Aquella convocatoria tenía todos los visos de ser una encerrona, y de hecho Antonio Brufau, presidente de Repsol, la sintió como tal cuando, el sábado 1 de junio pasado, se dirigía hacia el Hotel Arts de Barcelona, donde acababa de ser citado por los tres accionistas de referencia de la petrolera: el presidente de La Caixa (12%), Isidro Fainé; el de la constructora Sacyr (10%), Manuel Manrique, y el de la petrolera pública mexicana Pemex (9,4%), Emilio Lozoya. Los tres gerifaltes pusieron sobre la mesa lo que prácticamente era un acuerdo cerrado para solventar de un plumazo el contencioso que desde abril de 2012 enfrenta a Repsol con el Gobierno argentino de Cristina Kirchner a cuenta de la expropiación de YPF, hasta ese momento filial de Repsol, un escándalo, casi un robo a mano armada que ha deteriorado gravemente las relaciones entre los Gobiernos de Madrid y Buenos Aires, y que amenaza contaminar también las siempre excelentes entre Madrid y Mexico D.F. por las razones que luego se dirán.
Y cuentan que Brufau apenas salía de su asombro al contemplar el ardor con el que Lozoya, en funciones de ponente, defendía la viabilidad de un proyecto que, en su opinión, tenía que ser aprobado en un plazo de dos semanas para ser inmediatamente ratificado por los presidentes de España, Argentina y México, en una especie de ceremonia formal y pública de firma de la paz. Con el paso de los días se supo que el flamante plan había salido del magín de Miguel Galuccio, el hombre colocado por Cristina al frente de YPF tras el golpe de mano, tarea en la que había colaborado activamente el propio Lozoya en viaje previo a Buenos Aires.
Con el paso de los días se supo que el flamante plan había salido del magín de Miguel Galuccio, el hombre colocado por Cristina al frente de YPF tras el golpe de mano
Lo único que pudo argumentar el de Mollerusa fue que aquel planteamiento era lo suficientemente importante, trascendental incluso, como para requerir su examen previo por el Consejo de Administración de Repsol y su posterior aceptación o rechazo. Fue lo que hizo al volver a Madrid. El consejo convocado al efecto rechazó de plano la propuesta, que grosso modo proponía la firma de la paz a cambio de una suma cercana a los 5.000 millones de dólares (Repsol pide una indemnización de 10.500 millones por el 51% de YPF) de los cuales 1.500 millones serían en efectivo y el resto en activos de una sociedad en la que la española sería minoritaria. Conviene aclarar que tales activos eran, en esencia, terrenos de exploración, y no de los mejores, situados en el área geográfica de Vaca Muerta y valorados nada menos que a 43.000 dólares el acre. Menos de un mes después se hizo público un acuerdo entre YPF y Chevron para la explotación de tales yacimientos, donde a la norteamericana se le vendían terrenos en el cogollo del mismo a un precio de 10.000 dólares acre. Cuando el cardenal Fainé tuvo conocimiento de tal extremo se llevó las manos a la cabeza: “Menos mal que lo rechazamos, porque si lo llegamos a aprobar hubiéramos ido todos de cabeza a la cárcel…”
Fue rechazado, en efecto, y por unanimidad de los miembros del Consejo (incluido el representante de Pemex), por insatisfactorio y estar basado en activos sobrevalorados. Desde entonces las cosas no han mejorado un ápice en lo que atañe al contencioso Repsol-YPF y desde luego a las relaciones, gélidas más que frías, entre el Gobierno Rajoy y el de la señora Kirchner. La petrolera española tiene planteados pleitos en varias jurisdicciones contra la Administración Kirchner, en reclamación de daños y perjuicios causados por la expropiación. “Nada de eso hubiera ocurrido, incluso con gente como los Kirchner, de no haber sido por la puesta en valor de los yacimientos de Vaca Muerta precisamente por parte de Repsol. Ese descubrimiento excitó de tal manera el apetito del populismo que encabeza Cristina y sus adláteres, tipo Axel Kicillof, que vieron en la expropiación de YPF el bálsamo de fierabrás para solucionar de un plumazo los efectos de la pésima política energética argentina, ahora un país importador de petróleo y gas, y sus sueños de enriquecimiento personal”. En Bueno Aires creen que un arreglo pacífico no es posible mientras al frente de Repsol siga Brufau, y en Madrid piensan lo mismo pero al revés: que nada se arreglará mientras Cristina, muy en horas bajas, siga empuñando el bastón de mando en la Casa Rosada.
