Internacional

Europa, "hacia el extremismo"

Los electores de Austria, Alemania, Francia, Holanda, Italia, Finlandia, Suecia, República Checa, Eslovaquia, Croacia o, por supuesto, Hungría, solo por mencionar a países miembros de la Unión Europea, no han seguido el relato de quienes les advertían del “peligro”

  • Marine Le Pen en la Asamblea Nacional Francesa -

"Europa se desliza hacia el fascismo", se desgañitan algunos medios de comunicación y una plétora de europolitólogos, sorprendidos de que sus mensajes y análisis no sirvan para convencer a millones de europeos de no votar a partidos considerados de “extrema derecha”, “populistas”, “nacionalistas”, “soberanistas”, o todo ello junto.

Los electores de Austria, Alemania, Francia, Holanda, Italia, Finlandia, Suecia, República Checa, Eslovaquia, Croacia o, por supuesto, Hungría, solo por mencionar a países miembros de la Unión Europea, no han seguido el relato de quienes les advertían del “peligro”. Han preferido votar sin complejos en comicios nacionales y europeos, en una respuesta que esos mismos lanzadores de alerta interpretan ahora como resultado del efecto de mensajes contrarios, por ejemplo, a la inmigración. Es decir, para ellos, esos ciudadanos votan no por lo que ven, viven y sufren a diario, sino porque son fácilmente influenciables, al contrario de los votantes considerados de izquierda, de centro y de la derecha tradicional, que eligen por convicción, con sólidos y elaborados argumentos, a los que los primeros añaden los morales, por supuesto. 

“La parábola de los ciegos”

Sesudos analistas explican en Francia que los votantes de Marine Le Pen que viven junto a vecinos inmigrantes son racistas, mientras que aquellos que habitan lejos de población inmigrada o sus descendientes serían tarados mentales, ignorantes, en definitiva, deplorables. Por suerte, criticar ese razonamiento no es monopolio de derechistas. Aquilino Morelle, socialista, exconsejero de François Hollande, censura esa postura en su reciente ensayo, “La parabole des aveugles” (“La parábola de los ciegos”), donde escribe,  “los ciegos  no son los ciudadanos desesperados que creen en las promesas del partido de Le Pen, Reagrupación Nacional (RN) - que son tratados con condescendencia , desprecio y lecciones de moral contraproducentes -  sino los políticos que han engañado al pueblo sobre los asuntos europeos, la cuestión migratoria y los problemas sociales”. 

Morelle, hijo de minero asturiano emigrado, médico, ejemplo de una asimilación “ à la française” - que hoy es rechazada por la izquierda - explica en su libro que “reducir el voto a Le Pen a un desarreglo moral o a una tara intelectual es una absurdidad; persistir a considerarlo como la expresión de un racismo ordinario y de una xenofobia de base es un error político; seguir asimilándolo con la extrema derecha, cuando el número de sus electores le ha transformado en menos de cincuenta años de una facción marginal a un movimiento mayoritario, es una aberración”.

¿La opinión de Morelle es aplicable en los países europeos mencionados, donde fuerzas similares a RN atraen cada día más votantes? No es del todo trasladable, pues cada uno tiene unas características históricas, geográficas, étnicas y religiosas propias, pero sí es cierto que hay ciertos asuntos que destacan, en mayor o menor medida, como denominador común en todos ellos y que suponen prioridades e inquietudes para sus correligionarios: la inmigración ilegal, descontrolada y masiva; el aumento espectacular de la delincuencia y el crimen organizado; la penetración sin freno, e incluso apoyada oficialmente, del islam político; la denostación de la identidad e historia nacional no solo en los medios de comunicación y en el mundo de la Cultura, sino en la escuela pública, sin contar con los efectos de la industrialización o una ecología punitiva que criminaliza a agricultores y ganaderos; en fin, algunas de las consecuencias de la “globalización feliz” cantada por economistas como Theodore Levitt, periodistas como Thomas Friedman o gurús de la finanza como Alain Minc, el “descubridor” de Emmanuel Macron.

