Nadie duda de que Pedro Sánchez sea un resistente. El socialista empleó esa palabra ("resistencia") para su libro biográfico y apologético. Pero el termino podría utilizarse también para hablar de Pablo Iglesias y su parábola política a lo largo de 2019. Iglesias empezó el año con los peores presagios: encaró la traición de Íñigo Errejón y Manuela Carmena, superó dos cursos electorales muy movidos y evitó las críticas internas que cuestionaban su liderazgo. Ahora, paradójicamente, cree que el viento ha cambiado y se siente incluso reforzado.
Cuando en enero Errejón le llamó para anunciar su intención de entrar en la plataforma de Carmena, a Iglesias le pudo el deseo de aniquilar políticamente a su antiguo amigo. El joven profesor de la Complutense, que empezó con las tertulias en La Tuerka a la que acudían estudiantes curiosos, ya no era la misma persona. De Mesías de los Indignados, en ese enero el líder y fundador de Podemos se encontraba en su chalet en las afueras de la capital, en un ambiente familiar y bajo el estigma de haberse convertido en "casta".
El año empezó con una cuesta arriba. Iglesias tenía por delante unas complicadas elecciones municipales y autonómicas en mayo, a las que se sumaban las europeas. El miedo a que un fracaso en mayo cerrara la historia de Podemos estuvo presente en la cabeza de muchos dirigentes del partido. Algunos prepararon incluso las maletas para pasarse a las filas de Errejón, a quien veían, debajo del paraguas de la alcaldesa de Madrid, como la opción más viable para asegurar un estilo de vida al que no querían renunciar.
Miedo al mártir Errejón
Iglesias tuvo que respirar hondo. Supo frenar su ímpetu y aplicar una táctica bien conocida en el viejo comunismo: nunca convertir un traidor en mártir. Puso la otra mejilla, y frenó el primer asalto de su exnúmero dos en un caótico Consejo Ciudadano Estatal de enero de 2019, al que siguió el alejamiento de dirigentes históricos del partido. Entre ellos, el de Ramón Espinar, escudero madrileño que decidió dejar todos su cargos por discrepancia de criterios con Iglesias.
Cuando ERC y Carles Puigdemont dinamitaron los presupuestos de Sánchez, Iglesias tuvo que aplicar en el tablero de la política nacional su instinto de superviviencia. Algunos en el partido morado plantearon incluso avanzar hacia un superdomingo electoral para aprovechar el tirón electoral del candidato. Pero Sánchez se negó, y a Iglesias le tocó pasar de pantalla. Ya sabía que el sorpasso al PSOE era asunto del pasado, ahora tocaba resistir.
El Pablo Iglesias de 2019 ya no es el emperador de los Indignados. Se parece más bien a un rey desnudo, consciente de que su objetivo es defender el trono. Y es lo que hizo. Nadie en el entorno del secretario duda de su “pragmatismo”. Tampoco de su carácter vengativo. Pero el partido morado se agarró a él como a un clavo ardiendo.
Sobrevivir desde el Gobierno
El líder máximo volvió con un cartel mesiánico (criticado por machista) y demostró en dos complicados comicios por qué el verticalismo ha ganado a la horizontalidad en el partido que nació del asambleísmo de las plazas del 15-M. En abril, Podemos aguantó con 42 diputados. En noviembre, salvó los muebles con 35. Una derrota en la aritmética (en 2016 tenía 71 escaños), pero con sabor a victoria en el esquema de la geometría muy variable de Sánchez.
El 11 de noviembre de 2019, cuando Sánchez le llamó para que acudiera “con la máxima discreción” a la Moncloa, Iglesias pensó que, por fin, se había enterrado el hacha de guerra. Así fue. El líder socialista llegó incluso a pedirle perdón. Y empezó un baile que todavía no ha terminado, y sobre el que el círculo de Iglesias mantiene la cautela. Para que finalmente Iglesias llegue a la vicepresidencia del Gobierno hace falta la abstención de ERC. Y algunos en Podemos advierten: “ERC busca su relato para justificar la abstención, pero son adictos a los medios y a veces recuerdan al PSOE de julio”.
Sea como fuere, Iglesias cerrará el 2019 al mando de Podemos. Y si todo sale adelante, su prioridad será convocar un Congreso de Vistalegre III adelantado. “Incluso antes de marzo”, comentan en Podemos, para amarrar el control del partido y tal vez ceder el bastón de mando a Irene Montero.
Todo podría encajar, aunque Podemos recuerda que en su historia cuando se cierra un frente se abre otro. ¿Podría tratarse de los escándalos denunciados por dos ex abogados del partido, que hablan de irregularidades financieras, cajas B, facturas infladas y financiación sospechosa? Para muchos miembros de Podemos este será el próximo Rubicón del partido. Pero saben que desde el Gobierno será más fácil defenderse. Hoy más que nunca la supervivencia del partido morado depende de su conquista del Ejecutivo.