Brufau ha conseguido quitarse de encima la mosca cojonera que durante años fue Luis del Rivero, el flanboyant ex presidente de Sacyr que soñó con presidir la petrolera. Las relaciones con Manrique son de lo más soft. “En realidad nosotros podíamos haber quebrado Sacyr de haberlo pretendido, simplemente no repartiendo dividendo”. Lo que sí ha cambiado, y a peor, son las relaciones entre Repsol y Pemex, la empresa pública mexicana, la joya de la corona cuya privatización está ahora sobre la mesa. La incomodidad de la alta dirección de Pemex con Brufau es notoria. Argumentan que la guerra Repsol-YPF está afectando directamente a Pemex –como el jueves relataba aquí Baltasar Montaño-, en tanto en cuanto la mexicana pretende una alianza con YPF para explotar los valiosos yacimientos de petróleo y gas de Vaca Muerta, tal y como han confirmado en diferentes ocasiones ambas empresas. Pero la petrolera mexicana no puede invertir junto a la argentina so pena de arriesgarse a ser demandada por Repsol por explotar pozos que sigue considerando suyos a pesar de la expropiación. Es lo que ha ocurrido con Chevron y la argentina Bridas, a las que Repsol ha llevado a los tribunales por asociarse con YPF.
Los mexicanos reclaman la cabeza de Antonio Brufau
Las diferencias entre españoles y mexicanos han invadido otros terrenos. Lozoya ha criticado la gestión de Brufau, asegurando que bajo su presidencia el track record de la española es peor que el de otras grandes petroleras privadas. En la misma línea se ha pronunciado el consejero Fluvio Ruiz Alarcón, quien, además de criticar la gestión del catalán, ha tirado por elevación al advertir que “los Estados nacionales deben saber cuáles son las políticas públicas que más les convienen a sus países”, en clara alusión al Gobierno español. Los mexicanos –que ya participaron en una conspiración contra Brufau en 2011 al aliarse con Del Rivero- han amenazado de forma más o menos recurrente con vender su participación en la española si no se desbloquea el contencioso con YPF. Podrían hacerlo y con plusvalías, porque entraron con la acción a 14 euros y ahora ronda los 19, pero se trata de amagar y no dar. Lo extraordinario es que en el Consejo de Repsol el representante de Pemex nunca abre la boca. “El empeño de Lozoya parece residir en desalojar a Brufau de la presidencia a cualquier precio, aspiración que tiene sus aliados en España, argumentando que, en tal caso, Pemex aumentaría su participación en Repsol”, asegura un ejecutivo del sector, “pero esa pretensión parece olvidar que quien quiera que sustituya a Brufau va a intentar defender los intereses de la compañía ante Buenos Aires con el mismo ahínco, porque lo contrario sería de juzgado de guardia”.
Peña Nieto pidió a Rajoy su mediación para desbloquear "un conflicto entre tres empresas convertido en un problema entre tres países”
Todo esto y algo más se puso sobre la mesa cuando, el 19 de octubre pasado y en el marco de la Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá, Mariano Rajoy y Enrique Peña Nieto, presidente de México, se sentaron a almorzar mano a mano. No está claro que el mexicano pidiera a Rajoy la cabeza de Brufau, como sostienen algunas fuentes. Al menos no en estos términos. Lo que sí está confirmado es que mostró su malestar por el grado de enquistamiento al que ha llegado la guerra entre Repsol y el Gobierno argentino y la escasa predisposición de los gestores de la española para buscar una salida negociada. En un ambiente cordial, Peña Nieto pidió al presidente Rajoy su mediación para desbloquear lo que, en su opinión, “ha dejado de ser un conflicto entre tres empresas para convertirse en un problema entre tres países”, que limita la soberanía de México para hacer negocios con “otro país amigo como es Argentina”, ello en un momento en que la nueva presidencia azteca ha dado un giro a su política exterior para centrarla de forma prioritaria en Latinoamérica.
