Era el camarote de los hermanos Marx con aires mediterráneos y sin humo de puros, comenta uno de los asistentes. "Café, más café", pedía el 'president' a las asistencias. A tres días de la gran jornada, cuando por fin se despejen las nebulosas sobre el futuro de Cataluña, el 'president' acogió en el Palacio de la Generalitat una reunión de su Gabinete a instancias de alguno de sus miembros. Santi Vila (Empresas) y Joaquim Forn (Interior), fueron las almas impulsoras del cónclave, de acuerdo con los trascendidos.
Allá acudieron todos los consejeros más algunos asesores ilustres como Artur Mas, sumergido en todas las salsas, y los sustitutos de los 'dos Jordis', ambos ahora en presidio por orden judicial. La velada se prolongó durante casi seis horas. Independencia o elecciones, parecía ser el eje del debate. "No es que el president tuviera muchas dudas, pero quería escuchar a todo el mundo", señala uno de los presentes.
Puigdemont, en ocasiones, abandonaba la sala, quizás para hablar con alguien en dependencias adjuntas, de acuerdo con esa fuente. También quería que los presentes hablaran abiertamente en su ausencia. El momento es dramático. "Estamos al borde del abismo", se escuchó en algún momento. Cruces de opiniones, algunos reproches, expresiones alarmadas... El president ponía pocas cuestiones sobre la mesa. "Todos los reunidos sabemos lo que piensa. La duda es si ya ha decidido ponerlo en práctica", subrayan.
La reunión fue tranquila, con algunos momentos de vehemencia y alguna discusión. Oriol Junqueras, el vicepresidente, fue de los más silentes. En su tradición. "Es un perfecto fariseo", comenta un dirigente del PDeCat. "En Madrid ya lo han calado", menciona. Apenas se pronunció sobre la posibilidad de elecciones. Se habló mucho sobre la reacción internacional, las fugas empresariales, el movimiento en las calles. No hubo votación. Tan sólo se tomó nota de las opiniones individuales. Una corta mayoría se inclinó en favor de la declaración de independencia. Algunos, con matices. La opción de independencia más elecciones quedó en minoría, pero fue una opción bien representada.
Cuando Puigdemont abandonó la sala, quizás convencido de que sólo faltan algunas horas para pasar a la historia, algunos de los presentes todavía continuaban de cháchara. Los nervios se habían relajado. Y hasta brotaban algunas bromas. Veinticuatro horas después de aquella sesión agitada y febril, Puigdemont volvía a convocar a su equipo. Otra vez a la Generalitat. Vísperas calientes.