Rouco Varela se va después de veinte años al frente del arzobispado de Madrid. Hace unos meses dejó la presidencia de la Conferencia Episcopal en manos de Ricardo Blázquez, un prelado más acorde con los nuevos tiempos que soplan en el Vaticano. Esta semana ha trascendido que la Santa Sede ha decidido ya que Carlos Osoro, titular de la diócesis valenciana y muy bien visto por el Papa Francisco, sustituya a Rouco en Madrid.
Con la salida de Rouco Valera se consuma, ¿y se cierra?, la larga serie de importantes relevos al frente de instituciones, formaciones políticos y estamentos sociales ocurridos a lo largo de la 'era Rajoy' y que se han consumado fundamentalmente en los últimos meses.
Pase a la segunda línea
Está siendo éste un año de cambios trascendentales e inesperados en nuestro país. Se ha vivido un intenso periodo de cambios muy estrechos en el tiempo y sin que haya habido apenas tiempo para el respiro. En tan sólo unas semanas han desaparecido de la primera línea tres de los principales protagonistas públicos de este país desde la restauración democrática. Por unos u otros motivos, Pérez Rubalcaba, Jordi Pujol y el propio rey Juan Carlos han cedido su cuota de protagonismo e incluso su poder y sus galones y han pasado a refugiarse en la segunda fila o, sencillamente, han desaparecido del mapa de la actividad pública.
Rubalcaba le cedió los trastos a Pedro Sánchez después de un revolcón muy doloroso en las elecciones europeas. Jordi Pujol, el hombre que se inventó la Cataluña nacionalista de los últimos treinta años, renunció a sus cargos, sus honores, su pompa y su gloria tras confesarse públicamente evasor fiscal. Finalmente el rey don Juan Carlos, en la decisión menos esperada y peor explicada, abdicaba inopinadamente en la figura de su hijo, Felipe VI.
Mucho relevo de capital importancia en muy corto periodo de tiempo. Un proceso sin precedentes en la reciente historia de nuestro país. Sin mencionar, desde luego, las sucesiones al frente de algunos de los más importantes medios de comunicación nacionales que han cambiado su dirección de forma acelerada. Y hasta, en algún caso, sorprendente.
Aborto y homosexuales
Pero faltaba Rouco Varela, figura insigne y relevante y decisiva del último cuarto de siglo en la Iglesia española. Monseñor Rouco, como presidente del clero nacional, plantó cara en su momento al Gobierno de Rodríguez Zapatero, quien había emprendido una gestión muy polémica que afectaban a dos puntos extremadamente sensibles para la Iglesia como son el aborto y los matrimonios homosexuales.
Tras la caída de Zapatero, la tenacidad de Rouco en su empeño pastoral, no exento de importantes dosis de connotaciones políticas, le granjearon también la enemistad de su sucesor Mariano Rajoy. Nunca fue Rouco recibido en la Moncloa por el actual presidente del Gobierno. Ambos gallegos, ambos sibilinos, ambos con buena memoria, no lograron jamás engrasar una buena relación. Se enviaban mensajes por personas interpuestas, se saludaban con frialdad estrepitosa en los actos oficiales en los que no tenían más remedio que coincidir. Pero se detestaban con una persistencia imposible de disimular.
Pues bien, monseñor Rouco, el único superviviente de los grandes cambios vividos en la 'era Rajoy' desaparece del escenario público, en un movimiento de piezas anunciado y lógico pero que no deja de tener su carga simbólica. Ya no le queda a nadie a Rajoy de cuantos compartieron con él los últimos veinte años de actividad política y pública. Esta semana Rouco tendrá ya sustituto en Madrid y en octubre, cuando cumpla los veinte años al frente de la diócesis, se irá tranquila y definitivamente para casa.
Una muesca más en la culata de Rajoy. "Sólo falta que empiecen los relevos en el Ibex, que todos llevan mil años y eso sí que es una gerontocracia anquilosada", se dice por Moncloa. Pero el año que viene hay generales y no parece que Rajoy esté en condiciones de demasiada pelea para mover 'el saco de las ratas', como denomina a esos dirigentes empresariales uno de los más frecuentadores asesores de la Moncloa.