Mariano Rajoy se va hoy de la política como llegó: sin hacer mucho ruido o "jaleo", como le gusta decir a él. Allá por septiembre de 2003, en plena canícula, las crónicas contaban que José María Aznar le había elegido sucesor al frente del PP, frente a los otros dos candidatos a la Presidencia, Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja, porque era de los tres el que menos callos iba a pisar en el partido.
Y esa ha sido su máxima durante los algo más de catorce años -el congreso fue en enero de 2004, cuatro meses después- que ha durado el marianismo en el PP. Tan es así que su final, tras una moción de censura y ocho horas de sobremesa en el restaurante Arahy el pasado uno de junio, ha sido para muchos la apoteosis del escapismo político que ha caracterizado su mandato; nada que ver con aquel Aznar tronante que ponía los pies encima de la mesa en presencia de George W. Bush.
Sin solución de continuidad, los militantes de un Partido Popular jerárquico vieron un buen día a su presidente decir en el telediario y, al día siguiente ya estaba pidiendo el alta en el Registro de la propiedad de Santa Pola (Alicante); al tiempo, quien iba a ser su delfín, Alberto Núñez Feijóo, renunciaba a lágrima viva balbuceando no se sabe qué deuda de lealtad con Galicia... Luego, ya sabe, las primarias, el caos, la campaña, los vídeos, Soraya Sáenz de Santamaría o Pablo Casado, que el destino es caprichoso.
En enero batió el record de Felipe González como político más longevo en activo desde que la democracia regresó a España
La relación de este gallego con la política es tan antigua como el último periodo democrático en España. Licenciado en derecho por la Universidad de Santiago de Compostela y registrador de la propiedad por oposición, fue elegido diputado en las primeras elecciones autonómicas gallegas celebradas en 1981. Tenía 26 años cuando se sentó por primera vez en el Parlamento de Galicia. El 27 de marzo cumplió 63 en la Moncloa como presidente del Gobierno.
Ha sido todo en el PP y fuera de él. Posee la carrera política más longeva desde la muerte de Franco, tras haber superado el récord de Felipe González en enero pasado. 13 años y diez meses en el Gobierno de España: siete años como ministro de Aznar y seis y medio como presidente en su regreso al Palacio de la Moncloa.
Y, en ese tiempo, ha visto tres candidatos del PSOE diferentes enfrente de él en el Congreso: Zapatero, Rubalcaba y Pedro Sánchez. Su nombre está unido a leyes tan importantes como la de Partidos Políticos, que supuso la ilegalización de Herri Batasuna, y a los episodios más importantes de los últimos 25 años de la historia de España.
El presidente del PP rompe un silencio de mes y medio; apoya a Santamaría y es una incógnita que dirá a los 3.000 compromisarios, que reopresentan a un partido hoy dividido en dos mitades
No ha querido Rajoy hablar en este mes y medio, y tiene al PP en un "¡ay!", acostumbrado como estaba a que le dieran hechas estas cosas del liderazgo. Por eso, si lo que pretende esta tarde, cuando lo haga al filo de las 19.00 horas, es que los más de 3.000 compromisarios apoyen a la que ha sido su vicepresidenta en estos casi siete años de gobierno, SSS, "igual ya es tarde", señalaba esta mañana en privado alguien que ha mandado mucho en ese partido.
Rajoy se tiene por un hombre "previsible" y poco amigo de estridencias; tan poco amigo que, de creer a quien ha sido su secretaria general María Dolores de Cospedal, -no digamos a Casado-, cuando aplicó el 155 en Cataluña tenía a medio partido cabreado por su falta de mano dura: tarde y mal era la crítica interna que se le hacía sottovoce antes de las primarias.
Un "indolente", remachan sus críticos, que lo mismo manda un SMS autoinculpatorio al extesorero Luis Bárcenas cuando empezó el caso Gürtel -"Luis, sé fuerte"-, que se deja aconsejar mal por la que fue cerebro de la operación diálogo con el exlíder de ERC Oriol Junqueras y ahora quiere competir con Pedro Sánchez por ocupar la Moncloa.
Pero, si como dicen los historiadores, cada líder marca una época, los silencios de Rajoy, esa huida precipitada a Santa Pola dice mucho de quien ha gobernado España y el PP durante los últimos siete años. "Es como si él hubiera llegado a la conclusión de que su labor acabó el uno de junio -moción de censura-. Con el Gobierno, sí, pero con el PP acababa hoy", lamenta uno de los críticos.
El sistema de votación en este congreso hace difícil la integración a posteriori porque lo que van a votar los compromisarios son listas cerradas
A pesar de todo, esos 3.000 huerfanos del aparato con el alma en vilo por las presiones que están recibiendo de uno y otra candidata a sucederle van a aplaudir como si les fuera la vida en ello. De hecho, les va; la política, seguro. Porque, según el sistema establecido por el Comité Organizador del Congreso, el famoso 'COC' -suena a gallina, que nadie se ofenda-, lo que se somete a elección son las listas que encabezan Sáenz de Santamaría y Casado; es decir, que cualquier gesto de integración que haga el ganador será mínimo por la propia naturaleza del proceso.
Así que, si el todavía presidente del PP lo intenta esta tarde en el Hotel Auditorium de Madrid, "igual llega tarde", que se dice en los pasillos. Demasiados odios, no solo los larvados estos años entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, que esos los hemos visto en innumerables fotos a lo largo de este tiempo, como para pasar página siquiera a petición del que se va; y demasiado tarde, sobre todo, para pedirle a la revelación de este congreso, Casado, que renuncie a tocar el cielo.