Francia ha acabado en las urnas con el viejo sistema partidista para dar poderes plenipotenciarios a su nuevo presidente, Emmanuel Macron, que gozará de una gran mayoría absoluta en la Asamblea Nacional para reformar el país.
La República En Marcha, la maquinaria electoral puesta en marcha por Macron para trasladar al Legislativo el poder que ya atesora como presidente, obtuvo junto a sus aliados centristas alrededor de 350 diputados en la segunda vuelta de las parlamentarias, muy por encima de los 289 que marcan la mayoría absoluta.
Las cifras no son tan estratosféricas como anunciaban los sondeos, pero suponen un colchón más que suficiente para sacar adelante iniciativas como la reforma laboral o la nueva legislación antiterrorista. Ese ligero movimiento de rectificación del voto después de que los resultados de la primera vuelta hicieran presagiar una barrida "macronista" histórica no empaña el vuelco que sufre el panorama político francés en estos comicios.
Además, ha acercado a las grandes formaciones tradicionales, socialistas y conservadores, a la insignificancia política con sus peores resultados desde que el general Charles de Gaulle fundó la V República, en 1958. Los Republicanos, el gran partido de la derecha francesa, será la primera fuerza de la oposición en la Cámara Baja, con unos 135 diputados, un centenar menos que en la última legislatura.
Sin embargo, los conservadores han mostrado fisuras internas entre quienes han hecho campaña como candidatos dispuestos a trabajar con la mayoría que apoya al presidente y quienes enarbolan la bandera de la oposición frontal y sin compromisos. "Es el fin de una época (...) Nuestros candidatos han sido derrotados porque hemos parecido más próximos a la Francia de ayer que a la de mañana. Hay que rehacer todo del suelo al techo", reflexionó la presidenta conservadora de la región de París, Valérie Pécresse.
Semejante panorama apocalíptico reinaba en la sede del Partido Socialista, pese a obtener un resultado algo mejor de lo esperado (unos 45 escaños). El líder del partido, Jean-Christophe Cambadélis, presentó su dimisión y anunció que una dirección colegial asumirá a partir de ahora las riendas de un partido roto.
La mejor muestra del estado calamitoso en que han quedado los socialistas la da el hecho de que la inmensa mayoría de ministros que participaron en los gobiernos de François Hollande y que concurrían en estos comicios se quedaron fuera del Parlamento. Una de las tres excepciones fue el ex primer ministro Manuel Valls, que consiguió la victoria por sólo 139 votos y cuya rival ha anunciado que impugnará el resultado.
El título honorífico de "jefe de la oposición" tendrá muchos pretendientes en una Asamblea Nacional en la que entran por primera vez la líder de la ultraderecha, Marine Le Pen, y el de la extrema izquierda, Jean-Luc Mélénchon.
A ambos, grandes oradores, les une su inquina hacia las políticas defendidas por Macron, y en la cámara dispondrán de una tribuna para disparar sus dardos al presidente mejor que la que tenían hasta ahora en el Parlamento Europeo.
Sin embargo, mientras que la izquierda alternativa de La Francia Insumisa podrá formar grupo parlamentario aliada con los comunistas (26 diputados), el Frente Nacional de Le Pen se queda lejos, con ocho, de los 15 escaños que les permitiría tener grupo propio, pese a multiplicar por cuatro su representación.
La mácula en el nacimiento de la era "macronista" la puso una vez más la fuerte abstención, que ha llevado a poner en cuestión la oportunidad de celebrar las legislativas sólo un mes después de las presidenciales. La participación del 42 % supone un mínimo histórico en la V República.
Mientras que esa baja concurrencia motivó el lamento de la mayoría de la clase política, Mélenchon la celebró por su "significado político", que a su juicio representa que los franceses han "entrado en una huelga general cívica" que resta legitimidad a las reformas que pretende Macron.