Política

La visita del 'número tres' del CNI a los agentes en Irak poco antes de la masacre

La mano derecha de Jorge Dezcallar fue a Diwaniya en noviembre de 2003 para saber qué necesitaban para su seguridad tras el asesinato de otro espía un mes antes en Bagdad. Al final, los servicios secretos no pudieron aplicar las medidas pactadas para protegerles

  • De izq. a dcha los agentes Zanón, Baró, Martínez, el director de Inteligencia del CNI, Miguel Sánchez, y el agente Vera en Diwaniya (Irak) en noviembre de 2003.

En noviembre de 2003, un mes después del asesinato de José Antonio Bernal en su domicilio de Bagdad, el director de Inteligencia del Centro Nacional de Inteligencia, Miguel Sánchez, viajó a Irak. El 'número tres' de los servicios secretos españoles solo acudía a lugares muy seleccionados y por motivos excepcionales. Aquel momento era uno de ellos.

La mano derecha del entonces director del CNI, Jorge Dezcallar, quiso mostrar a los agentes desplegados en el país árabe el apoyo de La Casa tras el asesinato de su compañero, ver en qué situación se encontraban y escuchar lo que pensaban, según relata Fernando Rueda en su libro 'Destrucción masiva. Nuestro hombre en Bagdad' (Roca Editorial).

Vozpópuli ha tenido acceso en exclusiva a la única fotografía de aquel encuentro de Sánchez en la base española en Diwaniya con cuatro de los siete agentes que unas semanas más tarde fallecerían en una emboscada de la insurgencia iraquí, en lo que sigue siendo el hecho más luctuoso y negro de la historia de los servicios secretos españoles. Aquel día murieron acribillados Alberto Martínez, Luis Ignacio Zanón, Carlos Baró, Alfonso Vega, José Merino, José Carlos Rodríguez y José Lucas Egea en una carretera de Latifiya.

"La principal reunión la mantuvieron en el cuartel de las tropas españolas en Diwaniya, donde residían los dos agentes de la unidad operativa -Baró y Vega-. Disponían de un despacho con dos escritorios y sus ordenadores. Las paredes estaban cubiertas de grandes mapas y de una pizarra de corcho con diversas hojas sujetadas por chinchetas", relata Rueda en su libro.

Siete de estos ocho agentes del CNI murieron en Irak el 29 de noviembre de 2003.

El equipo de espías preguntó al superior jerárquico por el crimen de Bernal en la capital iraquí pues les preocupaba que los asesinos no hubieran sido detenidos. "Sánchez les explicó que iban a hacer lo que pudieran, pero que el servicio carecía de capacidad para buscarlos porque ellos cuatro estaban sobrepasados de trabajo y no podían dejarlo todo para investigar".

El CNI quería enviar a Irak a un equipo del Servicio de Seguridad para presionar a la Policía local, competente en esos temas, y que aumentaran su esfuerzo, pero sabían que estaban desbordados por un sinfín de crímenes en los primeros meses tras la caída del régimen de Sadam Husein.

"¿Cómo podemos ayudar a aumentar vuestra seguridad?", les inquirió el jefe de Inteligencia del CNI a los agentes. Esa pregunta era crucial, pero encontrar la respuesta fue algo más complicado. "Al servicio secreto lo había pillado esa misión fuera de juego, los protocolos para que los agentes trabajaran en conflictos bélicos no estaban actualizados, era una situación novedosa", se relata en 'Destrucción masiva'.

Esos agentes debían actuar para evitar los ataques a las propias tropas españolas, lo que exigía que se movieran sobre el terreno exponiéndose a muchos peligros. Y lo que era peor, en La Casa había opiniones encontradas sobre las principales medidas a adoptar.

Visiones distintas

El 'número tres' del CNI se percató de algo que conocía por su larga experiencia, pero que aplicado a una guerra despertó su atención: las visiones de los oficiales de inteligencia como Alberto Martínez eran totalmente distintas a las de los agentes operativos como Carlos Baró y Alfonso Vega.

Mientras Martínez consideraba que era necesario disponer de vehículos blindados para soportar los ataques, los operativos defendían que les quitaban operatividad y hacían más difícil escapar de una trampa. Estos proponían no ir a las operaciones en los modernos todoterrenos, fácilmente identificables, como hacía Martínez, sino en los mismos transportes que utilizara cualquier iraquí, en opinión de Rueda.

"Pusieron como ejemplo el taxi que tanto le gustaba a Baró y que le hacía invisible para los insurgentes. Los operativos incluso le pidieron al director de Inteligencia que les comprara motos, perfectas para el trabajo tal y como ellos lo entendían", prosigue el autor.

Eso no lo tengo claro -matizó Martínez-, no puedo acudir a algunas reuniones acompañado por un escolta armado, la fuente saldría corriendo"

Con Luis Ignacio Zanón interviniendo poco, sus tres compañeros, especialmente los operativos, coincidieron en la necesidad de disponer de armas de protección personal más potentes que unas simples pistolas. No era lo mismo realizar las operaciones habituales en cualquier país conflictivo que enfrentarse, como hacían ellos, con todo tipo de grupos que primero disparaban y luego preguntaban.

A Martínez le gustó menos la siguiente propuesta de sus colegas. Los ingleses tenían unos protocolos de actuación conjunta con sus militares que les permite ir acompañados a determinadas misiones, como si fueran escoltas, incluso sin vestir el uniforme. También lo hacían los estadounidenses cuando se desplazaban con compañías privadas de mercenarios.

"Eso no lo tengo claro -matizó Martínez-, no puedo acudir a algunas reuniones acompañado por un escolta armado, la fuente saldría corriendo". Vega no era de la misma opinión. "Yo a veces le he pedido a un legionario que me acompañe a determinados sitios y actúa de tal forma que nadie se entera de su presencia y te aporta seguridad".

Úno de los vehículos de los agentes que acabó calcinado.

Sánchez los escuchó a todos y les anunció que cuando regresara a Madrid debatiría con otros jefes las medidas a adoptar y las implementarían lo más rápidamente posible, pero no dio tiempo. El 29 de noviembre cayeron estos cuatro agentes en la ratonera iraquí junto a otros tres espías que les iban a sustituir sobre el terreno.

Hubo un octavo agente que sobrevivió milagrosamente al ataque -José Manuel Sánchez Riera-, un sargento telegrafista al que un imán local salvó la vida al darle un beso en la frente cuando una turba le estaba apaleando y se disponía a acabar con él.

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