España

Un año de la 'confesión' de Pujol: Mas lucha por enterrar la corrupción del nacionalismo

"Soy el único responsable. Pido perdón a la gente de bien". Jordi Pujol, el Moisés de la patria catalana, confesaba hace un año su condición de defraudador fiscal. Un bombazo devastador para el nacionalismo, que prosigue su huida hacia adelante.

  • Artur Mas y Jordi Pujol

El nacionalismo catalán se ha tornado independentista. Y se han sacudido las cenizas corruptas del 'pujolismo'. No quedaba otra. La sombra del gran conductor de la nación catalana pesaba como una losa sobre su rebaño. Había que sepultarlo, en el gran cráter que el mismo Pujol había abierto. Un año después de la abrupta confesión, las brumas rodean aún el misterio de una parte de la fortuna de la familia Pujol. Apenas nada se sabe sobre el verdadero origen de los dineros ocultos, ni sobre las cantidades defraudadas, ni sobre los negocios del clan, ni, ni, ni... No eran los ahorros del abuelo sino lo rapiñado en Banca Catalana. Algo que la calle sabe pero que nadie ha logrado demostrar. El oasis catalán apesta y su profeta, hiede. Todo era mentira. Pero el tinglado de la antigua farsa aún resiste.

Durante estos doce meses, el patriarca del nacionalismo catalán, el nuevo Moisés de la patria prometida, ha declarado ante los jueces, ha comparecido ante el Parlament, ha depuesto ante los medios. La nebulosa envuelve aún sus secretos y los de buena parte de su familia. El expresident no tenía cuentas en Andorra, sus hijos las regularizaron con Hacienda y los tribunales no parecen tener prisa. Tan sólo tres de los cachorros de la familia, Jordi júnior, Oleguer y Oriol, han que hacer frente a diversos procesos judiciales, pero ajenos a los asuntos paternos. Hace tan sólo unas horas, todavía aparecían importantes flecos de la gran trama de corrupción catalana, con la detención de varios miembros del clan de los Sumarroca, los socios de toda la vida del president.

Las vergüenzas al aire

Aquella sorprendente confesión del 25 de julio del pasado año apenas ha acarreado consecuencias judiciales. Las ha tenido políticas. E importantes. El bombazo de Pujol, en pleno verano, resultó devastador para su partido, para su obra, para sus simpatizantes y para buena parte del nacionalismo catalán. Súbitamente, al alzarse el telón, el 'pujolismo' apareció impúdicamente desnudo. El impulsor de la gran nación catalana resultó ser un tramposo, un defraudador. Y su obra, una gran farsa. "Nada me importa el dinero, sólo me interesa Cataluña", afirmaba con frecuencia el entonces 'honorable'.

La comisión investigadora del Parlament se cerró hace unos días con una suave reprobación al investigado por parte de todos los grupos, salvo de Convergencia. Su partido, ahora en vías de demolición y quizás reconstrucción, le salvó la cara pero no la biografía. Las bravuconadas de Pujol frente a sus tibios inquisidores fueron la norma de las inútiles sesiones. "Si se siega una rama del árbol, se caerán todas las demás". Así quedó todo dicho. Pujol, severamente siciliano, ya anunciaba los peligros de seguir hurgando en la molicie. Todos saldrían salpicados. Artur Mas, el primero.

CiU ha desaparecido, el nacionalismo mordió el polvo en las municipales y ahora lo apuesta todo a la ficha de septiembre

La huida hacia adelante

No le quedaba a Mas otra opción que proseguir su ciega huida, su reto al Estado y a las leyes. Pujol había salpicado gravemente a su héreu político y a su legado. Sólo cabía pisar el acelerador y enfilar el abismo. Desde entonces, los hechos se han precipitado: el referéndum del 9-N, el anuncio de nuevas elecciones, el movimiento nacional catalán con la creación lista de unidad con ERC... Otra vez las banderas esteladas al viento, los cánticos patrióticos, el fervor nacional, la populosa Diada, las movilizaciones, los bisbes y las monjas. Herido y cojitranco el 'pujolismo', Artur Mas, consumado trilero, se ha tenido que inventar otro truco: el calendario por la independencia se adelantará unos meses. El grito en el balcón de la Generalitat no tendría que esperar 18 meses. Tan sólo seis. Oriol Junqueras, en su inmensa humanidad, suscribía encantado su acuerdo con la derecha 'burguesona' y corrupta. El proceso tenía que continuar o se los llevaría a todos por delante. Y los bárbaros podemitas ya han llegado, han irrumpido en las instituciones, se han apoderado de Ayuntamientos y, en Barcelona, juegan a la guillotina con las estatuas de los reyes. CiU ha desaparecido, el nacionalismo mordió el polvo en las municipales y ahora lo apuesta todo a la ficha de septiembre. 

Un año después de la confesión, Pujol ya es pasado, el 'pujolismo' es historia y el nacionalismo, tras acusar un severo golpe, puja por sobrevivir. De ahí el reto al Estado; de ahí el 17-S, 'esta vez va en serio', con todos los recursos propagandísticos de la Generalitat, que son muchos, funcionando a toda máquina. "Choque de trenes, choque de trenes", agitan el eslogan los corifeos mediáticos de Convergencia tanto en la Diagonal como en la Castellana.

Cataluña ha vivido durante treinta años una gran mentira. El gran carnaval, liderado por un rufián, que convenció a buena parte de su pueblo de la gran mentira sobre la recuperación de una patria que nunca existió. Su sucesor está consiguiendo algo aún más grave: la fractura social no es una idea agitada por la brunete mediática madrileña. Hay sobremesas que no se celebran, hay familiares que ya no se hablan, hay cumpleaños en los que falta gente, hay cenas navideñas cada vez más tensas. La herencia de Pujol. En las próximas semanas se despejarán las dudas sobre el estado de salud del secesionismo, un año después del gran seísmo. Artur Mas cotiza a la baja. Los soberanistas ya no suman para la mayoría absoluta. Pero enfrente, todavía, no hay potencia de choque, ni quizás alternativa.  

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