La fortaleza austriaca

Austria es el último país de la Unión Europea en haber provocado un aumento espectacular en la venta de betabloqueantes. El pasado 29 de septiembre, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Partido de la Libertad de Austria (FPO) - considerado de “extrema derecha” por sus enemigos, obtuvo la mayoría de apoyo popular. 

El partido está dirigido hoy por Herbert Kickl, hijo de obreros, que ha conseguido “desdemonizar” su imagen y defender una política de mano dura contra la inmigración y la delincuencia. Kickl fue diputado durante 15 años y desempeñó el cargo de ministro del Interior en un gabinete de coalición con los conservadores. Su formación ha aumentado en 13 puntos el porcentaje de votos obtenido en 2019 con su programa “Austria Fortaleza, Austria Libertad”, que propone entre otras medidas el freno a la inmigración, el final de la reunificación familiar de inmigrantes, el endurecimiento de las condiciones para conceder asilo político o la expulsión de los criminales extranjeros. Kickl ha insistido durante su campaña en las múltiples agresiones de mujeres, obra, según las autoridades policiales, de ciudadanos de origen foráneo. 

Cengiz Günay, director del Instituto austriaco de Asuntos Internacionales piensa que la cuestión migratoria, en sí, no es el principal problema del país: “Es probablemente uno de los más visibles, por eso la gente reacciona de manera emocional, pero los verdaderos problemas están en la crisis del sistema de sanidad y de educación”.

Sin querer contradecir al profesor Gunay (por cierto, de origen turco), que el poder adquisitivo, la atención sanitaria y la decadencia de los sistemas educativos son asuntos prioritarios en todos los países de Europa no sirve como argumento para ocultar que la inmigración masiva y sus consecuencias no figuren entre las principales preocupaciones de los ciudadanos. En Francia, un 76% de la ciudadanía pide un referéndum para limitar la inmigración. Es más, en Suecia y otras naciones vecinas le podrían responder que es precisamente esa acogida masiva de extranjeros, ilegales o no, la que ha provocado el colapso en hospitales y el descenso del nivel de calidad y respeto a los profesores de la escuela pública. Al menos, es lo que otros estudios sugieren para ser tachados de racistas al segundo y ser encerrados en la prisión de ideas supuestamente xenófobas. 

Austria es con Suecia, el país europeo que ha acogido más inmigrantes - en proporción a su población - desde el lacrimoso “Wilkommen” de Angela Merkel en 2015 dirigido a las oleadas de personas que llegaron al Viejo Continente desde Asia y África. El país fue, también, el destino seguro para miles de ciudadanos de países de Europa Central y Oriental que huían del comunismo y, más tarde, uno de los principales países de acogida de refugiados de todas las etnias yugoslavas tras la guerra que les enfrentó. Un 20% de la población austriaca es de origen extranjero. El presidente federal, Alexander Von der Bellen, desciende de una familia de refugiados rusos emigrados a Holanda. Obtuvo la nacionalidad del país que hoy preside a los 14 años. Pero para algunos ignorantes, Austria no ha cambiado desde que acogía jubilosa a su hijo predilecto, Adolf, tras el “Anschluss” de 1938.

Multiculturalismo y estadísticas étnicas

En las presidenciales de abril de 2016, el candidato del FPO, Norbert Hofer, venció en la primera vuelta al ecologista Von der Bellen. Para el politólogo francés Cyril Bret, especialista en asuntos centroeuropeos, el resultado de aquellas elecciones representó ya “la insatisfacción de la población austriaca frente a políticas sobre inmigración impuestas por la UE, Alemania y Francia”. Otra especialista, esta vez alemana, Tanja Borzel, subrayaba entonces que las elecciones parecían centrarse más entre opositores al islam y defensores del multiculturalismo. En ese año, el gobierno de coalición entre socialistas y conservadores expulsó a más de 8.000 refugiados y negó el visado de acogida a otros 15.000. ¿Fascistas?