El planteamiento de Peña Nieto no pilló desprevenido a Rajoy ni a la delegación española. De hecho el presidente acudió al almuerzo argumentalmente “armado hasta los dientes” (sic) con la información contenida en un amplio dossier confeccionado por la Oficina Económica de La Moncloa que dirige Alvaro Nadal, y en el que se habían incluido aportaciones del ministro de Exteriores, García Margallo, y de Industria y Energía, José Manuel Soria. Ello, naturalmente, con información suministrada desde la sede de la petrolera. Rajoy recordó a su homólogo mexicano que la expropiación de YPF fue arbitraria y que el Gobierno español ha hecho todos los esfuerzos por buscar una salida negociada, negociación que, sin embargo, nunca podrá basarse en una propuesta tan insuficiente como la planteada al alimón por Galuccio y Lozoya.
Galicia puede pagar los platos rotos
Lo sorprendente del caso es que la petrolera mexicana se ha plantado en esa oferta, decidida a defenderla a capa y espada. Y de ahí no se mueve. “Yo estoy dispuesto a viajar ahora mismo donde sea, para negociar lo que sea, si YPF pone sobre la mesa una oferta razonable”, asegura Antonio Brufau. “Lo que nadie puede pretender es que tras el expolio aceptemos un planteamiento delirante como el efectuado el 1 de junio en el Hotel Arts”. Que el Gobierno de Peña Nieto y Pemex van en serio parece demostrarlo el hecho de que hayan decidido paralizar sine die los acuerdos sellados en mayo de 2012 (de “alianza estratégica” fueron calificados) entre el presidente de la Xunta, Núñez Feijóo y el entonces número uno de Pemex, Suárez Coppel, para la construcción de 14 remolcadores y dos barcos hotel (firmados con los astilleros Barreras y Navantia), además de la instalación en Punta Langosteira de la plataforma logística de la petrolera para toda Europa, acuerdos que iban a suponer para Galicia una inversión de más de 250 millones y la creación de 2.500 empleos. Nada de lo firmado se ha puesto en marcha, y no lo será hasta que Repsol desbloquee el conflicto con YPF. Si esto no es un chantaje, lo parece. Se entiende el nerviosismo que el envite mexicano ha provocado en la presidencia de la Xunta y en las plantillas del sector naval gallego.
Las espadas, pues, en todo lo alto. La presidencia de Antonio Brufau, que desde la llegada al poder del PP ha sufrido mil y un embates, parece, de momento, segura. Los buenos oficios de los lobbys patrios, alguno de ellos tan efectivo como el que en nombre propio maneja con pericia ese personaje singular que es Mauricio Casals (presidente de La Razón), están rindiendo sus frutos. Curiosamente, el gran fiasco de Brufau –la pérdida de YPF- se ha convertido en su gran fortaleza: tanto Margallo como Soria, por no hablar de Alvarito Nadal, están decididos a defender la postura de la petrolera española ante lo que consideran “atropello” de los Kirchner. En el engrase interviene también activamente el jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas. ¿Y qué piensa el propio Mariano? “Esa sí que es pregunta complicada”, asegura una fuente de Moncloa, “tanto como el propio personaje. Lo que está claro es que el presidente tratará de evitar por todos los medios que la eventual decapitación de Brufau –un catalanista a quien tradicionalmente se ha colocado en la órbita del PSC- pueda mezclarse con el lío independentista que ahora mismo asola Cataluña”. Lo dicho, espadas en alto.