Internacional

La estrategia rusa para restaurar la URSS

Con una gran penetración de Rusia en la política, en la economía y en la sociedad de Europa, Putin está desarrollando sus planes militares con gran facilidad

  • Un manifestante prorruso sostiene una foto de Vladimir Putin en Belgrado (Serbia) el pasado viernes. -

En el año 2008, conversaba en la estación de tren de Samarcanda (Uzbekistán) con un general ruso de nombre Morodov sobre la decadencia de Rusia y el futuro del país cuando éste me sorprendió con un planteamiento audaz: "No vayas tan rápido que la URSS todavía no ha caído". Por aquel entonces, el Kremlin llevaba años preparándose para restaurar el imperio. Hoy, con las tropas federales avanzando en Ucrania, resulta más que evidente que la intención de Moscú es la de restaurar la potencia que entrañó la URSS. Sin embargo, casi por obligación moral, debemos preguntarnos cuáles han sido los pasos que Vladimir Putin ha ido dando hasta llegar a esta guerra.

Desde el punto de vista energético, Moscú ha establecido un entramado de oleoductos y gaseoductos por toda Europa. El resultado: más del 40% del gas que consumimos procede de Rusia. Los nuevos gaseoductos Nord, South y Blue Stream han convertido a Europa en un territorio altamente dependiente del gas ruso. Depender de un país que ha usado el gas para chantajear a sus vecinos es malo, financiar su rearme es aún peor. Las divisas que se obtienen con la venta de gas ruso van directamente al Fondo Nacional de Inversión Ruso y al Fondo Reserva, dos fuentes de ingreso del presupuesto federal y, por tanto, del presupuesto de defensa.

Gracias al dinero que hemos pagado los europeos, Rusia ha podido pasar de un presupuesto militar minúsculo de 9.230 millones de dólares en el año 2000 a 61.000 millones, el sexto mayor del mundo por delante del de Alemania, Reino Unido o Japón, en 2020.

Gracias al dinero que hemos pagado los europeos, Rusia ha pasado de un presupuesto militar minúsculo de 9.230 millones de dólares en el año 2000 a 61.000 millones en 2020

Desde el punto de vista político, Rusia ha ido haciéndose un hueco en los parlamentos europeos a través de partidos radicales y populistas. Tanto en el espectro de la extrema izquierda (Syriza, Podemos, Die Linke, etcétera) como en el de la extrema derecha (Frente Popular, UKIP, o Alternativa por Alemania) todos han mostrado simpatía por los postulados defendidos por el Kremlin. Mientras los primeros ven en Rusia -además de reminiscencia de un pasado comunista- una oposición a la UE y a EEUU, los segundos identifican a Putin con los valores tradicionales y con una defensa de hierro del concepto patria. Todos estos grupos se han mostrado favorables a los intereses de Putin en votaciones claves como las sanciones a Rusia tras la invasión de Crimea o más recientemente con la ocupación de Ucrania. Incluso, muchos de sus líderes como Marie Le Pen o Nigel Farage son asiduos de los programas de las cadenas propagandísticas rusas Rusia Today o Sputnik. Así, Rusia ha contribuido a polarizar el ambiente político desacreditando a los líderes europeos y, por supuesto, alentando opciones radicales antisistema.

Desde un punto de vista empresarial y financiero, Rusia ha buscado la penetración en las economías occidentales como forma de limitar las acciones de los gobiernos contra el Kremlin. A comienzos de este siglo Putin, transformó a Rusia en una economía inversora con los ojos puestos en los países de Europa Occidental. Las inversiones rusas se hicieron cada vez más atractivas para los gobiernos europeos al tiempo que Rusia se convertía en un país de grandes oportunidades para las compañías del Viejo Continente. De este modo, la clase económica se convirtió en el principal defensor de Putin en los centros de toma de decisiones europeos y cualquier sanción que pudiera llevarse a cabo tenía una carga negativa. Los paraísos fiscales situados en Kaliningrado (Isla de Oktiabrisku) y en Vladivostok (Isla de Russki) no solo atraen el dinero de europeos y asiáticos que no quieren cotizar en sus países, también han permitido la repatriación de dinero ruso disperso por el mundo. De esta forma, Putin se ha convertido en un ídolo para parte de la clase empresarial europea, que no ha dudado en poner sus intereses personales por delante de los nacionales.

Todas las operaciones que desde 2008 Putin ha llevado a cabo (Georgia, Crimea y Siria) no han sido para anexionarse territorios, sino para instalar una red de sistemas antimisiles S-400, S-500 o Iskander que hoy conforman una zona de denegación de acceso

Si bien estos aspectos son importantes, no son más que un escudo de protección frente a las acciones que pudieran tomar los gobiernos para consumar el más importante de todos: el militar. Desde el año 2007, Rusia está construyendo una zona de denegación de acceso aérea y marítima que hace mucho más complicado llevar a cabo ataques procedentes de territorio OTAN. Todas las operaciones que desde 2008 Putin ha llevado a cabo (Georgia, Crimea y Siria) no han sido para anexionarse territorios, sino para instalar una red de sistemas antimisiles S-400, S-500 o Iskander que hoy conforman una zona de denegación de acceso. A estos tres puntos (Georgia, Crimea y Siria) hay que sumarle otros como Kaliningrado o la Península de Kola, donde Rusia previamente ya había instalados sistemas similares. Su objetivo fundamental es frenar una potencial acción de la OTAN desde el flanco este.

En este escenario, con una gran penetración de Rusia en la política, en la economía y en la sociedad de Europa, Putin está desarrollando sus planes militares con gran facilidad. El motivo de esta facilidad son las instalaciones militares que ha ido desplegando desde Siberia hasta Siria como forma de prevención de ataques desde el exterior. Así, nos encontramos en un escenario similar al de comienzos de los años 20 del siglo pasado en el que la URSS pudo llevar a cabo una política de conquista de territorios tales como Georgia, Azerbaiyán y, por supuesto, Ucrania. El proyecto Neo-Soviético no ha hecho más que echar a rodar.

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