Hoy, si Austria no cuenta con un presidente y un canciller (jefe de gobierno) de la derecha dura es por el pacto de “cordón sanitario” aplicado por los partidos de la oposición. Como en tantos países de Europa, ser la formación más votada no garantiza dirigir el país. 

Criminalidad en espectacular aumento, agresiones y violaciones a mujeres por ciudadanos extranjeros, prisiones abarrotadas donde la mayoría de los reclusos (70%) exige comida “halal”. En Francia están prohibidas las estadísticas étnicas, pero esa negación de la realidad decidida por los políticos ya no engaña a nadie. La mayoría de los medios de comunicación han cesado de ocultar los nombres y apellidos de los presuntos autores de diferentes delitos. Las redes sociales y el nacimiento de periódicos, radios y televisiones conservadoras que han roto la hegemonía informativa que durante décadas ha mantenido la izquierda hacen difícil esconder la realidad.

El aumento de la inseguridad - especialmente para las mujeres -, el auge del narcotráfico que se adueña de barrios enteros, el laxismo judicial son asuntos que forman parte del programa de Marine Le Pen, que el pasado julio no consiguió llevar a su candidato, Jordan Bardella, a la jefatura de gobierno solo por la pinza de la extrema izquierda con el bloque central del presidente Macron. El partido más votado de Francia (casi 11 millones de votos) actúa hoy como “vigilante” del gabinete del conservador Michel Barnier. 

Le Pen y los jueces laxos

El responsable de Interior del nuevo gobierno, Bruno Retailleau, ha iniciado su mandato anunciando un endurecimiento de la acogida de inmigrantes y ha creado polémica afirmando que “el Estado de derecho no es intangible; si el derecho no protege hay que cambiarlo”. Por supuesto, sus críticos se han centrado solo en la primera parte de su declaración. Una mayoría de franceses critica a la judicatura que considera demasiado laxista. El último ejemplo se ha producido hace pocos días. Una joven de 19 años fue asesinada por un delincuente marroquí que ya había violado a otra joven y que fue liberado a la espera de su expulsión del país. Por supuesto, en cuanto salió del centro de retención, se fugó.

También en Francia, un alcalde que se negó a casar a un extranjero con orden de expulsión fue sancionado por la Justicia. Esta misma semana se ha conocido el caso de otro argelino, condenado ya por agresión sexual a una menor, que ha podido evitar la devolución a su país por haberse declarado mujer. En este país, cuando no son los jueces locales son los europeos los que sorprenden al público: un ciudadano uzbeko fue expulsado por tener lazos con el islamismo radical, rechazado anteriormente por Estonia por las mismas razones, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que, de volver a su país, podría sufrir “un tratamiento inhumano”. El gobierno francés fue obligado a pagar el viaje de vuelta del uzbeko que, además, recibió 3.000 euros por el “daño causado”. 

Marine Le pen es la favorita, de momento, para ocupar la presidencia francesa en 2027.  Dos veces los electores de centro e izquierda se han unido para votar contra ella. Los franceses que siempre han representado el voto obrero, los cinturones rojos de las grandes ciudades, los habitantes del territorio rural, de las grises periferias urbanas, los parados, una mayoría de los jóvenes, de empleados y de autónomos apoyan hoy en las urnas a Reagrupación Nacional. ¿Se han vuelto todos fascistas? En Francia, para la izquierda hasta Macron es un fascista y pasean su foto en las manifestaciones ataviado con gorra de SS.

