Ha pasado mucho tiempo desde que se repitiera machaconamente la brutal frase de “El mejor vino blanco, un tinto”. Una expresión que tenía su razón de ser hace unos cuarenta años, cuando los vinos españoles no habían alcanzado, ni de lejos, el estándar de calidad que tienen actualmente. Y me refiero también a los tintos. Los años 60 y 70 fueron una época oscura de graneles, de arranque de viñas viejas porque daban menos rendimiento (cantidad de uva) o de bodegas sucias y mal cuidadas.
Ésta fue la norma general en nuestro país, salvo contadas y meritorias excepciones, un tiempo aquel en el que las telas de araña en las salas de crianza se consideraban un punto a favor: ¡eran vinos viejos!. Y no es una exageración. A este panorama triste, en el que millones de camiones cisterna viajaban a Francia o a Italia y allí los utilizaban para mezclar o directamente lo envasaban “bonito”, hubo que sumar esa mala fama de nuestros vinos en Europa que, hasta el día de hoy, no hemos podido quitarnos de encima del todo.
Pero a principios de los años 80 algo comenzó a cambiar. Fue cuando se empezaría a larvar la ‘revolución del vino’ en España: surgieron enólogos jóvenes que habían estudiado fuera y querían hacer bien las cosas, comenzaron a nacer nuevas bodegas que elaboraban seriamente y con limpieza, llegan novedosas técnicas de vinificación, se da importancia a la salud de la uva….
En líneas generales, nos dimos cuenta de que teníamos, sin habernos enterado aún, un inmenso potencial vitivinícola. De ahí, y poniendo la moviola hacia delante, llegamos a un presente radicalmente distinto, en el que el terroir es la base para ‘construir’ vinos de calidad, mientras la filosofía de la sostenibilidad suena a música celestial a los bodegueros y se extiende rápidamente.
De vinos ‘flojos’ a ser protagonistas
La historia de los blancos transcurre paralelamente a todo lo dicho anteriormente. Si bien es verdad que hace decenios - salvo excepciones como siempre- no dejaban de ser unos vinos flojos, sin interés y relegados por las bodegas, ahora es todo lo contrario y se les da casi igual importancia que a los tintos.
Han surgido numerosas bodegas que bien por su ubicación en el mapa, recuperación de variedades casi perdidas o el sabio empleo de uvas foráneas, dan al blanco casi un exclusivo protagonismo
No hay una bodega de prestigio que no cuente en su gama con un blanco ‘serio’ y elaborado cabalmente. Por otra parte, han surgido numerosas casas que bien por su ubicación en el mapa (Galicia como máximo exponente), por recuperación de variedades de uva casi perdidas o debido al sabio empleo de otras variedades foráneas- como la chardonnay-, dan al blanco casi un exclusivo protagonismo.
Complejos y gastronómicos
Hemos catado tres de esos vinos blancos que no se olvidan. Sobre todo por su calidad, pero también por el estilo y su seriedad. Pueden considerarse gastronómicos gracias a su complejidad y aguantarían toda una comida (excepto con carnes rojas o asados), pero aún son más interesantes tomados con un ligero aperitivo para poder disfrutar pensadamente de sus extraordinarias características.
1) E Chenin 2020
Bodegas Terra Remota/ Vi de Taula (Vino de Mesa)
PVP recomendado: 45 euros
Está elaborado con uva chenin blanc, una variedad gala nada común en nuestro país y durante un tiempo admitida como experimental por la D.O. Empordá, donde se encuentra Terra Remota. Incluso, la bodega la utilizaba en el coupage de otros de sus vinos. Sin embargo, el Consejo Regulador dejó de autorizarla- también como experimental- y es por eso que se decide salir de la D.O. Catalunya y venderlo como Vino de Mesa.
Marc y Emma Bournazeau, propietarios, siguieron su criterio y han creado un vino espléndido de agricultura ecológica. Se fermenta en huevo de hormigón y barricas de roble francés, con una crianza sobre lías de 7 meses. De color dorado, con potentes notas a flores blancas y trazos de fruta que, en boca descubre un gran vigor, con estructura y longitud. Mineral, con sutiles notas de madera, elegante… La producción anual es sólo de 3.700 botellas. Perfecto para maridajes difíciles como los espárragos o las alcachofas.
2) La Vista 2020
Bodegas Eduardo Peña/ D.O. Ribeiro
PVP recomendado: 28 euros
Un vino muy personal, elaborado con uvas treixadura y albariño, trabajadas y elaboradas por separado. Tras una rigurosa selección de los mejores racimos, el mosto se macera sin raspón y con los hollejos para extraer todo el potencial aromático y la estructura de estas variedades. La finalidad es lograr la máxima expresión varietal.
Posteriormente maceran en depósito con los hollejos y permanecen 5 meses en barricas de roble de 300 litros -duelas de roble francés y tapas de roble húngaro-, donde se remueven cuidadosamente con sus lías. Bonito color dorado que indica su crianza, con frutas compotadas en nariz y cítricos suaves. En boca es glicérico pero sedoso (ligero paso en boca) debido a una acidez aún equilibrada. Un vino armónico y largo. Originalísimo y con carácter propio.
3) Ossian 2019
Ossian Vides y Vinos/ V.T. de Castilla y León
PVP recomendado: 28,50 euros
Ossian ha hecho historia si se habla de blancos de gran calidad ya que fue uno de los primeros en desbrozar el camino y demostrar la gran labor que se podía hacer a este respecto. En 2013 la familia Ruiz Aragoneses (Alma de Carraovejas) llega a esta aventura por el valor de un terruño genuino con cepas prefiloxéricas: el entorno de margas arenosas y cantos rodados impidieron que la plaga acabara con el viñedo. Un paisaje singular de viñas muy viejas- algunas con más de 200 años- de pie franco (sin injertar) y de agricultura ecológica, que dan un verdejo excepcional en el entorno de Nieva (Segovia).
El mosto fermenta espontáneamente en barricas y fudres de distintas capacidades; más tarde, se cría sobre lías. Fue embotellado en verano de 2020. El 2019 fue un año extraordinario, lo que se refleja en el vino. De color dorado, sumamente aromático (flores y fruta madura), en boca concentra todas las virtudes de un buen blanco: suave pero vigoroso, con la madera muy bien ensamblada, aún perdura la fruta, mineral y un tono delicadamente amargo al final. Largo y persistente. Ofrecen formato magnum. Su segunda gama, Quinta Luna, a su nivel también es toda una delicia.
Tres etiquetas muy especiales que demuestran todo el potencial de los vinos blancos en nuestro país.
Nota: Ninguno de los vinos mencionados se han seleccionado por motivos comerciales, su elección es una decisión únicamente de calidad y periodística. Los precios son meramente orientativos.