España

Juan José F.G., de 49 años, duerme en la cárcel de Navalcarnero. El pasado lunes intentó asfixiar a una mujer de 82 años en el Hospital de Alcorcón. Trabajaba para

Juan José F.G., de 49 años, duerme en la cárcel de Navalcarnero. El pasado lunes intentó asfixiar a una mujer de 82 años en el Hospital de Alcorcón. Trabajaba para el servicio de lavandería del centro. La compañera de habitación de la anciana dio la voz de alarma y las enfermeras evitaron el fatal desenlace. No ocurrió lo mismo hace dos décadas cuando mató a una paciente con un cinturón en el Hospital Clínico San Carlos. Entonces tenía 27 años. Entre ambos sucesos, Juanjo pasó diez años internado en un hospital psiquiátrico penitenciario y acabó con la vida de un compañero de celda. ¿Qué falla en el sistema para que ocurra algo así? 

El cambio del modelo de atención a las personas con enfermedad mental introducido en los ochenta conllevó el cierre de los manicomios. Pero fue fue una transformación se quedó coja y que acabó llenando las cárceles de presos con patologías mentales. Los propios jueces tampoco cuentan con demasiados recursos a la hora de dictar sentencia e imponer medidas alternativas al internamiento. 

A ello se añade que la sanidad dentro de las cárceles no está transferida salvo en País Vasco y Cataluña a las Comunidades Autónomas, sino que depende de propio Ministerio del Interior. En definitiva, no reciben la atención sanitaria en igualdad de condiciones a la que reciben los enfermos no privados de libertad. Además, todos los expertos están de acuerdo en que el entorno penitenciario no es, ni mucho menos, el lugar adecuado para tratar a aquellos a los que la propia ley les exime del delito por su patología. El preso "se encuentra en un entorno hostil sujeto a una estricta disciplina que no entiende ni comprende, no está correctamente evaluado ni tratado. A raíz de todo esto, su aislamiento de la realidad es cada vez mayor, siendo propicios a sanciones reiteradas y clasificaciones en primer grado, llegando en ocasiones al suicidio", denuncia en un artículo el abogado Andrés López Contreras, coordinador SOAJP en Salamanca.

Según datos proporcionados por el Gobierno en un respuesta parlamentaria del pasado mes de julio al diputado de EH Bildu Jon Iñarritu, alrededor del 4,2% de los internos en centros penitenciarios presentan Trastorno Mental Grave (TMG). A ellos está dirigido el Programa de Atención Integral a Enfermos Mentales (PAIEM), que los expertos y propios funcionarios de prisiones tachan de insuficiente. De los 1834 presos acogidos a este programa, el 38,7% presenta patología dual, el 37,3% trastorno psicótico, el 29,7% trastorno de la personalidad, el 16,7% trastorno afectivo y el 12,4% otro tipo de trastorno. 

Pero uno de los grandes problemas es que las patalogías mentales protagonizan casi la mitad las consultas en las enfermerías de las prisiones españolas, donde no hay módulos específicos de psiquiatría, como reconoce el propio Ministerio del Interior. En las cárceles hay una notable falta de facultativos especialistas para una población reclusa de estas características, que en muchas ocasiones se ve afectada por una patología dual; es decir, un trastorno mental y una adicción. "Alrededor del 16% de los internos con TMG que están en el PAIEM residen preferentemente en las enfermerías de los centros penitenciarios", asegura el Gobierno. 

A nivel estatal, existen sólo dos hospitales psiquiátricos penitenciarios. Uno en Sevilla y otro en Foncalent (Alicante,) con la consiguiente dificultad que supone para las familias de los internos. Ambos, con un número insuficiente de camas para albergar al número de personas a los que los jueces imponen medidas de internamiento.

Pero después de cumplirlas, como en el caso de Juan José, el sistema falla en el seguimiento y la atención de los internos cuando se reincorporan a la vida social. Los dispositivos socio-sanitarios para atender a adecuadamente a estos enfermos por parte de las administraciones autonómicas suele ser insuficiente. Y muchos de ellos, denuncian desde una fundación que se dedica a su reinserción, acaban sufriendo el efecto de la puerta giratoria. Es decir, reincidiendo y volviendo a entrar en prisión, o con el doble estigma por su enfermedad mental y la etiqueta de exconvicto. 

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