Por supuesto, en Francia, a la inseguridad física se une la inseguridad cultural y la económica. Tres factores comunes a otras naciones europeas. Suecia, ejemplo histórico de generosidad con los refugiados de guerras o golpes militares como el de Augusto Pinochet, batió récords de acogida tras la crisis desatada en territorio europeo en 2015. De enero a junio de ese año, el país – 9.5 millones de habitantes – recibió, en proporción a su población, cuatro veces más de peticiones de asilo que Alemania y seis más que Francia. En octubre y noviembre de 2015, 80.000 personas fueron acogidas; entre 2014 y 2015, 250.000.

Suecia: de Pipi Calzaslargas a la “sharía”

La “superpotencia humanitaria”, como la describió en su día el corresponsal de “Le Monde”, llegó al límite. La entonces viceministra sueca en el gobierno socialdemócrata-verde, la ecologista Asa Romson, anunció en directo en televisión y entre lágrimas, en enero de 2016, el fin de la política de asilo: se acabó el permiso de residencia permanente, se restringía el derecho a la reunificación familiar, se reforzaba la vigilancia en las fronteras y el control de documentos de identidad en los transportes, entre otras medidas. ¿De verde, pasó al negro fascista?

En la antigua Suecia multicultural y acogedora era casi un delito decir que una parte de la inmigración creaba problemas; es políticamente incorrecto afirmar que muchos inmigrados musulmanes rechazan el modo de vida occidental y pretenden imponer la «sharía» en lugares donde la propia policía teme entrar: hay barrios enteramente controlados por milicias en defensa de la moralidad islámica. Pero el temor de la policía no es físico, como en Francia, sino que responde a la preocupación de ser tachada de racista si se extralimitaba en sus acciones, también como en Francia. 

Los disturbios que tuvieron lugar en mayo de 2013 y que se repiten esporádicamente en varias ciudades suecas ayudaron a muchos a despertar del sueño del paraíso social del país escandinavo. Como otros en Europa, Suecia hace frente a una parte de ciudadanos de origen extranjero que rechazan el modelo que les ha permitido huir de las dictaduras o de la pobreza. La penetración del islam político en connivencia con partidos políticos que han apostado por el clientelismo ha agudizado el problema. En la ciudad de Malmoe la comunidad judía se ha reducido al mínimo tras el repetido lanzamiento de bombas contra las sinagogas. El aumento espectacular de las agresiones sexuales provocó en 2018 la suspensión del famoso festival de música de Bravala. Grupos de “menas” agredieron sexualmente a varias adolescentes suecas en otro festival, en Estocolmo, en 2014 y 2015.

Tras ocho años de gobierno socialdemócrata, en noviembre de 2022 el liberal-conservador, Ulf Kristersson, del “Partido de los Moderados”, formaba gobierno con cristianodemócratas y liberales, pero con el apoyo necesario de los “Demócratas Suecos”, un partido dirigido por Jimmie Akesson (44 años) que tiene sus raíces en una franja política que coqueteaba con veneradores de la cruz gamada, como en el caso del austriaco FPO. Pero, también como han hecho otros políticos en Austria, Italia o Francia, ha sabido «desdemonizarse», ha recibido el apoyo del 20.5% de los votantes y ha llegado así a convertirse en indispensable para mantener un gobierno estable. 

Ese gobierno exige hoy a los inmigrantes “comprometerse a vivir de manera honesta” y ha abierto la posibilidad de expulsar a aquellos que “amenacen los valores democráticos suecos o integren grupos criminales”.” En el país de Olof Palme y de Pipi Calzaslargas, dos símbolos de la tradicional ingenuidad local, la guerra entre bandas criminales, integradas por extranjeros o nacionales de origen extraeuropeo, es incontrolable para la policía. Según los servicios de inteligencia (SAPO), los “gangs” son utilizados por el régimen islamista de Irán para cometer actos de violencia sobre suelo sueco.

