Apenas son tres mil. Una minorías desconocida, una excepción ignorada. Hay tres mil personas en España que tienen un alcalde de Vox. Cuatro localidades, cuatro alcaldes, cuatro islotes con vocación de archipiélago. Tres de ellos, en la inmensa y despoblada Castilla la Vieja. El cuarto, en Badajoz. No se consideran seres extraños sino, más bien, la vanguardia de lo que está por venir.
Hasta el sorpresón a Andalucía, los alcaldes de Vox no dejaban de ser un exotismo. Dos de ellos abandonaron el PP y se pasaron a las filas de Abascal. Vicente Robisco, jubilado, 79 años, recibió 20 votos de los 30 vecinos de Navas de las Cuevas (Segovia). Fue alcalde del PP durante dos décadas hasta que se hartó. La defensa de la familia y de los valores cristianos le llevaron a renegar de sus colores tradicionales y se pasó a Vox.
Nicasio Gómez Ruiz, también jubilado, está al frente de Cardeñuela Riopico (Burgos). Tiene 4 de los 5 concejales de esta localidad de 115 habitantes. Dejó al PP por Ortega Lara, a quien conoció junto a Abascal en una escapada del líder de Vox por la zona. Robisco y Nicasio son los veteranos del club.
Mario de Fuentes es lo contrario. No cumplió los 40, es profesor de FP y, en los ratos libres, ejerce de alcalde en Barruelo del Valle (Valladolid). Son 66 vecinos, de los que 30 votaron a Vox, cinco al PP y cinco al PSOE. De Fuentes es alcalde y concejal único. Siempre fue del PP hasta que Rajoy le decepcionó por su pasividad frente a las leyes de Memoria Histórica, Cataluña... Lo habitual entre estos ediles castellanos.
El pueblo del Caudillo
Más singular es el caso de Antonio Pozo, el joven alcalde de Guadiana del Caudillo (Badajoz), 2.500 habitantes. El nombre de su localidad lo define. Y le significa. Ya no quedan coletillas dedicadas al dictador en la geografía española. Pozo es un resistente, el último de su especie. Se dio de baja del PP, junto a sus cuatro concejales, enfrentado a Monago y a la dirección de Génova. Nadie le amparaba en la defensa del nombre de su localidad, ni en su rechazo frontal a la exhumación de Franco. Se largó, junto al secretario general de su formación en la provincia. Ahora es un puntal de Vox en Extremadura.
Los cuatro alcaldes apenas tienen relación entre ellos. Saben de su existencia y poco más. Carecen aún de sentimiento de unidad. Hasta que llegó su hora. Las andaluzas lo ha cambiado todo, confiesan. Adivinan un proceso de crecimiento.
Los castellanos son menos políticos que su correligionario extremeño. Pero confían en que Abascal avance en su región como lo ha hecho en el sur. Castilla y León se antoja territorio abonado para Vox, dado el perfil de su población, muy veterana y de tendencia conservadora. Como en Andalucía, casi parten de la nada. En las locales de 2015 apenas lograron 7.300 votos del millón y medio escrutado. Peor le fue luego, en las generales de 2016, que no llegó ni a 3.000.
"Está todo por hacer, pero la máquina se ha puesto en marcha", señalan desde la dirección. Vox no tiene sedes, ni infraestructura, ni apenas dirigentes. Un local en Ponferrada y otro en Palencia. Tuvieron uno en Valladolid, que cerró y ahora están en trance de reabrir. Poco más. Se anuncian apertura de sedes en León, Salamanca...
El número de afiliados se ha disparado desde el descomunal acto de Vistalegre. La dirección nacional se plantea concurrir a la cita electoral de mayo con voluntad pero con prudencia. Lo hará a la presidencia de la Junta, con candidato aún por decidir, y también en unas 30 o 40 localidades importantes. "Puede haber sorpresa, e incluso es posible que seamos la pieza fundamental para definir el color del futuro Gobierno", señalan estas fuentes. "Si en Andalucía logramos 400.000 votos, en Castilla también podemos aspirar a la proeza", sentencian.
Cuatro alcaldes ejercen ahora de avanzadilla. Cuatro adelantados solitarios. Los cuatro alcaldes de Vox al frente de 3.000 vecinos. "La historia no ha hecho más que empezar".