a que en las inmediaciones del Tribunal Supremo cada vez quedan menos cámaras, menos corresponsales y menos policías. En Cataluña, este tipo de liturgias son bastante más habituales, hasta el punto que, para los camioneros que circulan por la AP-7, los días no son igual de completos si no se encuentran con la carretera bloqueada. Quizá alguno, al hacerla de un tirón, se haya llegado a preguntar si Cataluña es al fin independiente.
En el día en que la Generalitat convocó otra 'huelga país' para permitir a los estudiantes saltarse las clases sin dar muchas explicaciones -y poco más-, por la sala de vistas del Alto Tribunal pasaron Santi Vila y Jordi Sánchez. Los altos despachos y la calle. Borgen y La Misión. Más o menos...
Corrían las 17.55 horas cuando el abogado de este último le preguntó por la canción que cantaban los manifestantes del famoso 20 de septiembre de 2017 a las puertas de la Consejería de Economía, en Barcelona. Era del grupo La Trinca y se titulaba Passi-ho bé (hasta más ver). "Es la típica canción que se utilizaba en las fiestas populares cuando llegaba la hora de despedirse; y dice algo así como 'vaya con dios'”.
Pues bien, el razonamiento de la defensa de Sánchez fue demoledor: “Esta canción es claramente incompatible con el deseo de retener a una comisión judicial durante 10 o 12 horas”. Aportar este argumento para tratar de desmontar una acusación de sedición no deja a quien lo pronuncia como un genio de la oratoria, precisamente; del mismo modo que ocurrió cuando Junqueras intentó disuadir al tribunal de ese pensamiento, al asegurar que aquel 20-S los independentistas cantaron a la virgen de Montserrat y que, por tanto, no había nada que temer. Habrá quien piense que ningún cantante de baladas ha obrado nunca de mala fe. Pero la lógica invita a ponerlo en duda.
Unos comediantes peligrosos
El espíritu de estos comediantes tan cínicos, irresponsables y encantados de haberse conocido lo ha descrito Santi Vila durante su interrogatorio, en el que ha relatado que Carles Puigdemont le encargó que negociara con los partidos constitucionalistas para alcanzar una 'entente'. Vila ha reconocido contactos con la cúpula del PSOE y con el Ejecutivo de Mariano Rajoy; y ha dejado entrever que ni los unos querían la independencia a toda costa, ni los otros fueron tan duros e intransigentes con los independentistas como remarcaron en su día.
La cosa fue bien y el 25 de octubre alcanzaron un acuerdo. Como es sabido, Puigdemont no cumplió con lo convenido, puesto que, desde el Palacio de Sant Jaume, comenzó a escuchar los gritos de sus acólitos, en los que le llamaban “botifler”, y le invadió el canguelo. Entonces, decidió dar marcha atrás, traicionó a Vila y llevó el farol del Govern hasta las últimas consecuencias. Después de oficializar la falsa declaración unilateral de independencia, Puigdemont tomó las de Villadiego y dejó que Junqueras y compañía se encargaran de pagar el pato de todo aquello.
Este jueves, mientras Puigdemont reflexionaba en su mansión de Waterloo, el líder de ERC se fundía en un abrazo con Torra y volvía a dejar claro que este movimiento es cosa de gente que vive de gestos vacíos y de una imagen falsa, ajeno e irresponsable sobre las graves consecuencias que podrían provocar sus actos.
Mientras sus líderes desfilan por el banquillo de los acusados y se definen como gente de paz y demócratas que defendieron el derecho a voto frente a la tiranía de un Estado opresor, en sus pueblos desinfectan el suelo que pisan sus opositores; y se sacan cordeles amarillos de la boca para denunciar la falta de libertad expresión. Mientras tanto, esos cinco tipos cruzan una y otra vez la calle Génova, con lazos y pancartas. Y nadie parece darse cuenta de que se ha perdido el norte. Y nadie parece escuchar a Vila y todos los que advierte de que todo esto es una enorme y peligrosa farsa. ¿Hay alguien ahí?