Wilders, Hirse Ali, Fortuyn y “Sumision”

El islam es precisamente el principal caballo de batalla del ganador del último ganador de las elecciones legislativas en Holanda, Geert Wilders, al frente del Partido por la Libertad (PVV). En noviembre de 2023, Wilders logró la mayoría en su tercer intento creando un choque tectónico que hundió en una fosa a uno de los comandantes en jefe de los “Frugales” liberales europeos, Mark Rutte. La UE, que nunca comenta los resultados electorales de sus miembros, resintió de tal manera la onda de choque que se vio obligada a emitir un comunicado que traslucía temblequeo: “Seguimos contando con la fuerte implicación de los Países Bajos en la Unión Europea”. Holanda y Francia son los dos países miembros de la UE cuyos gobiernos desoyeron y traicionaron la opinión popular expresada en referéndum por sus ciudadanos contra la Constitución Europea en 2005.

En la Holanda «feliz», hay que recurrir al pasado reciente para destacar algunos hechos que no justifican por sí mismos el éxito de Geert Wilders, pero que no deben obviarse si se intenta tener una visión global de los antecedentes políticos que han originado el auge del llamado populismo. 

Geert Wilders es calificado como xenófobo y "ultraderechista" por un periodismo a veces algo simplista, que tiene en tan alta estima su influencia que cree que utilizando estos calificativos como un insulto va a contribuir a la derrota de unas ideas que desprecia. Wilders puede ser considerado eso sí, como un líder anti-islam. Pero su batalla no es contra los extranjeros ni los musulmanes, sino contra los fieles al islam que rechazan asimilar los valores que precisamente han - o habían - hecho de Holanda un país tolerante y libre. 

En los Países Bajos, antes que ocurriera en Francia o Dinamarca, un artista fue asesinado por realizar una crítica con el islam. El cineasta Theo Van Gogh dirigió en 2004 la película “Sumisión”, con un guion de la holandesa de origen somalí, Ayaan Hirsi Ali, que denunciaba el papel que el islam confiere a las mujeres.

Después de recibir varias amenazas de muerte, Van Gogh fue asesinado ese mismo año por un holandés musulmán de origen marroquí. El asesino le disparó ocho tiros y le degolló antes de dejarle clavado un puñal en el pecho con una carta dirigida a Hirsi Ali. 

La coautora de la película llegó a Holanda cuando era niña, donde recibió el asilo político. Más tarde, fue elegida diputada. Trabajando para el Partido Socialista, denunció vivamente la discriminación que sufrían las musulmanas holandesas y cómo su partido - como los demás - hacía la vista gorda sobre el asunto. Sus denuncias sobre el comunitarismo, su lucha contra a la ablación del clítoris y sus críticas al machismo islamista le convirtieron en un personaje cuyo valor fue reconocido más fuera de su propio país. El Parlamento Europeo le concedió en 1994 el Premio Sajarov para la libertad de pensamiento. En 2008, Francia le otorgó el Premio Simone de Beauvoir para la libertad de las mujeres. Las amenazas de muerte de los integristas le forzaron a abandonar Europa y exiliarse en Estados Unidos donde obtuvo la nacionalidad en 2013. Un fracaso europeo y una victoria de los fundamentalistas y sus aliados “wokistas”.

Dos años antes del asesinato de Van Gogh, otro hecho había alterado la supuesta calma de la sociedad holandesa. Pim Fortuyn, sociólogo, exmiembro del Partido Socialdemócrata, formó su propia formación política, la populista- dirían ahora- “Lista Pim Fortuyn”. Fortuyn denunciaba la política de inmigración de Holanda, la indiferencia oficial sobre la inseguridad y fue también muy crítico con el islam. En las encuestas previas a las elecciones de 2002, Fortuyn era uno de los favoritos. Seis días antes de los comicios fue asesinado por un militante animalista de extrema izquierda que dijo pretender “proteger así a los musulmanes» a los que, según él, Fortuyn utilizaba como cabeza de turco. 

En una consulta popular realizada en 2004, sus compatriotas designaron a Fortuyn como uno de los holandeses más importantes de la historia del país, junto a los pintores Rembrandt o Van Gogh, o los filósofos Spinoza y Erasmo. Por supuesto, no es políticamente correcto volver a hurgar en ese período negro del país que ahora muchos llorones y desubicados europeos vuelven a poner como ejemplo del nuevo “fascismo”.

Dinamarca: socialdemócratas, pero no flojos

¿El control de la inmigración es un asunto de ultras? Dinamarca parece desmentirlo. El gabinete dirigido desde junio de 2019 por la socialdemócrata Mette Frederiksen - en coalición con el Partido Liberal (Conservador) y el “Partido de los Moderados” (Centro derecha) – defiende “una firmeza consensuada” en un intento de “retomar el control” del problema.

Dinamarca comenzó hace 20 años a restringir su política de inmigración como resultado del temor de la derecha tradicional a perder votos ante el auge de los nacionalpopulistas, para unos, o extrema derecha, según otros. Desde 2002, la ley sobre inmigración ha sufrido 135 retoques dirigidos a endurecer las condiciones de asilo. Los socialdemócratas se convencieron de que esa política era consensuada por la mayoría de los 5 millones y medio de ciudadanos del reino y hoy son el modelo de muchos políticos en Europa, y no solo de conservadores. 

Para obtener la nacionalidad danesa es necesario aprobar un examen de lengua e historia del país. Cualquier pena de prisión impide definitivamente el acceso a la nacionalidad. Los bienes de los demandantes de asilo pueden ser confiscados para cubrir los gastos de procedimiento y albergue. Existe también un plan “antigueto” que permite reducir de 50%% a 30% la tasa de habitantes no occidentales en una veintena de barrios con altas tasas de inmigración y delincuencia. Hoy, el ministerio danés de Inmigración, en manos de un socialdemócrata, estudia 800 peticiones de acogida; en 2015, la cifra era de 20.000. 

Los gobernantes daneses consideran que su política migratoria restrictiva está encaminada a preservar el Estado providencia y su cultura. Un fuerte aumento de la inmigración lleva, según ellos, al multiculturalismo, sinónimo de insolidaridad. Para ahuyentar el “efecto llamada”, el gobierno danés no dudó en 2015, en plena crisis inmigratoria europea, hacer publicidad en ciertos periódicos árabes donde anunciaba que las prestaciones sociales para extranjeros se reducían en un 50%. Dinamarca considera que los refugiados sirios ya pueden volver a su país. 

Alemania: no lo han conseguido

Alemania cierra el círculo iniciado en 2105 y ha pasado del “Lo conseguiremos” de Angela Merkel a la obligada firmeza del canciller Olaf Scholz. El dirigente socialdemócrata ha visto las orejas del lobo AfD, (“Alternativa para Alemania”) en los Bundeslanders de la exRDA, y ha decidido cerrar temporalmente las fronteras. El impacto popular de dos recientes atentados a manos de refugiados sirios ha ofrecido también combustible tanto a la derecha dura como a la comunista “ossi”, Sahra Wagenknecht.

La crisis del Covid y las distintas y a veces disparatadas respuestas oficiales de la UE y de diferentes gobiernos nacionales alimentaron entre una parte del electorado europeo una desconfianza que partidos considerados populistas supieron explotar. Las consecuencias económicas de las sanciones de Bruselas contra Rusia por la invasión y la guerra iniciada contra Ucrania también han servido para sumar votos y poner al descubierto las relaciones de algunos de esos partidos con Moscú. 

Pero utilizar el comodín de la extrema derecha y el “reductio ad Hitlerum, Mussolinum o Francum”, ha demostrado su ineficacia para frenar la fuga de millones de ciudadanos europeos hacia posiciones consideradas de derecha extrema. Sí sirven, sin embargo, para ocultar otras razones que puedan en parte explicarlo.

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